Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia – Madrid-Barcelona, 1844 – Tomo I, Febrero, Día 3, Página 298.
San Blas, Obispo y Mártir
La vida de San Blas, Obispo y Mártir, sacada de Simeón Metafraste, es de esta manera. Fue San Blas desde niño muy bien inclinado, modesto en la juventud, y en toda la vida, temeroso de Dios. Se le aficionó todo el pueblo por sus grandes virtudes, y le hicieron Obispo de la ciudad de Sebaste, que es en la provincia de Armenia. Después por divina inspiración se retiró a un monte, que se llamaba Argeo, o hizo vida algún tiempo en una cueva, a la cual venían cada día las bestias fieras de aquellos campos para honrar al Santo, y ser curadas de él, y recibir su bendición; y si acaso venían, estando en oración, no le interrumpían, ni le estorbaban, antes aguardaban, que la acabase, y sin su bendición de allí no se partían: para que se vea, cómo el Señor honra a Sus Santos, y que todas las criaturas le obedecen; y se entienda aquella excelencia, e imperio que tuvieron nuestros primeros padres sobre las bestias en el dichoso estado de la inocencia. Halló San Blas delicias en la cueva, obediencia en las fieras, seguridad en los monstruos, abundancia en los desiertos, y deleite en la soledad. Vino un presidente de los emperadores Diocleciano y Maximiano, llamado Agricolao, a la ciudad de Sebaste, y comenzó a perseguir el rebaño del Señor, y por medio de sus ministros, como lobos hambrientos y crueles, hacer riza en las ovejas de Cristo, mientras que los naturales y verdaderos lobos besaban mansamente los pies de Blas su pastor; siendo los hombres por su maldad más feroces y crueles contra los hombres, que lo eran las bestias por su naturaleza. Pareció al presidente, que era bien acabar de una vez con los cristianos, que tenía presos, y hacerlos despedazar de las fieras, para que así tuviesen más crudo y vil tormento, y su sepulcro fuese el vientre de ellas, y el pueblo tuviese algún entretenimiento, y regocijo. Para esto envió sus ministros a caza de las mismas fieras, los cuales cercando el monte Argeo, llegaron a la cueva, donde estaba San Blas, y hallaron delante de ella gran número de animales feroces, leones, tigres, osos, lobos y otros, que le hacían compañía con gran concordia y amistad. Espantados de esto, entraron con curiosidad dentro de la cueva, y vieron al Santo sentado, absorto en Dios, suplicándole, como se puede piadosamente creer, por la paz y tranquilidad de Su Iglesia. Volvieron luego a la ciudad, y dieron razón al presidente de lo que habían hallado y visto; y él envió gran número de soldados a aquel monte, para que buscasen con gran diligencia los cristianos, y le trajesen todos los que hallasen. Llegados a la cueva, hallaron a San Blas solo, orando y alabando al Señor, y le dijeron: «Ven con nosotros, que el presidente te llama:» Y el Santo con grande alegría les dijo: «Hijos míos, seáis muy bienvenidos: muchos días ha, que estoy aguardando: yo me he dejado gobernar aquí dentro de mi Señor; ahora por Su Voluntad de buena gana os seguiré. Esta noche me apareció tres veces, y me dijo, que me levantase, y ofreciese el sacrificio que suelen ofrecer los sacerdotes: por tanto, hermanos, vamos, vamos en el nombre de Dios.»Llevaban los soldados al Santo; y él con sus palabras encendía los corazones de los que lo oían, y con los milagros, que obraba en el camino, se convertían a la ley del Señor. Llegado a la ciudad, el presidente le mandó echar en la cárcel, y al día siguiente traerle delante de sí; y queriéndole tentar con blanduras, le dijo: «Seáis bienvenido, Blas, amigo mío carísimo, y de los dioses inmortales.» A esto respondió Blas, «Dios te guarde, oh presidente: y para que te guarde, yo te ruego, que no llames dioses a los demonios, en cuyas manos serán entregados todos los que los adoran, y tienen por dioses.» Quedó atónito el presidente de esta respuesta tan libre del Santo, y estuvo un poco suspenso pensando lo que había de hacer con él, y encendiéndosele la cólera, le mandó allí luego apalear; y así lo hicieron los sayones con gran fuerza, y por muchas horas, estando el Santo con grande constancia, y alegría; y haciendo burla del presidente le dijo: Oh, engañador de las almas, y desatinado, ¿piensas, que por tus tormentos me tengo de apartar de Dios? No, no; que el mismo Señor está conmigo, y me conforta; por tanto haz de mí lo que quisieres. Le mandó el presidente volver a la cárcel: y estando en ella, una piadosa mujer, viuda, y vieja, le trajo de comer, y echándose a sus pies, le suplicaba, que aceptase aquella miseria que de su pobreza le ofrecía. El Santo la aceptó, y se la agradeció, alabando la buena voluntad, con que se la había traído, y exhortándola, que hiciese siempre bien a todos los pobres, que pudiese, y prometiéndole, que no solamente a ella, más a todos sus devotos procuraría vivo, y muerto, socorrerlos en sus necesidades. Traían al Santo todos los enfermos de aquella comarca, y él por sus oraciones los sanaba: y entre ellos fue un muchacho, al cual, comiendo de un pez, se le había atravesado una espina en la garganta, y le ahogaba, y estaba ya para expirar; y traído con muchas lágrimas, y suspiros por su madre a los pies del Santo, él suplicó al Señor, que le sanase, y a todos, los que tuviesen aquel mal, y se encomendasen a él: y con esto quedó sano, y Dios nuestro Señor hizo tantos, y tan señalados milagros por la intercesión de San Blas, sanando a muchos, que tenían alguna espina, o hueso atravesado en la garganta, que Aecio, médico griego antiquísimo, entre otros remedios, que escribe para este mal, pone la invocación de San Blas, y dice, que tomando al enfermo por la garganta, le digan estas palabras: Blasius martir, et servus Christi, dicit: Aut ascende, aut descende: Blas mártir y siervo de Cristo, manda, que, o subas, o bajes; que es señal, que se usaba mucho en su tiempo.
2 Pasados algunos días, mandó Agricolao parecer otra vez al Santo Obispo en su tribunal, y hallándolo cada vez más constante, y firme en su santo propósito, le mandó colgar de un madero, y azotarle crudamente; y el Santo, no haciendo caso de los azotes, alababa al Señor, porque le daba gracia para padecer por Él, dando con esto ejemplo de fortaleza a los circunstantes. Le mandó el presidente volver a la cárcel, y llevándole, iban tras él siete mujeres devotas, y llenas de piadoso afecto, recogiendo la sangre, que destilaba de sus llagas, y caía en tierra, y con ella se ungían con gran fervor.Fueron presas las santas mujeres y llevadas al presidente: el cual les dijo, que sacrificasen a los dioses, o que se aparejasen para morir. Respondieron ellas, que enviase sus dioses a una laguna, que estaba vecina, para que levantándose ellas en el agua, les pudiesen con limpieza ofrecer sacrificio. Se holgó mucho el presidente de esto, y mandó que así se hiciese: mas las santas mujeres tomaron los dioses del presidente, y los echaron en la laguna: lo cual sabido por Agricolao, no se puede creer fácilmente lo que se embraveció, y haciendo encender una gran de hoguera, con plomo derretido, y siete planchas, o como camisas de hierro, les dijo, que escogiesen una de dos: o adorar a los dioses, o probar si aquel fuego ardía, y el plomo derretido quemaba. Diciendo él esto, una de aquellas santas mujeres, que tenía allí consigo dos hijos pequeños, tomó corrida hacia el fuego, y los dos hijos le rogaban, que no los dejase vivos, muriendo ella, sino que como les había dado esta luz corporal, los ayudase, para ver la celestial, y gozar de su Señor. Se turbó sobremanera Agricolao, cuando oyó las voces, y vio las lágrimas de los niños; y atravesado como de una aguda espada de dolor, dio un suspiro, y dijo: ¡Qué!, ¿las mujeres y los niños hacen burla de nosotros? Y mandó colgarlos y rasgar sus carnes con peines de hierro: mas, ¡oh, bondad del Señor!, no corría sangre de las llagas, sino leche, y sus carnes estaban más blancas que la nieve: y al mismo tiempo que los verdugos desgarraban los cuerpos de las santas, los Ángeles los sanaban, y apareciéndoles visiblemente, les decían: No os espanten los tormentos: pelead, que venceréis y seréis coronadas: pasará en breve este trabajo; y el galardón durara para siempre. Finalmente, el presidente las mandó echar en el fuego, y habiéndolas el Señor librado de él, y salido sin lesión alguna, dio sentencia, que les fuesen cortadas las cabezas; y así se hizo, habiendo hecho primero gracias al Señor por aquel beneficio, que de Su mano recibían; suplicándole que aceptase sus cuerpos y sus almas por sacrificio, y diciéndole todas siete con un espíritu, y con una voz: Gracias Os hacemos, Señor; porque nos habéis dado gracia que seamos sacrificadas en este altar, como inocentes corderas. Quiso el presidente tentar otra vez a San Blas: y como no le sucediese, como él quería, le mandó echar a aquella laguna: mas él, haciéndole la Cruz, andaba sobre las aguas sin hundirse, y sentándose en medio de ella convidó a los infieles, y ministros de justicia, que entrasen en el agua, como él, si pensaban, que sus dioses los podían ayudar. Entraron sesenta y ocho, y luego se ahogaron y fueron al fondo; y el Ángel apareció a San Blas, y le dijo: Oh ánima alumbrada del Señor, oh Pontífice amigo de Dios, sal de esta agua, para que recibas la corona de esta gloria inmortal. En continente el santo mártir salió de la agua con un rostro tan resplandeciente, que dio temor y espanto a los paganos, y alegría y contento a los cristianos. El presidente, confuso, y burlado, viendo lo poco que le aprovechaban sus invenciones y arte, le mandó degollar. El Santo, estando ya para tender el cuello al cuchillo, hizo oración al Señor, suplicándole por todos los que en sus trabajos le habían ayudado, y por los que en los siglos venideros se encomendasen a sus oraciones: y el mismo Señor le apareció, y con voz clara, y que todos lo oyeron, le dijo: «Yo he oído tu oración, y te he otorgado, lo que me pides:» y luego le fue cortada la cabeza, y con él, a los dos hijos, que dijimos, de aquella santa mujer, que se los había encomendado a San Blas a ruegos de los mismos hijos.
3 Éste fue el fin glorioso de este Santo Pontífice. Murió en Sebaste a los 3 de febrero, y en aquel día celebra la Iglesia su fiesta. Los cristianos tomaron su cuerpo, y le enterraron con grande devoción, y el Señor obró grandes milagros por su intercesión, y dio salud a muchos enfermos. En el martirio de este Santo tenemos admirables ejemplos de fe, fortaleza, y constancia, y especialmente los prelados de la Iglesia le deben imitar como a santo prelado; y las mujeres a las santas mujeres, que por su devoción, y por recoger su bendita sangre, varonilmente murieron por Cristo; y hasta los niños pueden tomar por dechado a los niños, que fueron descabezados con el Santo, queriendo antes seguir a su piadosa madre en la muerte, que quedar en esta miserable vida.
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