martes, 26 de febrero de 2019

22 de Febrero: Santa Margarita de Cortona (1247-1297) Cuerpo Incorrupto

Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia – Madrid-Barcelona, 1844 – Tomo I, Febrero, Día 23, Página 373.




Santa Margarita de Cortona

Margarita, llamada vulgarmente de Cortona, porque vivió muchos años y murió en esta ciudad, nació en el lugar de Laviano, del obispado de Chiusi o Quiusi en el estado de Toscana, por los años de 1250. Sus padres fueron de humilde condición: su oficio era trabajar en el campo como pobres jornaleros; pero sus costumbres eran honradas y virtuosas. Así que llegó Margarita a la edad de siete años perdió a la madre; y pasando pocos años después su padre a contraer segundo matrimonio, empezó Margarita a seguir las malas inclinaciones de la naturaleza: se entregó a una vida libertina, y se dejó cautivar del torpe amor. Siendo muy viva, de agudo ingenio y hermosa, se aficionó a los placeres, a la vanidad y a las lisonjas del siglo, y cayó infelizmente en los lazos del demonio, y en las redes de aquellos malvados que procuraron con sus engaños hacerla perder la inocencia y castidad. En efecto, se abandonó Margarita de tal modo a la liviandad, que en la flor de sus años llegó a ser el escándalo de todo el país, menospreciando las amonestaciones caritativas de su padre, y las reprensiones, tal vez sobrado ásperas, y duras de su madrastra. Por fin, se enlazó en una torpe amistad con un joven caballero de la cercana ciudad de Monte-Policiano, donde Margarita pasó a vivir, y en donde llevó con este joven una vida escandalosa por espacio de nueve años. Estaba Margarita sumergida en este profundo abismo de males, a que sus desordenadas pasiones la habían precipitado, cuando el Señor se dignó mirarla favorablemente. y usar con ella de su Infinita Misericordia, por medio de un funesto accidente que acaeció a su infeliz amante, y fue en esta forma. Había salido este infeliz joven un día de la ciudad seguido de una perrilla de Margarita, cuando de improviso le asaltaron y acometieron sus enemigos, que tal voz eran sus rivales, los cuales, dándole muchas heridas, le dejaron muerto allí mismo; y para ocultar su homicidio echaron el cadáver en un hoyo, cubriéndole de tierra y ramas de árbol. Volvió la perrilla a casa de Margarita dando tristes aullidos, cosa que la hizo recelar no hubiese sucedido alguna desgracia a su joven caballero. Pero pasando dos o tres días sin que su amanto viniese a verla, crecieron tanto en Margarita sus recelos o sospechas, que llena de susto y sobresalto, se fue por la misma senda por donde él se había encaminado, seguida de la misma perrilla; la cual así que llegó al lugar en que estaba escondido el cadáver, se paró y empezó de nuevo a dar tristes y funestos aullidos, escarbando la tierra con sus manecillas, como que quería descubrir alguna cosa. Entonces se acercó allí Margarita, y apartando con sus manos las ramas y la tierra que cubrían la hoya o sepultura, vio el cuerpo de su desgraciado amante; pero ya tan desfigurado, tan comido de gusanos y hediondo, que exhalaba un hedor intolerable.
2 A vista de este espectáculo tan horrendo, quedó Margarita atónita y como fuera do sí, llena de pavor y miedo: la asaltaron en este mismo instante a su espíritu una multitud de consideraciones melancólicas: de una parte consideraba el estado miserable del cuerpo de aquel joven que tanto había amado; y que aun era mucho más miserable el de su infeliz y desventurada alma: de otra parte, mirándose a sí misma y el estado infeliz de su propia alma, la consideraba delante de Dios mucho mas desfigurada y cubierta de gusanos que aquel cadáver hediondo y podrido. Entonces toda horrorizada de sí misma, y del peligro a que estaba expuesta a cada momento de caer en las llamas del infierno y de perderse eternamente, empezó a implorar la Divina Misericordia, y arrojándose en el suelo se deshacía en un copiosísimo llanto: y obrando la gracia de Dios en su corazón, penetrada de un vivo dolor y de un íntimo arrepentimiento de sus pasados desórdenes, no pensó ya sino en mudar de vida, y en borrar sus culpas con una verdadera y proporcionada penitencia.
3 A este fin se partió luego de Monte-Policiano, para huir de los peligros de pecar. Se volvió a Laviano, donde inmediatamente fue a echarse a los pies de su padre, pidiéndole perdón de sus disoluciones, de su desobediencia y de los muchos disgustos que le había dado; suplicándole con muchas lágrimas y suspiros salidos del centro de su corazón, la admitiese en su casa, así como aquel padre del Evangelio admitió en la suya a aquel su hijo pródigo, después de haber llevado una vida escandalosa semejante a la suya. El padre, enternecido de las lágrimas y humildad de su hija, fácilmente la hubiera acogido en su casa, si no le hubiese detenido la resistencia de su mujer, que conservaba contra Margarita toda la dureza y malignidad de una madrastra. Margarita sufrió con paciencia y tranquilidad de espíritu este desaire de su padre; y deseosa de reparar públicamente los escándalos, que con sus públicas disoluciones había dado a los vecinos de Laviano, en ocasión que todo el pueblo estaba en la iglesia, compareció Margarita en ella vestida de un saco y con una soga al cuello; y puesta de rodillas, las manos juntas, y deshaciéndose en lágrimas, pidió a todos en altas voces la perdonasen sus pasadas profanidades y sus muchos escándalos.
4 Parece que esta pública humillación en una mujer joven que conservaba toda la belleza y espíritu, de que la había dotado la naturaleza, debía enternecer a todo el lugar, y ganarse el afecto y cariño de todos sus parientes; pero sucedió al revés; porque ellos tomaron de aquí ocasión para enfurecerse mucho más contra Margarita. La madrastra en particular la persiguió con tanto encono, que no paró hasta que con sus malas artes logró hacerla desterrar de la parroquia, como mujer desvergonzada e insensata.
5 Viéndose Margarita abandonada de sus parientes y desechada de sus paisanos, se vio fuertemente tentada de volver a sus antecedentes disoluciones; pues hallándose todavía joven, de edad de veinte y cuatro años, y conservando toda su hermosura, le parecía poder gozar aun mucho tiempo de los placeros y de las vanidades del mundo. Pero Dios, que misericordiosamente había empezado la obra de su conversión, la sostuvo en aquel combate, y la hizo salir victoriosa de tan maligna tentación; porque inspirada del mismo Señor, padre de toda consolación, se partió a la cercana ciudad de Cortona, donde una buena señora la recibió en su casa, con todo aquel agrado y cariño que Margarita podía desear. De aquí se encaminó a la iglesia del convento del Padre San Francisco, y puesta a los pies de un religioso, hizo una confesión general de todas sus culpas, con tan extraordinaria contrición de ellas, que deshecha en llanto, allí mismo pidió ser admitida a vestir el hábito de penitente de la tercera orden del seráfico Patriarca. El confesor la acogió benignamente, y la animó a seguir la penitencia que había comenzado, a fin de satisfacer a la Justicia Divina, ofreciéndola su ayuda y asistencia, dándola asimismo esperanza de conseguir de los superiores el hábito de penitente que tanto deseaba; el que con todo no pudo obtener sino después de tres años; porque los religiosos, temerosos de la inconstancia de una mujer moza, se detenían en darla gusto en su pretensión; diciendo que si sucediese su recaída después de haberla vestido el santo hábito, seria en descrédito de su enseñanza y en deshonor de su Orden.
6 Luego que Margarita se vio vestida del santo hábito de la Tercera Orden, se entregó con nuevo fervor a los ejercicios de penitencia: de modo que en adelante su vida fue un conjunto de mortificación y humildad. El amor de Dios, que se hizo dueño de su corazón, extinguió en ella el amor del mundo: de suerte, que los placeres y vanidades del siglo, que habían sido el ídolo de su corazón, la eran ya un objeto de horror y aborrecimiento. Llevaba una vida muy retirada en una pobre casa y estrecho aposento, del cual no salía sino para ir a la iglesia. Observaba un ayuno continuo y riguroso, comiendo ordinariamente solo pan y agua; a que añadía en los días festivos algunas nueces o frutas secas, o legumbres sin cocer: dormía poco echada sobre la tierra desnuda, y teniendo debajo de la cabeza una piedra por almohada: pasaba en oración la mayor parte de la noche, llorando a los pies de un Crucifijo las ofensas hechas a la Divina Majestad. Había concebido un odio tan grande contra su cuerpo, instrumento de tantas culpas y escándalos, que no satisfecha de extenuarle con asperísimas penitencias y continuos ayunos, estaba resuelta a desfigurar su rostro cortándose los labios o las narices, o abriéndose las mejillas con algún instrumento, a fin de ponerse fea y horrible a los ojos de los hombres; y lo ejecutara, si su confesor, a quien profesaba una perfecta obediencia, no se lo hubiera prohibido.
7 Rabioso el demonio de ver tanta virtud y penitencia en Margarita, la asaltó con muchas y furiosas tentaciones; mas ella recurriendo a Dios con fervorosas oraciones, e implorando con muchas súplicas la poderosa intercesión de la Virgen Santísima, salió siempre victoriosa. Después que Margarita se hubo ejercitado algunos años en esta vida de tanto rigor y penitencia, fue favorecida de Dios con el don de una contemplación sublime; con el de lágrimas, el de hacer milagros, y el de conocer los secretos del corazón y de la conciencia. Estos dones y gracias sobrenaturales, unidas a los ejemplos de su santa vida, conciliaron a Margarita el amor y el respeto de los ciudadanos de Cortona, que la veneraban como a otra Santa Magdalena. La fama de su heroica virtud se extendió por muchas partes, y venían a Cortona muchas personas de lugares muy distantes sólo por ver a Margarita, y admirar los prodigios de misericordia que Dios había obrado en ella, quedando todos edificados de su vida ejemplar y penitente; y no eran pocos los que oyéndola hablar de materias espirituales, se compungían, dejaban sus vicios y se convertían al Señor; porque hablaba en estos asuntos con tanta dulzura, suavidad y unción, que ganaba para Dios a cuantos tenían la dicha de oírla: de suerte, que la que en otro tiempo había sido lazo del demonio para perder la incauta juventud, era un instrumento de la Divina Misericordia, para sacar a muchos pecadores del atolladero de sus vicios, y restituirlos al camino de la salvación. En la historia de su vida se refieren muchísimas de estas conversiones que Dios obró por medio de Margarita; pero nosotros sólo referiremos los dos casos siguientes.
Un mozo travieso y rico tenía en su poder la mujer de un ciudadano con mucho escándalo de la ciudad: sentía mucho su madre este desafuero, así por el infeliz estado de la conciencia del hijo, como por el escándalo del pueblo, y el riesgo manifiesto de algún desastre. No pudiendo acabar con él ni con ruegos ni con lágrimas que despidiese a la adúltera, tomó por medio recurrir a la Santa, para que con sus oraciones alcanzase de Dios sacase aquel mozo del peligroso estado en que vivía. Margarita, compadecida de aquella desdicha, ofreció sus oraciones: mas la madre se persuadió, que si se llevaba alguna cosa que habían tocado sus manos, sería su total remedio. Con esta aprensión le pidió la diese alguna alhajilla suya o algún pedazo de su ropa; pero Margarita, escandalizada de la propuesta, le dijo se dejase de impertinencias, que ella era una pecadora: pero porfiando todavía en su pretensión, hizo con cierta cautela que la diese un pedazo de pan de su propia mano, y con esto partió de la casa contenta. Puso el pan cautamente en la mesa de su hijo, y habiéndole comido, se halló repentinamente tan mudado, que aquel mismo día despidió a la adúltera, y con propósito firme de no volver al vómito, confesó sus culpas, y se partió de la ciudad para alejarse del peligro.
9 Un hombro que se había entregado enteramente al vicio de la sensualidad, se hallaba muy afligido, porque conociendo su perdición, se sentía sin fuerzas para resistir la violencia de la pasión: y para romper la cadena de la mala costumbre, le pareció recurrir a las oraciones de Margarita, cuyas maravillas en punto de conversiones eran tan frecuentes: la rogó, pues, con mucha instancia se apiadase de su miseria: la Santa le acogió benignamente, animándole a esperar en la Divina Misericordia: diciéndole, que pues creía que la había sacado a ella del atolladero del vicio y puesto en camino de salvación, no debía dar entrada a la desconfianza; pues el Señor había obrado en ella esas maravillas de Su Poder, para alentar a los pecadores que tuviesen noticia de ellas, a esperar en Su Bondad y Misericordia.
10 Se despidió el hombre lleno de confianza; y la Santa hizo oración por él, con tan feliz efecto, que el hombre se sintió del todo mudado, y amortiguado en sí el fuego de la lujuria: lloró sus pecados, y satisfizo por ellos a la Justicia Divina con una ejemplar y verdadera penitencia.
11 Había pasado Margarita veinte y tres años en estos ejercicios de mortificación y penitencia, y en la práctica de toda suerte de obras buenas, cuando extenuada de estos rigores, y consumida del fuego celestial del Divino Amor, sintió acercársele el fin de su vida: dio aviso de ello a su confesor, para que la asistiese en aquel último lance, y la fortaleciese con el celestial Pan del Santísimo Sacramento. Estuvo diez y siete días sin comer ni beber cosa alguna, sustentándose con el alimento de la Divina Palabra: no se conocía en ella más enfermedad que la falta de pulsos: no sentía dolor alguno; porque era tanta la abundancia de celestiales consuelos de que gozaba su espíritu, que estaba siempre como distraída y fuera de sí: y no se le oían otras palabras, que ardientes jaculatorias y dulcísimos coloquios con su Divino Esposo. Recibió con gran devoción y ternura los Santos Sacramentos, y abrazada con un Crucifijo, puestos sus labios en la Llaga del Costado, con rostro alegre y sereno entregó su espíritu al Creador, a 22 de febrero de 1297, a los cuarenta y nueve años de su edad, y veinte y cinco de su conversión, empleados en su admirable penitencia.
12 Luego que expiró exhaló su cadáver una fragancia suavísima; quedó tratable y flexible; y mucho más hermoso que cuando era vivo. A la hora que expiró, un gran siervo de Dios vio subir su alma gloriosa a los Cielos, acompañada de una numerosa comitiva de almas que habían salido del Purgatorio, y que hacían más solemne su triunfo.
13 Luego que los ciudadanos de Cortona tuvieron noticia del feliz tránsito de Margarita, dieron un público testimonio del elevado concepto que habían formado de sus virtudes. Pusieron guarda a su féretro, revistieron su cuerpo de una túnica rica de color encarnado; y con asistencia del Clero, nobleza e innumerable concurso, le llevaron por las calles más públicas a la iglesia del gran Padre San Basilio, donde le colocaron en un sepulcro nuevo que la tenían prevenido. Ilustró el Señor a la Santa con muchos milagros después de su muerte; de modo que creciendo la devoción de los fieles se reparó aquella iglesia que amenazaba ruina, y se levantó en ella una capilla muy suntuosa, en que se colocó el cuerpo de la Santa. Esta iglesia la dio Eugenio IV a los frailes menores, y se edificó en ella un convento, que hoy se llama de Santa Margarita. Su cuerpo después de tantos siglos se conserva aun incorrupto.
14 La ciudad de Cortona, excitada de los muchos milagros que obraba Dios por los méritos e intercesión de la Santa, empezó a celebrarla fiesta todos los años en el día de su tránsito, sin tener permiso de la Silla Apostólica. Después León X, pasando por Cortona, quiso informarse de los milagros que se decía haber obrado Dios por intercesión de Santa Margarita, los cuales se conservaban escritos en un proceso antiguo, formado en tiempo de Clemente V, y quiso por sí mismo cerciorarse de la incorrupción de su cadáver; y en vista de todo expidió bula, en que permitió se continuase la fiesta que se le hacía en Cortona todos los años. Después Urbano VIII en el año 1624 expidió otra bula, en que la beatificó solemnemente, señalándola Oficio Divino y Misa, con extensión a todas las tres Órdenes de San Francisco. Y por fin, continuando Dios en obrar nuevos milagros por intercesión de la Santa, se pidió a la Silla Apostólica su solemne canonización; y habiéndose examinado prolijamente estos milagros, y aprobándose cinco de ellos, Benedicto XIII la canonizó solemnemente, con las formalidades y pompa que ahora estila la Iglesia.

Basílica de Santa Margarita, Cortona-Italia.

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