sábado, 23 de febrero de 2019

23 de Febrero: San Policarpo de Esmirna (69 †155), Obispo y Mártir

Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia – Madrid–Barcelona 1844 – Tomo I, Enero, Día 26, Página 219.
El fuego no tocó al Santo, ni le quemó, y parecía el cuerpo
del Santo como oro resplandeciente en su crisol.



San Policarpo de Esmirna, Obispo y Mártir

La vida y martirio de san Policarpo, Obispo de Esmirna, sacaremos de lo que de él escribieron San Ireneo, Obispo de León y Mártir, que le conoció, Eusebio Cesariense en su historia, San Jerónimo en el libro de los escritores eclesiásticos, y el Clero de Esmirna, que se halló presente a su gloriosa muerte. Fue San Policarpo varón de gran santidad, y de raras letras, y alto ingenio: conoció a muchos discípulos del Señor; y trató familiarmente con ellos, y particularmente con el discípulo amado San Juan Evangelista, el cual fue padre, y príncipe de todas las Iglesias de Asia, y de su mano hizo Obispo de Esmirna a Policarpo, como a varón digno de aquel lugar, y sublime ministerio. Estando Policarpo en la Iglesia, hubo grandes dudas, y dificultades entre los cristianos acerca del tiempo, en que so había de celebrar la pascua de Resurrección, y para tomar buena resolución, y acertado asiento en ellas, se determinó San Policarpo a ir en persona a Roma, para conferir sus dudas con San Aniceto, Papa, que a la sazón era vicario en la tierra de Cristo nuestro Redentor. Llegado a Roma, hizo reverencia a San Aniceto: confirió sus dudas: le propuso sus dificultades, y lo que él mismo había aprendido de su maestro San Juan Evangelista, y de los otros discípulos del Señor: y sabiendo, que Valentino y Marción, herejes, sembraban en Roma su perversa y diabólica doctrina, comenzó San Policarpo a predicar y exhortar a todos los fieles, que se guardasen de ellos, como de serpientes, y enemigos de Jesucristo, y que supiesen cierto, que no era aquella la doctrina de los apóstoles, y del mismo Señor, que por medio de sus discípulos se la había enseñado, y de cuyas fuentes él había bebido: y para moverlos a más aborrecer a los herejes, y huir totalmente de su conversación, les contaba, que yendo una vez San Juan Evangelista su maestro, acompañado de muchos discípulos, a unos baños, donde se estaba lavando Cerinto, hereje, les dijo el Santo Apóstol: Huyamos de aquí, y vámonos presto; porque no caigan, y nos tomen debajo estos baños, en los cuales se lava Cerinto, enemigo de la verdad: y el mismo San Policarpo, andando un día por Roma, encontró con Marción, hereje, y en viéndole, volvió el rostro, y se apartó por no hablarle. Notó esto Marción, y como hereje desvergonzado, se llegó a Policarpo, y le dijo: ¿No me conoces? Sí te conozco, dijo Policarpo. Pues, ¿quién soy yo? Tú eres, dice , el hijo primogénito de Satanás: para darnos a entender, que aunque todos los pecadores, por imitación, son hijos de Satanás, como los justos lo son de Dios; pero que el hereje es como su hijo primogénito, y mayorazgo; porque es el que más le imita, y el que más le ama, y mejor hace sus negocios. Convirtió San Policarpo en Roma muchos herejes a la Fe católica con su santa doctrina, y ejemplo, y se volvió a su Iglesia de Esmirna, para apacentar sus ovejas, y defenderlas de los lobos infernales, como bueno, y cuidadoso Pastor. Estando en Esmirna, pasó por allí el fortísimo mártir de Jesucristo San Ignacio, de camino para Roma, a donde iba condenado a los leones; y San Policarpo le acogió, y regaló, teniéndole santa envidia, porque iba a morir por Cristo antes que él. Con el ejemplo vivo de San Ignacio animaba, y esforzaba a padecer mucho por el Señor a todos los fieles, que allí estaban, y San Ignacio, después que partió de Esmirna, escribió una carta admirable a San Policarpo, dándole cuenta de su viaje y se encomienda a sus oraciones.
2 En este tiempo, siendo ya emperador Marco Aurelio Antonino, y Lucio Vero, se levantó contra la santa Iglesia la cuarta persecución, que fue muy cruda y espantosa; porque los presidentes y ministros de los emperadores atormentaban con muy atroces tormentos a todos los cristianos, que podían haber a las manos, y aquél se tenía por más excelente y aventajado juez, que más sangre de cristianos derramaba; y no se oía hablar por las ciudades, villas y lugares, sino de nuevas penas, y exquisitos tormentos, que contra los cristianos se inventaban. Llegó la furia de esta tempestad a la provincia de Asia, y a la ciudad de Esmirna. El Santo Pontífice Policarpo velaba sobre su grey, consolaba los afligidos, esforzaba los flacos, socorría a los menesterosos, y daba a todos las ayudas y favores que podía: y en aquella tan brava tormenta se hallaba con un ánimo sosegado y seguro; porque estaba asido, y abrazado con Dios, a quien continuamente suplicaba, se apiadase de Su Iglesia, y diese fin a aquella tribulación, o esfuerzo, para llevarla con fortaleza.
3 Entendieron los enemigos de Dios la resistencia, que les hacía Policarpo, y que él era el pilar de los cristianos de Asia: y creyendo que derribándole a él caería el edificio que sobre él sustentaba, comenzaron a buscarle para darle muerte. No se alteró, ni mudó San Policarpo, por saber, que le buscaban, ni dejó de hacer lo que hacía, por miedo ni espanto; mas pudo con él tanto la caridad, y los ruegos de muchos cristianos y amigos suyos, que le importunaban, que saliese de la ciudad, que por darles contento se salió a una casa de campo, donde estuvo escondido algunos pocos días, haciendo continua, y fervorosa oración al Señor por la paz de la Iglesia. Tres días antes que fuese preso, una noche durmiendo tuvo en sueños una revelación de Dios, acerca del martirio que había de padecer por Su amor. Le parecía que se abrasaba, y consumía con llamas la almohada, en que tenía reclinada la cabeza: y conociendo lo que aquel fuego significaba, luego llamó con grande alegría a sus amigos, y les dijo: Tened por cosa cierta, que yo tengo de ser quemado vivo, y que esto será dentro de pocos días. Alabado sea, y glorificado para siempre mi dulcísimo Señor Jesucristo, que me quiere hacer digno de la corona del martirio. Pero aunque el Santo estaba tan gozoso, y regocijado esperando la muerte, vencido de la importunidad de los que estaban con él; se pasó a otra casa, donde pensaron, que estaría más seguro: mas no fue así; porque viniendo los ministros de los emperadores de allí a tres días a buscarle, le hallaron, por indicio de dos muchachos, a los cuales prendieron, y al uno azotaron, para que dijese la verdad. Entraron los sayones en la casa, donde estaba San Policarpo: y aunque él pudiera fácilmente escaparse, no quiso; antes volviendo los ojos al Cielo, y diciendo: Señor, hágase en todo Vuestra Voluntad; bajó la escalera, para recibir y agasajar a sus mismos enemigos: les mandó aparejar de comer; y con gran serenidad, y majestad de rostro les rogó que comiesen, y que entretanto le diesen una hora de tiempo para recogerse y encomendarse a Dios. Ellos comieron; y él oró, y comió de aquel manjar de vida, que se le había de dar en los tormentos, y en la muerte misma. Fue tanto, lo que los impíos ministros se maravillaron del aspecto venerable de Policarpo, de la dulzura de sus palabras, de la cortesía y buen tratamiento, que les hizo, y de la alegría y contentamiento que mostraba, que en cierta manera les pesaba de haber venido; y comenzaron a decir: ¿Es posible, que por este viejo, digno de tanto respeto, se hacen tantas diligencias, y tantas pesquisas? ¿Se envían tantos soldados, tantas espías, y se echan tantas redes, para afligirle y acabarle? Mas al fin, por hacer lo que les habían mandado, le prendieron; y puesto sobre un jumento, le llevaron a la ciudad. Toparon en el camino con el prefecto de la paz, pues se llamaba Herodes, y con su padre Niceta, que eran hombres de mucha autoridad: los cuales tomaron a Policarpo en su coche, y le comenzaron a persuadir, que pues no tenía fuerzas de mozo para resistir, ni sus canas eran ya para lidiar con los magistrados, y tormentos; que mirase por sí y viviese, lo que le quedaba de vida, con descanso, y quietud, obedeciendo a los emperadores; y que esto le decían, como amigos, por el amor que le tenían. Callaba el Santo y, como se dice, a palabras locas hacia orejas sordas; hasta que viendo, que porfiaban, y le quebraban la cabeza, les dijo: Señores, no perdáis tiempo; porque yo jamás haré, lo que me aconsejáis.
Entonces ellos se enojaron contra Policarpo, y le denuestaron, y echaron del coche con palabras injuriosas, y con tal furor, que casi le acabaran; y gravemente se hirió, y lastimó en una pierna: mas el Santo, sin hacer caso de su dolor, ni de su afrenta, iba con grande ánimo y esfuerzo a la pelea. Le llevaron al procónsul, que estaba en el teatro, y antes de entrar en él oyó una Voz del Cielo que le decía: Ten buen ánimo, Policarpo, y trata valerosamente el negocio de Dios. Muchos de los fieles oyeron esta Voz; aunque ninguno vio, al que hablaba. Con ella armó el Señor a Su soldado contra las voces furiosas, y clamores del pueblo, que contra él se levantaron.
Le preguntó el procónsul, si era Policarpo Obispo; y el Santo respondió que sí. Le aconsejó, que jurase por la fortuna de los emperadores, y blasfemase a Cristo: y él con grande autoridad, y reposo le respondió unas palabras dignas de Policarpo: Ochenta y seis años, dice, ha, que yo sirvo a Jesucristo, y en todo este tiempo nunca me hizo mal, antes siempre he recibido de Su mano muchos, y grandes favores. Pues, ¿cómo quieres, que yo blasfeme, de quien tanto bien me ha hecho, y me crió y conserva la vida; y sea desagradecido a tan buen Dios, y Señor?
Y tornando el Juez a apretarle, respondió con gran libertad: ¿Quieres por ventura probar, si soy cristiano? Yo te digo libremente, que lo soy: y si quieres saber, lo que encierra en sí este nombre de cristiano, dame un día de tiempo desocupado: que yo te lo diré.
A esto respondió el procónsul: Lo que me quieres decir a mí, dilo aquí al pueblo. Y Policarpo dijo: A ti de buena gana daré razón, de lo que quisieres; porque nosotros estamos obligados a honrar a los magistrados, y obedecerles en todo lo que nos mandaren, como no sea contra Dios: mas el pueblo es bestia de muchas cabezas, y ahora no es capaz, ni está dispuesto para oír los Misterios Divinos.
Mira, dijo el procónsul, que te haré quemar aquí vivo, o despedazar de las fieras.
Respondió el Santo: Yo no temo este fuego corporal, que mata el cuerpo, y en un momento se acaba: aquel fuego temo, que dura para siempre, y se sustenta con la muerte, de los que viven en él. No piensos que me tengo de espantar con tus amenazas: llama a las bestias: enciende el fuego; que aquí estoy.
Esto decía el bendito santo con un rostro alegre, y apacible, y con un semblante mesurado, y con unas palabras tan sosegadas, y graves, que el procónsul, con estar tan indignado contra él, quedó maravillado, y atónito; pero al fin mandó, que el pregonero allí en el teatro, con alta voz dijese, que Policarpo había confesado ser cristiano. Entonces todo el pueblo, que era de gentiles, judíos y herejes, alzaron a una la voz, y clamaron, diciendo con grandes alaridos cuanto más podían: Éste es el destruidor de los dioses: éste el maestro de los magos y cristianos: muera: muera quemado vivo en el fuego; y con gran prisa comenzaron a traer leña y sarmientos, para hacer grande hoguera; y el santo viejo Policarpo con gran presteza desnudó sus vestidos, calzas y zapatos. Le quisieron allí enclavar en un madero, para que con el dolor y pena, que le causaría el fuego no se menease: mas el Santo dijo a los ministros: No me enclavéis; que yo espero en aquel Señor, que me da ánimo para sufrir el tormento del fuego, que me le dará también para estar quedo en él, y sin menearme, aunque no esté atado: y con esto lo dejaron, atándole solamente las manos atrás, y le echaron en el fuego; y el Santo, ofreciéndose como un holocausto vivo, y oloroso al Señor, comenzó a orar de esta manera: Recibid, ¡oh Padre Eterno!, en sacrificio aceptable esta mi vida, que Vos mismo me habéis dado. Vos sois Señor del Universo, Vos sois Padre de mi Señor Jesucristo, por el cual Os hemos conocido, y el que por nosotros se ofreció en la Cruz; y yo por Él mismo ahora me ofrezco a Vos en la confesión de Su Santa Fe, para honra y gloria perpetua Vuestra, y Suya. Yo os hago infinitas gracias, por haberos dignado de ponerme en el número de Vuestros bienaventurados mártires, y haberme hecho particionero del cáliz y pasión de mi buen Jesús. Yo Os alabo, y ensalzo, y bendigo juntamente con Vuestro Unigénito Hijo, que es Sumo Sacerdote, y Pontífice Eterno, y vive y reina con Vos, y con el Espíritu Santo, en los siglos de los siglos.
4 Apenas pudo concluir esta oración tan afectuosa y decir: Amén; cuando el verdugo puso fuego a la leña aparejada, y luego se emprendió: y para que se viese como todas las criaturas obedecen al Señor, el fuego no tocó al Santo, ni le quemó; antes estaba a manera de una bóveda, o de una vela de nave que navega hinchada con próspero viento; y dentro de su seno parecía el cuerpo del Santo, no como carne quemada, sino como oro resplandeciente en su crisol, y las mismas llamas, para mayor milagro, echaban de sí un olor suavísimo, como de incienso derretido en las brasas, o de un ungüento suavísimo. Pero como los ministros impíos viesen, que no se podía acabar la vida del Santo con fuego, determinaron acabarle con espada, y no perdonar al que las llamas perdonaban; y así le pasaron el cuerpo con la espada, y salió de él tan gran copia de sangre, que apagó el fuego, volando el alma gloriosa al Cielo, para gozar eternamente de Dios: y con el Santo murieron otros doce, que habían venido de Filadelfia.
Desearon mucho los cristianos tomar su cuerpo para honrarle y reverenciarle; mas los judíos hicieron tanto ruido y alboroto, que el presidente le mandó quemar; como se hizo: y después los cristianos recogieron aquellas sagradas reliquias, y huesos, y los colocaron en lugar decente, honrándolos como reliquias de tan grande Pontífice, y tan esforzado Mártir, y haciendo fiesta particular cada año el día de su martirio: para que todos imitemos tan santa vida, y gloriosa muerte, y sigamos las pisadas de los que nos enseñaron, y engendraron en Cristo, como lo escribe la Iglesia misma de Esmirna, y el Clero, que se halló presente a su martirio, en una epístola, que solía leer públicamente en las iglesias, como lo dice San Gregorio Turonense.
5 Escribió san Policarpo una epístola a los filipenses, la cual, como dice San Jerónimo, también se solía leer públicamente en la iglesia a los fieles, y en ella encomendándoles mucho, que estén bien fundados en la fe, esperanza y caridad, los exhorta a huir principalmente de la avaricia, acordándose que es raíz, y principio de todos los males, y que como salimos desnudos al mundo, desnudos volvamos de él. Después los enseña a criar sus hijos, a ser sujetos y obedientes a los Sacerdotes, como a Dios; y les da otros documentos admirables y divinos, discurriendo por todos los estados, y diciendo lo que en cada uno de ellos se debía hacer.
6 Otra epístola, dice Suidas, que escribió a San Dionisio Areopagita, la cual no se halla. Tuvo San Policarpo por discípulo a San Ireneo, Obispo de León, y Mártir, y Andochio presbítero, y Tirso diácono, y Félix. A estos tres envió a Francia, mereciendo en ella la corona del martirio. También fue discípulo de San Policarpo Benigno, presbítero, el cual, habiendo ido asimismo a Francia por orden de su maestro, dio su vida por Cristo en la ciudad de Dijun, en el ducado de Borgoña. Celebra la Iglesia fiesta de San Policarpo el día en que murió, que fue a los 26 de enero, en el año del Señor de 168, según Onufrio, y de 169 según el Cardenal Baronio: y fue tan celebrada la memoria de su martirio antiguamente, que se solía leer en las iglesias, como lo escribe San Gregorio Turonense, y lo advirtió el mismo Cardenal Baronio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario