sábado, 16 de febrero de 2019

16 de Febrero: San Macario, Abad, el Grande (300-391)

Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia. Madrid–Barcelona 1844 – Tomo I. Enero, Día 2, Página 82.


San Macario, Abad, el Egipcio (el Viejo)

Dos varones santísimos, discípulos del gran padre San Antonio abad, tiene la Santa Iglesia, llamados Macarios, los cuales fueron de vida tan celestial y perfecta, que quedó por ejemplo, regla y forma a todos los monjes, que aspiran a la participación y comunicación de Dios. El uno se llama Macario el Egipcio, porque nació y vivió en Egipto; y el otro se dice Macario el Alejandrino, porque, aunque nació también en Egipto, fue presbítero de Alejandría, y le dan este nombre, para diferenciarle del Egipcio. De estos dos Macarios hablan casi todos los historiadores de las cosas eclesiásticas, y de ellos sacaremos nosotros las cosas que brevemente referiremos aquí.
2 El primer Macario, y más antiguo, fue discípulo, como dijimos, de San Antonio abad, y muy parecido a él en la oración y en la contemplación, en la humildad y menosprecio de sí, en la penitencia y aspereza de vida, y en el dominio o imperio, que tuvo sobre los demonios, en las revelaciones e ilustraciones de Dios, y en los milagros, que el Señor obró por él, que fueron muchos y muy grandes, de los cuales algunos diremos nosotros. Habiéndose hallado un hombre muerto, fue achacado de aquel homicidio otro hombre, que no tenía culpa, y queriéndole prender, se acogió a la celda de San Macario, como a puerto seguro. Le siguieron los que le buscaban, le pidieron al Santo, diciéndole que se le entregase, porque no llevasen ellos la pena que aquel hombre merecía: y como el hombre con grandes juramentos, y maldiciones afirmase, que no tenía culpa en aquella muerte; San Macario se fue con aquella gente al sepulcro del hombre muerto, y hecha su oración, le llamó en el nombre de Cristo por su nombre, y él luego respondió: y el Santo le dijo: Yo te pido y mando en el nombre de Cristo, que digas, si este hombre te mató; y el muerto con voz clara, y que todos los circunstantes la pudieron entender, respondió, que aquel hombre no le había muerto. Quedaron atónitos todos los que allí estaban, alabando a Dios, que había librado al inocente; y se echaron a los pies de San Macario, suplicándole, que pidiese al muerto, quién había sido el matador. Entonces respondió Macario: A mí me basta, que el que no tiene culpa, no tenga pena; mas que sea castigado el culpado no me toca.
3 Se enamoró de una mujer casada un hombre desatinadamente; y como era tan honesta, como hermosa, con todo el artificio, que usó, nunca pudo atraerla a su voluntad. Se concertó con un amigo, y nigromántico, para que con sus maleficios y hechizos la rindiese, o a lo menos la apartase del amor de su marido. No pudo el mago ablandarla, para que consintiese en el pecado; pero pudo (permitiéndolo nuestro Señor) hacer, que aquella mujer, no pareciese, lo que era, sino yegua. Yegua parecía a los que la miraban, yegua a los criados de su casa, y yegua a su propio marido; aunque ella verdaderamente era mujer, y la mudanza no estaba en ella, sino en los ojos de los que la veían. El marido, después de haber probado otros medios sin provecho, la llevó atada con un cabestro, como una bestia, a San Macario, a quien Dios nuestro Señor ya había revelado la verdad de aquel negocio. Se echó a los pies del Santo el triste marido, y llorando y sollozando, le suplicó, que se compadeciese de él y de aquella desventurada mujer, y le volviese el ser y la figura humana; y el Santo respondió: Ésta no es yegua sino mujer; y vosotros engañados del común enemigo, tenéis ojos de caballos. Echó sobre su cabeza agua bendita; y luego en los ojos de todos pareció lo que era, y perdió aquella forma aparente y fantástica de yegua. La exhortó a frecuentar el Santo Sacramento del Altar, y le dijo, que aquella ilusión le había venido, porque cinco semanas había estado sin recibir el Cuerpo de Cristo nuestro Señor, y porque entraba pocas veces en la iglesia; y contenta y consolada, la envió con su marido a su casa.
4 Otra vez vino a él un hereje, que negaba la resurrección de la carne, y se puso a disputar delante de otros muchos monjes sobre este artículo con San Macario: y como el Santo Padre con razones y argumentos, no le pudiese convencer (porque era agudo disputador); entendiendo, que algunos circunstantes estaban en peligro de creer, lo que el hereje decía, y caer en aquel error, le propuso San Macario, que se fuese a algún sepulcro, y el que de los dos resucitase algún muerto, ése fuese tenido por predicador de la verdad. A todos pareció bien, lo que San Macario propuso: fueron al sepulcro; pero el disputador hereje no se atrevió a hacer aquel milagro, y Macario, postrado en el acatamiento del Señor, le suplicó, que manifestase con la resurrección de un muerto, cuál de los dos tenía, y enseñaba la Fe verdadera y católica: y luego llamando por su nombre a un hombre, que poco antes había sido sepultado; el muerto respondió y salió de la sepultura, con admiración de todos los que allí estaban, para gloria del Señor y confirmación de Su Santa Fe, y confusión del mismo hereje, que echó a huir: pero no pudo escaparse; antes fue preso, y desterrado de toda aquella tierra.
Tenía dos compañeros, o discípulos, y por Espíritu Divino entendió, que uno de ellos, que se llamaba Juan, era muy inclinado a la codicia, y el daño, que si no se iba a la mano de ella, le había de venir. Le dijo un día: que él conocía, que el demonio le tentaba de avaricia, y que si le resistiese, Dios le favorecería; pero que si se dejaba llevar de su mal deseo, tendría el fin, que había tenido Giezi, y que le imitaría en la pena, pues lo imitaba en la culpa. Murió el Santo; y Juan su discípulo se dejó engañar del demonio, y cayó en el lazo, usurpando y tomando para sí los bienes de los pobres. Pero para que se cumpliese la profecía de San Macario, le dio una enfermedad de lepra tan asquerosa y horrible, que todo el cuerpo era como una llaga, de manera, que no había parte sana en él.
6 Le trajo una pobre y afligida mujer a un hijo suyo mozo, atormentado del demonio con un hambre insaciable, y que después de haber comido grandísima cantidad de panes, y bebido, lo tornaba a echar todo por la boca, y lo resolvía en aire. Le sanó el Santo con su oración, y le mandó dar cada día, que trabajase, solas tres libras de pan, que para lo que solía comer era muy poco.
7 Como eran tantos los que venían a San Macario por consuelo y remedio; y él se cansase, porque le estorbaban su contemplación; hizo debajo de tierra una cueva secreta y escondida, adonde se recogía como a sagrado, huyendo de las ondas y alteraciones del mar. Vivió este santo varón noventa años, treinta en el siglo, y sesenta en la soledad, y los diez primeros años se ejercitó con tanto ahínco y solicitud en todos los trabajos y asperezas de los monjes, que le dieron un nombre en griego, que quiere decir, «El mozo viejo;» porque teniendo poca edad, y siendo casi novicio, hacía ventaja a los muy viejos y ejercitados en aquella escuela de perfección; y así vino a un grado tan raro y divino de comunicación con Dios, que de la continua contemplación y trato con el Señor, casi siempre estaba en éxtasis. Además de su santísima vida, con la cual edificó a toda la Iglesia, también la ilustró con sus escritos, y en el segundo tomo de la Biblioteca de los Santos Padres se hallan cincuenta homilías suyas, traducidas de griego en latín.
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Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia. Madrid–Barcelona 1844 – Tomo I. Enero, Día 15, Página 137.

San Macario, Abad, el Alejandrino

Fue este Macario discípulo de San Antonio, y compañero del otro egipcio; aunque fue más mozo que él, y tan perfecto, que San Antonio le dijo, que el Espíritu Santo había reposado sobre él, y que él seria heredero de sus virtudes. Iban una vez los dos Macarios juntos, y habiendo de pasar el río Nilo, entraron en un barco, en quien iban dos soldados maestres de campo, con gran pompa y acompañamiento: y como vieron a los dos Macarios apartados al rincón del barco, y tan pobres y humildes, dijo el uno de los maestres de campo: Bienaventurados vosotros, que así os burláis del mundo. Entonces respondió Macario: Nosotros nos burlamos del mundo, y el mundo se burla de vosotros. Penetraron estas palabras el corazón de aquel soldado, de manera, que dejó las cosas de la tierra, y dando grandes limosnas a los pobres, se recogió a la soledad.
2 Enviaron una vez a San Macario unas uvas muy frescas y sabrosas: tuvo gana de comer de ellas; pero para vencer aquel gusto y apetito, no las quiso tocar, antes las envió a otro monje achacoso, y que deseaba comer uvas: las recibió con agradecimiento el monje, y por mortificarse no las comió, sino las envió a otro monje; y en suma las uvas anduvieron de mano en mano por todos los monjes, y volvieron a San Macario, sin que ninguno comiese de ellas, ni las tocase: y cuando el Santo lo supo, conoció la virtud y templanza de aquellos santos varones, y por ella hizo gracias al Señor, y no quiso gustar de ellas, aunque se las habían enviado dos veces, por dar ejemplo a los demás. Supo que los monjes Tabemesioras no comían en toda la cuaresma cosa que hubiese llegado al fuego; y él determinó por espacio de siete años hacer lo mismo, y lo guardó tan perfectamente, que en todo aquel tiempo no comió sino unas yerbas crudas, o legumbres mojadas en agua; y para vencer el sueño, estuvo veinte días, y veinte noches, sin entrar debajo de tejado. Le tentó una vez gravemente el espíritu de fornicación, y para vencerlo se sentó desnudo en carnes en un lugar donde había innumerables y molestosos mosquitos, tan grandes como abejas, y con aguijones tan agudos y penetrantes, que pasaban el cuero de un jabalí. En este lugar estuvo seis meses, venciendo los estímulos de la carne con los aguijones de los mosquitos, y sacando un clavo con otro clavo, como dicen, quedó tan lastimado y llagado, que parecía un leproso. Otra vez caminó veinte días por un desierto, sin comer bocado, y estando fatigado y desmayado, le proveyó el Señor con una vaca, con cuya leche se refociló y alentó, para seguir su camino, y la misma vaca le siguió hasta su celda, dándole la leche que había menester. Cavando un pozo, le mordió un áspid, que es serpiente muy venenosa. Tomó el áspid con las dos manos, y le hizo pedazos, diciendo: ¿No habiéndote enviado mi Dios, como te atreviste a llegarte a mí?
3 Siendo ya viejo, se fue disimulado al convento de San Pacomio, en el cual vivían mil y cuatrocientos monjes: pidió con mucha instancia y humildad a San Pacomio, que le recibiese en aquella santa casa por monje: le entretuvo siete días el abad sin recibirle, alegando, que siendo ya tan viejo, no podría llevar el trabajo, que llevaban los mozos. Finalmente le recibió; y fue tal la vida de Macario, que espantó a todos los monjes, pareciéndoles que era más que hombre, y no compuesto de hueso y carne como los demás: y rogaron al abad que le echase del convento; porque no podían sufrir tanta perfección. Suplicó Pacomio a nuestro Señor que le revelase quién era aquel monje; y Él le descubrió que era Macario, y tomándolo aparte y abrazándole, y diciéndole que harto había edificado y humillado, para que no se desvaneciesen sus monjes, le rogó que los encomendase a Dios, y se volviese a su lugar; y así lo hizo.
4 Vino á él una vez un clérigo de Misa, que estaba con un cáncer en la cabeza, tan disforme, que se la comía toda, y se descubría el casco, para pedirle que se apiadase de él, y le otorgase la salud. El Santo no lo quiso hacer, ni aun hablarle. Se halló allí Paladio, que es el que lo escribe, y le suplicó que tuviese lástima de aquel pobre hombre, y que a lo menos le diese buena respuesta. Declaró el Santo que aquel cáncer era castigo de Dios; porque habiendo caído en fornicación el clérigo, se había llegado al altar y dicho Misa, sin hacer primero penitencia, y que si él quería abstenerse de allí adelante de decir Misa en pena de su culpa, Dios le sanaría. Todo lo que quiso San Macario abrazó y prometió el clérigo; y el Santo puso sobre él sus manos, y dentro de pocos días le envió sano a su casa: para que entendamos el rigor con que nuestro Señor castiga a los que con el corazón amancillado y sucio, se llegan a Él, y que muchas veces las enfermedades, que pensamos venirnos acaso, nacen y tienen su raíz y principio en el pecado.
5 Le tentó una vez el demonio de vanagloria, persuadiéndole que fuese a Roma, con color, que allí podría hacer más bien sanando a muchos enfermos; pero a la verdad era para que fuese más conocido, y estimado, y alabado en aquella ciudad, que es cabeza del mundo. Peleó con este pensamiento muchos días, y como no le pudiese despedir de sí, se sentó a la puerta de su celda, y sacando de ella los pies, llamó a los demonios y les dijo: Sacadme y arrastradme vosotros fuera de esta celda, si Dios os da potestad, porque yo de mi voluntad no saldré de ella, ni de aquí adelante os oiré más; y así estuvo hasta la noche tendido en el suelo; y como todavía aquel pensamiento importuno le molestase, llenó una grande espuerta de arena, y la tomó sobre sus hombros, y andaba cargado con ella: y preguntado por qué lo hacía, respondió: Por afligir al que me aflige, y fatigar al que me fatiga. Estando un día sentado San Macario, una hiena, que es animal feroz y bravo, a manera de lobo, pero de cuerpo mayor y más fiero, o como otros dicen, una leona, le trajo un cachorrillo, hijo suyo, que era ciego; y habiendo con su cabeza llamado a la puerta, entró y lo puso a los pies del Santo: el cual conoció lo que aquella fiera quería de él: oró y escupió en los ojos del hijuelo ciego, y luego cobró la vista; y la madre le dio leche y se partió muy reconocida y contenta: y para mostrar su agradecimiento, el día siguiente volvió al Santo, trayéndolo por presente una piel de una grande oveja. La vio el Santo Macario, y dijo a la fiera: Si tú no hubieras comido la oveja, que no era tuya, no tuvieras su pellejo: yo no quiero recibir de ti lo que me traes en daño de otro; y la fiera, bajando la cabeza, y como arrodillándose, ponía a los pies del Santo el pellejo; y el Santo tornó a decir: Ya te he dicho que no lo tomaré, si no me prometes de no hacer daño a los pobres, comiendo sus ovejas; y ella con la cabeza dio a entender que así lo haría, y en todo lo obedecería; y con esto Macario tomó el pellejo, y después le dio a San Atanasio, y San Atanasio a Melania la vieja, como lo decimos en la vida de Melania la moza, a los 31 de diciembre.
6 Le preguntó una vez Paladio: ¿Qué haría, porque muchas veces el demonio le tentaba y le ponía en el corazón que se partiese de allí, porque no hacía nada, o no valía nada todo lo que hacía? Y Macario le dijo: Responde a ese pensamiento, cuando te viniere: Yo por amor de Cristo estoy aquí, guardando estas paredes.
7 Juan Casiano escribe, que solía decir San Macario, que el monje había de ayunar como si hubiese de vivir cien años, y mortificar sus pasiones como si hubiese de morir en aquel día. Y en otro lugar trae una semejanza, con que solía enseñar el Santo el engaño del monje, que estando en su quietud y soledad, la deja y vuelve al bullicio de la ciudad, con esperanza de hacer entre sus deudos y conocidos mayor provecho. Hubo, decía San Macario, en una ciudad un barbero excelente en su oficio: afeitaba a todos los que venían a él, y cada uno le pagaba con tres maravedís por su trabajo: comía él, y cada noche le sobraba mucho de lo que aquel día había ganado: entendió, que en otra ciudad se pagaba el barbero con mucha mayor cantidad que en la suya: se fue a ella, creyendo que en poco tiempo se haría rico: puso tienda y comenzó a ejercitar su oficio, y como le pagaban tan bien, allegó mucho dinero aquel día; y muy gozoso y contento fue a la plaza a comprar de comer; mas halló, que las cosas se vendían tan caras, que de todo lo que había ganado no le sobraba nada, y que era más rico, cuando en su ciudad no le daban sino tres maravedís; porque con ellos le sustentaba abundantemente y le sobraba: y haciendo bien su cuenta, y conociendo su engaño, destejió la tela que había tejido, y se volvió a su antigua morada. De esta manera, decía San Macario, que es la ganancia de los santos religiosos, que estando en sus monasterios, cada día van trabajando y ganando, sustentándose en la vida espiritual: y aunque la ganancia parezca poca, como es continua y segura, y poco el gasto, al cabo del año es grande el caudal; y los que con codicia de mayores ganancias salen del puerto de su quietud, y se engolfan en los negocios del mundo, que no son de su regla e instituto, aunque parece que ganan mucho, son tantos los gastos de los ciudadanos, y distracciones, y vanidades, que se les pegan, que todas aquellas ganancias paran en humo, y no les queda nada entre las manos. Todo esto es de San Macario, y lo trae, como dijimos, Casiano.
La vida de los dos Macarios escribió Paladio; que vivió con el Alejandrino tres años, y tuvo mucha noticia de Macario el Egipcio: el cual había muerto el año antes que Paladio entrase en aquella soledad.

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