lunes, 11 de febrero de 2019

10 de Febrero: Santa Escolástica, Abadesa (~480-543)

Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia – Madrid-Barcelona, 1844 – Tomo I, Febrero, Día 10, Página 345.


Santa Escolástica, Abadesa

Fue natural de la ciudad de Nurcia en Italia, hija de nobles padres y hermana de San Benito, con quien nació de un mismo parto, del cual murió Abundancia su madre. Los crió a ambos su padre Eutropio en el santo temor de Dios, y ambos se decidieron por la vida monástica y religiosa: San Benito fundó su primer monasterio en el monte Casino, y junto a él levantó Escolástica su primera casa de religiosas, santificada por los consejos y visitas de San Benito. Estando un día ambos en santa conversación, y sintiendo Escolástica acercarse su última hora, pidió a su hermano que pasasen aquella noche en la celestial conversación del día; pero no queriendo San Benito condescender con su ruego, ella hizo una breve oración a Dios pidiéndole esta gracia, y al instante sobrevino una grande tempestad de agua, truenos y relámpagos, que impidió al ilustre abad dejar la compañía de su hermana. Al tercer día dio santa Escolástica su alma a Dios, en ocasión que su hermano, puesto en oración, la vio subir al Cielo en forma y figura de blanca paloma. Su dichoso tránsito fue a los 10 de febrero del año 543.
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Tomado del Libro de Los Diálogos, de San Gregorio Magno, Papa, Capítulo XXXIII, Milagro de su Hermana Escolástica
San Benito y su hermana Santa Escolástica pasaron todo el día ocupados en la alabanza divina y en santos coloquios.
GREGORIO.- ¿Quién habrá, Pedro, en esta vida más grande que san Pablo? Y sin embargo tres veces rogó al Señor que le librara del aguijón de la carne (2 Co 12,8) y no pudo alcanzar lo que deseaba. Por eso, es preciso que te cuente del venerable abad Benito cómo deseó algo y no pudo obtenerlo. En efecto, una hermana suya, llamada Santa Escolástica, consagrada a Dios todopoderoso desde su infancia, acostumbraba a visitarle una vez al año. Para verla, el hombre de Dios descendía a una posesión del monasterio, situada no lejos de la puerta del mismo. Un día vino como de costumbre y su venerable hermano bajó donde ella, acompañado de algunos de sus discípulos S’. Pasaron todo el día ocupados en la alabanza divina y en santos coloquios, y al acercarse las tinieblas de la noche tomaron juntos la refección. Estando aún sentados a la mesa entretenidos en santos coloquios, y siendo ya la hora muy avanzada, dicha religiosa hermana suya le rogó: “Te suplico que no me dejes esta noche, para que podamos hablar hasta mañana de los goces de la vida celestial”. A lo que él respondió: “¡Qué es lo que dices, hermana! En modo alguno puedo permanecer fuera del monasterio”.
Estaba entonces el cielo tan despejado que no se veía en él ni una sola nube. Pero la religiosa mujer, al oír la negativa de su hermano, juntó las manos sobre la mesa con los dedos entrelazados y apoyó en ellas la cabeza para orar a Dios todopoderoso. Cuando levantó la cabeza de la mesa, era tanta la violencia de los relámpagos y truenos y la inundación de la lluvia, que ni el venerable Benito ni los monjes que con él estaban pudieron trasponer el umbral del lugar donde estaban sentados. En efecto, la religiosa mujer, mientras tenía la cabeza apoyada en las manos había derramado sobre la mesa tal río de lágrimas, que trocaron en lluvia la serenidad del cielo. Y no tardó en seguir a la oración la inundación del agua, sino que de tal manera fueron simultáneas la oración y la copiosa lluvia, que cuando fue a levantar la cabeza de la mesa se oyó el estallido del trueno y lo mismo fue levantarla que caer al momento la lluvia. Entonces, viendo el hombre de Dios, que en medio de tantos relámpagos y truenos y de aquella lluvia torrencial no le era posible regresar al monasterio, entristecido, empezó a quejarse diciendo: “¡Que Dios todopoderoso te perdone, hermana! ¿Qué es lo que has hecho?”. A lo que ella respondió: “Te lo supliqué y no quisiste escucharme; rogué a mi Señor y Él me ha oído. Ahora, sal si puedes. Déjame y regresa al monasterio”. Pero no pudiendo salir fuera de la estancia, hubo de quedarse a la fuerza, ya que no había querido permanecer con ella de buena gana. Y así fue cómo pasaron toda la noche en vela, saciándose mutuamente con coloquios sobre la vida espiritual.
Por eso te dije, que quiso algo que no pudo alcanzar. Porque si bien nos fijamos en el pensamiento del venerable varón, no hay duda que deseaba se mantuviera el cielo despejado como cuando había bajado del monasterio, pero contra lo que deseaba se hizo el milagro, por el poder de Dios todopoderoso y gracias al corazón de aquella santa mujer. Y no es de maravillar que, en esta ocasión, aquella mujer que deseaba ver a su hermano pudiese más que él, porque según la sentencia de San Juan: Dios es Amor (1Jn 4,16), y con razón pudo más la que amó más (Lc 7, 47) 53.
PEDRO.- Ciertamente, me gusta mucho lo que dices.
Cripta de Montecassino, donde se encuentran las reliquias San Benito junto a su hermana Santa Escolástica.

Cripta de Montecassino:
El cuerpo de San Benito fue enterrado junto a su hermana Santa Escolástica en Montecassino, en la sepultura que él mismo había mandado abrir: donde se conservó hasta el año de 580, en que fue destruido el Monasterio por los Lombardos, como lo había profetizado el mismo Santo, quedando sepultadas entre sus ruinas aquellas preciosas reliquias.
Luego el Monasterio de Montecassino fue destruido por los sarracenos; y en la Edad Media, por un terremoto. Esa tumba, sin embargo, ha resistido todas las arremetidas y se ha conservado como un lugar de paz e incluso llegó a convertirse durante la destrucción de la Segunda Guerra Mundial en refugio salvador para cuantos allí se hallaban.

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