viernes, 8 de febrero de 2019

8 de Febrero: San Jerónimo Emiliano, Fundador (1481-1539)

Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia – Madrid-Barcelona 1844 – Tomo III, Julio, Día 20, Página 119.

San Jerónimo Emiliano, Fundador

El Glorioso San Jerónimo Emiliano o Miani, nació en Venecia en el año 1481: fueron sus padres Ángelo Miani y Diodora Morosini, ambos de las familias patricias y senatorias más ilustres de aquella república. Aunque Jerónimo fue el último de los cuatro hijos varones que tuvieron sus padres, con todo fue el primero por gracia y mérito delante de Dios. Como su padre se hallaba continuamente ocupado en los negocios de la república; y en desempeñar los más principales cargos de ella, la educación de Jerónimo quedó al cuidado de su madre, que siendo dama de mucha piedad, no dejó de destilar en el corazón del niño las máximas de la religión cristiana, y de acostumbrarlo muy temprano a los ejercicios de devoción y demás virtudes propias de su clase y de su edad. Pero el ardor de las pasiones juveniles ahogó bien presto estas buenas semillas, que su madre había procurado sembrar en su alma; pues así que hubo llegado Jerónimo a los quince años de su edad, se dejó engañar de los placeres y de los perversos ejemplos de otros jóvenes nobles coetáneos suyos, y así abandonando el estudio de las letras, y toda práctica de devoción, no cuidó sino de holgarse y darse buen tiempo; si leía algunos libros eran sólo los que respiraban máximas de caballería y de vanidad mundana. Con esta lección se empeoraba cada día más y más su espíritu, y se hacía más abominable a los ojos de Dios, al tiempo que a los ojos de los hombres conservaba aquel decoro que convenía a su noble condición, del cual se mostraba mucho más celoso que de la gracia de Dios. Habiendo muerto en este tiempo su padre, que le tenía en alguna sujeción, creció sobremanera su disolución, la cual llegó por decirlo así, hasta lo sumo, cuando abrazó la milicia sirviendo a su república en la guerra, que tuvo ésta que sostener en aquellos tiempos contra poderosos enemigos, conjurados a su ruina en la famosa liga de Cambray. Porque en medio del estrépito de las armas y licencia militar, se abandonó a toda suerte de vicios, y cuanto más animoso y valeroso se mostraba en los ejercicios militares, y en varios encuentros y combates que tuvo contra los enemigos del estado, tanto más con su vida libertina y escandalosa, reforzaba la cadena de sus vicios, y se hacía más esclavo de Satanás. «En suma, en el tiempo de la guerra (son palabras del autor que fielmente escribió su vida), quedó el ánimo de Jerónimo inficionado de muchos contagiosos achaques, que fueron la audacia, la fiereza, la temeridad, con todos los demás vicios que consigo lleva la desenfrenada juventud, las malvadas compañías y las ocasiones del pecado; y sobre todo, la pasión de la ira avasalló su espíritu, de tal modo, que traspasando todos los límites de la razón, llegaba algunas veces hasta el furor.»
2 En este tan deplorable estado perseveró Jerónimo hasta la edad de treinta años. Pero en este tiempo se dignó la Divina Bondad mirarle con ojos de misericordia, y convertir este vaso de contumelia y de ignominia, en un vaso de elección: sucedió esta maravillosa conversión en la manera siguiente. Hallándose Jerónimo en el año de 1511 comandante de Castronovo, plaza de mucha importancia en el Trevisano, con el título de proveedor; fue esta plaza en el mes de agosto sitiada del ejército imperial: y no obstante la valerosa defensa de los venecianos y con especialidad del proveedor Jerónimo Miani, fue tomada por asalto, y quedó Jerónimo prisionero de guerra de sus enemigos; los cuales, según el uso de aquellos tiempos, le trataron con increíble inhumanidad. Cargándole de cadenas, le pusieron esposas y grillos, y una argolla al cuello: de este modo le metieron en lo más profundo de una torre, donde muchas veces le daban de palo con bárbara inhumanidad, sustentándole con una escasa porción de pan y agua que le traían todos los días. En este lastimoso estado habló eficazmente el Señor al corazón de Jerónimo, y con la luz de Su Gracia lo hizo conocer claramente los desórdenes de su vida pasada; y de aquí comenzó a conocer y temer los terribles castigos del fuego eterno, que merecía por tantos y tan enormes delitos como  había cometido contra la Divina Majestad.Las graves tribulaciones de que se veía oprimido, y el peligro que le amenazaba a todas horas, de acabar sus días con una muerte violenta, le humillaron a la presencia del Señor, y cual otro Manasés desde lo más oscuro de su prisión levantó la mente y el corazón al Padre de Misericordias y Dios de toda consolación, y con incesantes lágrimas y suspiros le rogó le perdonase sus graves pecados, y le librase no sólo de las cadenas que ataban su cuerpo, sino de las otras, mucho más duras y pesadas, que ataban su alma; prometiendo firmemente expiar sus pecados con la debida penitencia, y llevar en adelante una vida digna de un cristiano. Interpuso a este fin la poderosa intercesión de la Virgen Santísima, suplicándola con mucho fervor y humildad le alcanzara de Su Divino Hijo una verdadera contrición de sus culpas, y una plenaria remisión de ellas, junto con el socorro conveniente a sus  urgentes temporales necesidades, haciendo voto de ir a pie a visitar Su imagen, que se venera en la iglesia de Terviño, luego que escapase de aquel peligro. No tardó mucho en experimentar los benéficos efectos de la piedad de la Madre de Misericordia, porque se le apareció en la cárcel esta soberana Señora, le quitó los grillos, las esposas y las cadenas, le dio las llaves de las puertas de aquel oscuro calabozo, y abriéndolas Jerónimo se encaminó directamente a Terviño para cumplir su voto: pero como los enemigos habían tomado todos los caminos, dio Jerónimo en una partida de ellos, y no sabiendo cómo librarse de caer en sus manos, recurrió de nuevo a su bienhechora la Virgen Santísima, la cual se le apareció segunda vez, y sirviéndole de guía con un nuevo prodigio, por medio de los mismos enemigos lo condujo salvo delante de Terviño. Entró Jerónimo en la ciudad, y se encaminó a la iglesia; y postrado ante el altar de la Virgen Santísima, más con lágrimas y sollozos que con palabras, dio a su celestial Bienhechora las debidas gracias del beneficio recibido; y en las paredes de la misma capilla colgó las esposas, grillos y argolla que había llevado consigo, para que fuesen perpetuos testigos del beneficio recibido, donde aun al presente permanecen.
3 De esta ciudad pasó Jerónimo a Venecia con una firme resolución de entregarse enteramente y sin ninguna reserva al servicio de Dios: y aunque por entonces no renunció la toga, ni dejó de acudir a las juntas del senado, y de servir los oficios públicos de su patria; pero en todos sus discursos y en todas sus acciones descubría una singular piedad y un celo tan grande del honor y gloria de Dios, que causaba a todos suma edificación. Se puso luego bajo la conducta de un director espiritual, dotado de mucha piedad y doctrina, y habiendo hecho a sus pies con muchas lágrimas una confesión general de sus pecados, emprendió con su consejo una vida penitente, mortificada y de mucha edificación: ayunaba frecuentemente con grande rigor, llevaba sobre sus carnes un áspero cilicio, y afligía su cuerpo con otras mortificaciones, ya para satisfacer por los deleites de su vida pasada, ya para tener sujeta la carne al espíritu, ya finalmente para implorar sobre sí con mayor abundancia las Divinas Misericordias. Atendía con todo cuidado a mortificar todas sus pasiones, especialmente la de la ira, que tanto le había dominado; y ayudado de la Divina Gracia logró vencerla tan perfectamente, que fue después el hombre más humilde y pacífico del mundo.Visitaba los enfermos en los hospitales, frecuentaba las iglesias y los monasterios, hallando sus delicias en tratar con personas religiosas de las cosas de Dios; recibía muy a menudo los Santos Sacramentos, que son los canales de la Divina Gracia, y hacía abundantes limosnas a los pobres y en especial a las familias vergonzantes.
4 En una palabra, la vida del senador Miani después de su conversión, fue una continua serie de ejercicios de piedad y obras buenas. Como Jerónimo estaba enteramente desengañado del mundo, deseaba volverle las espaldas y retirarse a algún lugar solitario para hacer allí penitencia, y contemplar únicamente los años eternos y las cosas celestiales. Mas se vio impedido de ejecutar sus designios por la muerte anticipada de Lucas, su hermano primogénito; el cual dejó los hijos en edad tierna encomendados al cuidado de Jerónimo; por lo que debió el siervo de Dios encargarse por motivo de piedad de la tutela de sus sobrinos y de la administración de sus bienes. Satisfizo en efecto a uno y a otro encargo con suma diligencia, y los desempeñó con tal fidelidad y acierto, que los sobrinos fueron educados en el santo temor de Dios, y sus bienes no sólo se conservaron, sino que se aumentaron notablemente.
Entre tanto se presentó a Jerónimo una ocasión muy oportuna de ejercitar su generosa caridad para con los pobres, que fue el hambre que afligió toda la Italia en el año 1528, porque aunque en Venecia se sintió menos que en otras partes la falta de trigo y otros víveres; porque aquellos sabios senadores, a la primera noticia de la escasez de la cosecha, hicieron las provisiones más copiosas que les fue posible, no perdonando a este fin ni diligencias ni expensas: pero fueron tantos los pobres que concurrieron de todas partes a aquella ciudad, que las plazas y las calles estaban llenas de gentes necesitadas, y tan miserables, que más con la palidez de su rostro y la debilidad de sus fuerzas, que con las palabras pedían ayuda y socorro en su miseria. A este lastimoso espectáculo se enterneció en un modo particular el piadoso corazón de Jerónimo; y mirando en aquellos pobres la persona del mismo Jesucristo, resolvió emplear en alivio de aquellos infelices todo lo que tenía, hasta su misma persona. A este fin, después de haber repartido todo el trigo y dinero que tenía, vendió la plata, tapices, muebles preciosos y ricas alhajas de su palacio, y se despojó de todos sus bienes para socorrer la miseria de los hambrientos. Su misma casa era el asilo de los pobrecitos, a quienes distribuía por su mano, o pan, o dinero, y aun en ella les daba albergue para preservarles del peligro de morirse de frío en las calles públicas, a ocasión de la rigurosa estación que entonces corría. No se contentaba con esto su caridad; se informaba también de la miseria de muchas familias, que se hallaban reducidas a las mayores angustias, y las procuraba con afecto de cariñoso padre todo el socorro que podía, hasta reducirse él mismo a la mendiguez; de manera que le faltó muchas veces pan y dinero para proveer su necesidad. El ejemplo de esta heroica caridad, conmovió de tal modo los ánimos de los demás ricos y hacendados de la ciudad, que contribuyeron por su parte con mucho gusto al sustento de los pobres, y al alivio de la común necesidad.
6 Se siguió a la hambre y miseria (como suele acontecer en semejantes lances) una maligna epidemia, que llenó las casas y los hospitales do enfermos: de aquí se abrió a Jerónimo un nuevo campo para ejercitar su caridad: iba continuamente esto ilustre senador a los hospitales para asistir a los pobres enfermos, para consolarles y animarles con sus piadosas exhortaciones, a sufrir con paciencia sus males y a disponerse para una buena muerte, cuando el Señor se dignase llamarlos a la otra vida. Fueron tantas las fatigas y las incomodidades que padeció en esta obra de caridad, que al último cayó enfermo asaltado de una fiebre ardiente y contagiosa, que en pocos días le puso a los últimos términos de su vida. Mas el Señor que le reservaba para obras mayores de Su gloria, le restituyó la salud, contra la esperanza de todos con una especie de milagro. El siervo de Dios, que entonces se hallaba en la edad de cuarenta y ocho años, miró esta gracia y prórroga de vida, que le acababa de conceder la Divina Beneficencia, como un convite que el Señor le hacía, a que se emplease en adelante enteramente y sin distracción alguna en las cosas de Su divino obsequio y en prepararse a la muerte; y deseoso de poner desde luego en ejecución esta inspiración divina, encargó el cuidado y la administración de los bienes de su difunto hermano al mayor de sus sobrinos que se hallaba ya en estado de poder gobernar la casa. Renunció los oficios públicos y los cargos de la república: depuso para siempre la toga senatoria, y se vistió un vestido tosco y vil de paño grosero de color pardo, según lo llevaban las gentes pobres y plebeyas, queriendo seguir fielmente los humildes pasos de Jesucristo, y consagrarse todo a Su gloria y a la salud de sus prójimos. No tomó Jerónimo esta resolución, sino después de mucha y fervorosa oración, pidiendo a Dios le mostrase el camino en que quería que le sirviese; y después de haber tomado el consejo de personas ilustradas en la vida espiritual, especialmente del P. Juan Pedro Carrafa (que después fue promovido a la silla de San Pedro con el nombre de Paulo IV), que era en aquel tiempo su director. Algunos admiraron esta extraordinaria resolución, otros la alabaron y aprobaron, y otros la censuraron y reprobaron, e hicieron burla de Jerónimo: pero el Santo que no tenía otra mira que la de agradar a Dios, despreció igualmente las alabanzas, que las murmuraciones y las burlas de los hombres; estando bien persuadido, que no hay cosa más opuesta al espíritu de un verdadero cristiano, que el vano temor del qué dirá el mundo y qué la loca aprehensión de los respetos humanos.
7 En efecto, el éxito hizo conocer que el Espíritu del Señor guiaba a Jerónimo en todos sus pasos; porque desde que tomó esta resolución, empezó a llevar una vida mucho más perfecta que antes; más humilde, penitente y mortificada; y emprendió por divina inspiración una obra piadosa de grande utilidad a las almas, y de no menor provecho al bien del estado, y fue la siguiente. Como las guerras, la carestía y el contagio habían desolado la Italia, y quitado la vida a innumerables personas y cabezas de familia, muchísimos niños quedaron huérfanos, y no teniendo de qué sustentarse iban dispersos y perdidos por la ciudad, mendigando el pan por las calles, y vivían sin temor de Dios, corriendo manifiesto peligro de perecer temporal y eternamente. Compadeciéndose el bienaventurado Jerónimo de las miserias espirituales y temporales de tantos huérfanos, empezó a recogerlos y juntarlos en una casa que compró para este fin; y allí les administraba el necesario alimento, y les instruía en el camino de la salvación. En breve tiempo se aumentó mucho el número de estos niños, que el siervo de Dios recogía en todas partes, no solo en Venecia, sino también en las pequeñas islas cercanas a la ciudad; por lo que le fue necesario acudir a la piedad y caridad de las personas ricas y hacendadas, a fin de que con sus limosnas ayudasen a mantener una obra tan santa y provechosa, como lo ejecutaron con increíble contento del Santo, que ejercitaba con los huérfanos que recogía los cariñosos oficios de padre, de madre y de maestro; estableciendo un orden bellísimo y unos reglamentos muy acertados para su educación. A más de los ejercicios de piedad cristiana, arreglados para cada día, quería que todos los niños aprendiesen a leer y escribir; que se dedicasen a aprender algún oficio, según la condición de cada uno, para que cuando fuesen adultos tuvieran modo de alimentarse. A los que conocía de mayor capacidad y talento, hacía aplicar al estudio de las letras, y todos mediante su industria y diligencia vivían de un modo tan piadoso y arreglado, que edificaban toda la ciudad de Venecia; que no podía dejar de admirar y de llenar de bendiciones y elogios a su santo conciudadano, el cual renunciando la toga de senador, se había hecho padre de los pobres, y amparo y protector de los huérfanos.
Viendo Jerónimo que el Señor había colmado de bendiciones esta piadosa obra, y considerándola establecida de modo, que ya podía proseguir sin su personal asistencia, pensó que si se estableciera en otras partes, haría en ellas el mismo fruto que hacía en Venecia; mayormente estableciéndola en las ciudades del dominio veneciano, donde por las recientes guerras, por la carestía y consiguiente peste que habían padecido, era mayor su necesidad. Por eso en el año 1531, que era el quincuagésimo de su edad, con no poco sentimiento de sus conciudadanos partió de Venecia, con un vestido humilde y un pobre equipaje, y confiado únicamente en la Divina Providencia, se encaminó a las ciudades y lugares de la Lombardía veneciana, para promover allí la misma obra de piedad; y en el espacio de solos seis años que sobrevivió, estableció y fundó muchas casas para niños huérfanos; concurriendo con sus limosnas a promover esta obra las personas acomodadas y ricas, atraídas de las eficaces exhortaciones del siervo de Dios, y del concepto grande que todos hacían de su santidad. No solamente en las ciudades del dominio de Venecia, sino también en las del ducado de Milán, y aun en la misma ciudad de Milán, promovió la misma obra de piedad; y por su medio se fundaron muchas casas para recoger y educar en ellas los huérfanos. Pero la ciudad en que Jerónimo hizo más larga demora fue la de Bérgamo, donde le pareció más urgente la necesidad, y mayor la desolación en que entonces se hallaba. Aquí no solo estableció una casa para niños huérfanos, como en otras partes, sino que dispuso también otra para niñas huérfanas, y otra para recoger las mujeres de mala vida, que por medio de sus instrucciones y exhortaciones se habían convertido al camino de la salvación y abrazado la penitencia. Ardiendo en celo de la salvación de las almas, se valía de varias industrias para apartar los hombres de los vicios y atraerles al camino de la virtud. A este fin, escogiendo aquellos niños huérfanos más instruidos y piadosos, iba con ellos como en procesión por las aldeas y lugares circunvecinos, llevando delante la Santa Cruz, y cantando la doctrina cristiana y otras oraciones. Con esta devoción llamaba así las gentes rudas de aquellos pueblos, que acudían en mucho número a ver aquella novedad; y con esta ocasión él les enseñaba la doctrina cristiana, y con palabras sencillas, pero con mucho fervor de espíritu, persuadía a los pecadores la penitencia,poniendo a su vista las llamas eternas que la Justicia Divina tiene prevenidas en el infierno para el castigo de sus culpas, con lo que fueron muchísimos los que con la Divina Gracia redujo al camino de la salvación.
9 En todos estos lugares, y en las diferentes ciudades donde el Santo iba para el efecto susodicho, hallaba muchas personas, la mayor parte nobles, y aun muchos Sacerdotes, que movidos de su singular piedad y de la eficacia de sus palabras, le ofrecían todos sus bienes y sus mismas personas, para que dispusiera de ellas a su arbitrio, en las obras de caridad que había instituido; y por más que él fuese un hombre seglar, que jamás quiso recibir orden alguno eclesiástico, porque no se creía digno de ellos, sin embargo todos lo reconocían por su padre y director espiritual, y dependían enteramente de su voluntad. El siervo de Dios, que contemplaba estas personas como otros tantos obreros que le enviaba el Señor para cultivar aquella viña, y para ayudarle en las obras caritativas de los huérfanos, se valía de cada uno de ellos en los varios y diversos ramos que les encargaba, destinando a unos para la dirección de los niños, a otros para instruirles en las máximas de la religión, a otros para que les enseñasen las ciencias de que eran capaces, a otros para proveerlos de lo que necesitaban para su sustento; y finalmente destinando a muchos para enseñar la doctrina cristiana a las personas rústicas o ignorantes, en las aldeas y campos del territorio de Bérgamo. Habiendo crecido el número de estos operarios, juzgó Jerónimo que convendría unirlos entre sí con el vínculo de caridad, y hacer de este modo más estable y duradera esta obra de misericordia. Para esto resolvió Jerónimo con el consejo y consentimiento de sus compañeros, fundar en un lugar determinado una casa, la cual fuese como la cabeza y el centro de las obras de caridad hasta entonces establecidas, y de aquellas que en adelante se instituyeran en el estado veneciano, como en el ducado de Milán y en otras partes. Después de una madura deliberación fue elegida para este efecto la pequeña aldea de Somasca, situada en el condado de Bérgamo, en un valle llamado de San Martín. De esta aldea ha tomado el nombre de Somasca la congregación que fundó el bienaventurado Jerónimo Miani, especialmente destinada a la educación de los pobres huérfanos; la cual congregación poco después de su muerte fue erigida en religión con autoridad de la silla apostólica. En esta casa de Somasca, como en lugar solitario y muy a propósito para la contemplación de las cosas divinas, se retiraba a sus tiempos el siervo de Dios, para aplicarse con mayor quietud a la oración, a tos ejercicios de penitencia, y a purificar más y más su corazón de aquellas pequeñas manchas, que por un efecto de la humana fragilidad, contraen aun las personas justas y santas en el trato y conversación con los hombres, y en las acciones piadosas de la vida activa. Habiendo hallado una cueva en el monte que está sobre Somasca, se entraba Jerónimo en ella, donde tomaba rigurosas disciplinas; pasaba los días enteros en ayunas, sin tomar alimento alguno, ocupado en la contemplación, que prolongaba hasta la noche; y cuando le era forzoso dar algún descanso a sus miembros, lo tomaba sobre la desnuda tierra. En lo más interior de la cueva hay una peña de la cual mana una fuente de agua dulce, y es tradición constante que el siervo de Dios la consiguió de Dios con su oración: llevan de esta agua a varias partes, y la dan a beber por devoción a los enfermos, y muchos alcanzan por este medio la salud. Mientras Jerónimo permanecía en esta casa de Somasca, iba por aquellos campos, ayudaba en sus labores a los pobres labradores, y entre tanto los instruía en los misterios de la fe, les curaba las llagas podridas y canceradas con tal feliz efecto, que se creía lo había dotado el Señor del don de curación: también se aplicaba con particular cuidado a curar los niños de la tiña que les suele salir en la cabeza, mal que es sobrado común en los hospitales. Finalmente, en esta casa de Somasca terminó el siervo de Dios felizmente sus días con una muerte preciosa, ocasionada de una enfermedad contagiosa que se le pegó, asistiendo a los enfermos que adolecían del mismo mal; por lo que así como toda la vida de este Santo, después de su conversión, fue un continuo ejercicio de caridad hacia el prójimo, así también su muerte fue un efecto de su misma ardiente caridad, con la cual dichosamente selló los últimos momentos de su vida. Acaeció la muerte del bienaventurado Jerónimo Miani a los 8 de febrero del año 1539, siendo de edad de cincuenta y cinco años.
10 Beatificó al Siervo de Dios la Santidad de Benedicto XIV en el año 1748, habiendo antes aprobado los dos milagros siguientes que obró Dios por intercesión de Jerónimo.
11 El primero sucedió en el año 1737 en la ciudad do Venecia, con la persona de Jerónima Durigella: padecía esta mujer muchos años había de escorbuto, la cual enfermedad la había ocasionado malignas llagas, crueles convulsiones y otros fatales síntomas, y los últimos cuatro años los había pasado siempre en la cama sin poderse levantar, en un modo que causaba compasión: en este estado deplorable invocó con gran fervor al bienaventurado Jerónimo, y desde luego recobró la salud y se halló perfectamente buena.
12 El segundo milagro acaeció en el año 1738 con un muchacho de siete años de edad llamado Antonio Blanchini: adolecía éste desde la cuna de epilepsia, de tal modo, que no pasaba día en que varias veces no fuese atacado de este accidente: todos tenían por incurable esta enfermedad; pero encomendándose a la poderosa intercesión de Gerónimo, desapareció el mal, y el muchacho nunca jamás padeció dicho accidente.
13 Después que Jerónimo gozó ya del culto público en la Iglesia, continuó en favorecer a sus devotos, alcanzándoles de Dios varias gracias milagrosas, de las cuales la Santa Sede aprobó las dos siguientes.
14 La primera sucedió en el mes de junio del año 1748, con sor María Gesualda Pocobella; a la cual había sobrevenido en el talón del pie izquierdo un humor tan maligno, que la había podrido la carne y los huesos, y no obstante, encomendándose al beato Jerónimo, curó perfectamente.
15 La segunda sucedió en el mes de abril del año 1759, con Isabel Dandanillia: padecía esta mujer una cólica nefrítica y otros varios males que la habían reducido al último extremo de la vida: en este estado invocó con gran fervor al beato Jerónimo, suplicándolo la alcanzase de Dios la salud; y lo consiguió tan completamente, que en el mismo instante no solo se halló libre de todos sus males, sino que recobró al mismo punto todas las fuerzas y robustez, que había perdido con aquella larga y mortal enfermedad.
16 En vista de estos milagros, y precediendo todos los demás requisitos, la Santidad de Clemente XIII, puso al beato Jerónimo en el catálogo de los Santos.

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