lunes, 21 de enero de 2019

21 de Enero: Santa Inés, Virgen y Mártir (291 – †304)

Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia – Madrid–Barcelona 1844 – Tomo I, Enero, Día 21, Página 188.


Santa Inés, Virgen y Mártir

Aunque en las vidas de todos los Santos resplandecen en gran manera la bondad de Dios, y la excelencia de la religión cristiana; todavía hay algunas, en que estas dos cosas se echan más de ver. La vida de la gloriosa virgen, y mártir Santa Inés, está tan llena de prodigios divinos, y de virtudes admirables, que sin duda, como dice San Ambrosio, los hombres y las mujeres, los niños y los viejos, y todos los estados la pueden leer, alabar, y admirar; porque en esta vida veremos acompañada con la riqueza la pobreza voluntaria, con la nobleza la humildad, con la pequeñez del cuerpo la grandeza del ánimo, con la niñez el seso, con la flaqueza la victoria, con la virginidad el martirio, y en el mismo lugar público e infame, triunfadora la castidad. Nació santa Inés en Roma, de padres ricos o ilustres. Se crio en aquella educación y costumbres, que a tales padres y a tal casta convenía. Comenzó desde niña a deleitarse en el amor de Cristo, y a entregarse a Él, de manera, que todo su gozo, y toda su vida, era pensar en Su Vida y Pasión. Había edificado en Sus Santas Llagas una morada, y un templo para su corazón; y acordándose de los Dolores del Señor, y esperando gozar del fruto de la Cruz, se entretenía, y regalaba su alma sobremanera: porque el Espíritu Santo era su maestro, y el dulcísimo Jesús, que la quería por esposa, la movió a consagrarle su virginidad, y dedicarse a Él perfectamente. Ocultó en su pecho las llamas de este casto y dulce amor, todo el tiempo que fue niña, hasta que cumplidos los doce años de su edad, siendo de extremada belleza, el demonio procuró interrumpirle y quitarle aquellos santos deleites, que su ánima poseía: porque un caballero mozo, hijo de Sinfronio, prefecto de Roma, viéndola, de tal manera se enamoró de su gracia y hermosura, que en ninguna cosa pensaba de día y de noche, sino en ella: y habiéndose informado, que era doncella noble, y que no perdía nada su linaje por casarse con ella, tomó todos los medios posibles, para persuadirle, que quisiese ser su mujer. Pero como los padres de la santa doncella no se diesen tanta prisa, como él deseaba, o por parecerles, que era muy niña; o porque la veían ajena de casarse; el mozo, abrasado del amor ciego, y arrebatado con la pasión, buscó ocasión, para verla y hablarla, pensando por este camino alcanzar más fácilmente, lo que pretendía: y habiéndola encontrado en la calle pública, se llegó a ella, y le rogó, que se dignase tomarle por esposo, ofreciéndole de su parte, todo lo que en semejantes ocasiones el amor loco suele ofrecer, y mostrándole, y dándole muchas joyas y ricas piedras, que llevaba para este fin. Mas la santa niña, que estaba ya unida, y abrazada con su esposo celestial, se retiró atrás, como si hubiera visto de repente una serpiente venenosa, y con aspecto grave y mesurado le dijo: Apártate de mí, tizón del infierno, incentivo de pecado, tropiezo de maldad, manjar de muerte; y no pienses, que jamás tengo de ser desleal a mi esposo, a quien de tal manera me he entregado, que vivo solo de Su Amor. No creas, que puedes competir con Él; porque tiene seis condiciones en sumo grado perfectísimas, y no hay, quien pueda correr a las parejas con Él: es Noble, es Hermoso, es Sabio, es Rico, es Bueno y Poderoso. Mira, si es Noble, que su Padre es Dios, que le engendró sin mujer, y la Madre, que le parió quedó virgen: es tan hermoso, que vence con Su resplandor la claridad del sol, de la luna y de las estrellas, con tanta ventaja, que ellas mismas se maravillan de Su Belleza, y con una habla muda confiesan, que son tinieblas delante de Él: es tan Sabio, que me ha preso y cautivado de tal manera con Su Amor, que no puedo pensar en otra cosa, sino en Él; y mientras que hablo de Sus excelencias, siento tan grande deleite, que con aborrecer a ti a par de muerte, me huelgo de verte, por podértelas decir: es tan Rico, que me ha dado un tesoro, que vale más que todo el imperio romano; y no hay persona, que le sirva, que no esté abastada de riquezas. ¿Pues qué diré de Su Bondad, que es inmensa? Y para mostrarla mejor, me ha sellado con Su Sangre. Me ha dado su palabra y fe, que nunca me dejará: me ha tomado por Su esposa: me ha dado vestidos riquísimos, y atavíos de precio inestimable. Es tan poderoso, que no hay en el cielo, ni en la tierra, quien le pueda vencer, y sólo Su olor sana los enfermos, y resucita los muertos; y por estas Sus calidades, yo soy toda Suya, y le quiero más que a mi alma, y más que a mi vida, y me sería cosa dulcísima morir por él. Cuando yo le amo, soy casta: cuando me llego a Él, soy limpia: cuando me junto con Él, soy virgen. Pues siendo todo esto así: mira tú, si yo le debo dejar, por esperanza, o temor de cualquier premio, o pena: para que las doncellas sigan este ejemplo de Santa Inés, y se recaten, como dice San Máximo, de tomar dones de los hombres, por más que vengan vestidos con nombre y titulo de piedad: «Quien no te da, con qué más temas a Dios, ─dice este Santo─, no tomes de él con qué ames más al mundo.»
2 Pero el mozo ciego creyó que Inés, estaba aficionada a otro esposo, y tomada del vino del amor tan fuertemente, que desvariaba, y como frenética, llamaba, al que amaba, su Dios, su ídolo, su vida, y su alma (que de estos nombres suele usar a las veces el amor desatinado, y loco de los amantes), y tuvo tan extraño sentimiento, y enojo de puros celos, que cayó malo en la cama: y su padre entendiendo la causa, hizo llamar a la santa doncella, y con todo el artificio que pudo: procuró persuadirle, que se casase con su hijo; pues le estaba tan bien aquel negocio: mas hallándola más firme en su propósito que una dura peña, y que le decía, que por ninguna cosa del mundo trocaría el Esposo, que ya había tomado; deseoso de saber, qué Esposo era Aquél, a quien Inés estaba tan aficionada, y haciendo sus diligencias para investigarlo, un lisonjero de los suyos le dijo: Señor, esta doncella es cristiana, y desde la cuna criada en el arte mágica, en la cual los cristianos son tan excelentes, como lo muestran las obras, que cada día hacen. Mucho se holgó el prefecto de oír esto, por tener ocasión de afligir a Santa Inés, y vengarse de ella con tan justo título: porque no lo era sólo el no quererse casar con su hijo; y por ser tan noble, no la podía hacer agravio por otro camino: y así habiéndose determinado de apretar a la santa doncella, y atraerla a su voluntad con halagos, y promesas, y si éstas no bastasen, con espantos y tormentos; envió sus ministros de justicia por ella, y la hizo parecer delante de sus estrados. Allí la combatió por todas partes fuertemente, y usando de todas las máquinas, y artificios, que la maldad, armada de poder en lo que mucho quiere, suele usar; como ninguna cosa bastase para trocar el corazón tan fijo en Jesucristo de la Santa, finalmente le dijo: Inés, o toma marido, o si quieres ser virgen, sacrifica a la diosa Vesta, y sírvela perpetuamente, como lo hacen las otras doncellas romanas; y si no, yo te daré el castigo que mereces, y te haré llevar al lugar público de las malas mujeres, para que allí seas afrentada. Respondió la Santa Virgen: No te embravezcas, prefecto: porque yo por ninguna cosa dejaré el Esposo, que he tomado; y si no quiero a tu hijo, siendo hombre, y caballero tan principal, mucho menos me dejaré engañar, para adorar a los dioses mentirosos, que no se mueven, ni sienten, antes son mudos, y sordos, y no tienen vida. Y en lo que dices, que me harás llevar al lugar público, e infame, yo no temo alguna afrenta; porque tengo conmigo un Ángel, que es uno de los innumerables ministros de mi Esposo, el cual me guarda, y con celo maravilloso defiende mi persona; y mi Señor Jesucristo, al cual tú no conoces, de todas partes me cerca, como un muro impenetrable.
3 Oyendo estas palabras el juez malvado, salió de sí sobre manera, y mandó desnudar en carnes a la santa doncella, y llevarla por las calles públicas de la ciudad al lugar de las malas mujeres, y que el pregonero fuese delante de ella, diciendo en alta voz: que aquella era Inés, maga y hechicera, a la cual por haber blasfemado contra los dioses, el prefecto de Roma mandaba llevar a aquel lugar, para que todos los que quisiesen, se aprovechasen de ella. De este tormento usaron muchas veces los gentiles contra los cristianos, mostrando con él, que los dioses que adoran eran sucios, y ellos infames y deshonestos, y que las doncellas y mujeres cristianas le tenían por más horrible que la misma muerte; pues como dice Tertuliano, antes querían ser entregadas leoni, que lenoni, mas echadas al león, que entregadas al rufián. La forma, que tenían en este detestable espectáculo, era de esta manera. Tomaban a la doncella cristiana: la encerraban en un aposentillo de aquel lugar abominable: ponían en la entrada el nombre de la doncella y el precio de la torpeza: venían los lobos, y mozos lascivos, para hartar su hambre y carnalidad, y tragar la cordera inocente, que allí estaba: y permitía nuestro Señor esta maldad, para manifestar más la providencia que tiene de las almas puras, y guardarlas en medio de las llamas, sin quemarse, y dar a entender al mundo la pureza, y santidad de la religión cristiana; y que no hay brazo tan fuerte, que se le pueda oponer, como se vio en la bienaventurada Santa Inés; porque desnudando los verdugos de sus vestidos a aquel cuerpo virginal, y delicado, luego el Señor hizo crecer sus cabellos, y con ellos le vistió, y cubrió de manera, que ninguno la pudiese ver desnuda: y entrada en aquel aposento torpe, y tenebroso, halló un Ángel para su defensa, y una ropa hermosísima, y más blanca que la nieve, la cual ella se vistió, y todo aquel aposento resplandeció con una claridad tan grande, que no se puedo explicar con palabras, ni ojos humanos la podían sufrir: y la santa doncella, regalada de su Esposo, y transportada, y absorta en Su Amor, se puso en oración, haciendo gracias al que así la defendía. No se ensucia el alma pura (a guisa del sol) por el lugar inmundo, ni el mártir de Cristo queda deshonrado por la cárcel; antes las cárceles y los calabozos quedan santificados, por haber estado en ellos los mártires. El monte Calvario no deshonró a Cristo; antes Cristo le hizo tan glorioso, que todos los príncipes del mundo le han honrado, y dan mil besos a sus piedras: y la Cruz, que solía ser suplicio de los hombres infames, no infamó al Señor; antes recibió tan grande honra de sus sagrados miembros, que de todos es adorada.
4 No se amancilló la castidad de Inés por la fealdad de aquel lugar; antes el lugar por la castidad de Inés quedó ennoblecido, e ilustrado, y aquel cenagal de torpeza se hizo un paraíso de castos deleites, y aquella cueva de bestias fieras se convirtió en morada de Ángeles, y del mismo Dios: a cuya honra después se edificó en ella una iglesia, que hoy día permanece, y es reverenciada en Roma. Ríndase el demonio a los siervos de Dios; pues una doncellita de trece años así le venció, y en medio de un golfo bravo, y tempestuoso, de carnalidades, halló puerto seguro la castidad. Entraban los mozos lascivos en el aposento de la Santa; y admirados de lo que veían, salían trocados, y castos: entraban feos, y abominables; y salían limpios, y mortificados; y queriendo antes servir al demonio, y al apetito desordenado de la carne, volvían enfrenados, conociendo, y alabando a Dios.
5 Mas el hijo del prefecto, que había sido el principal motivo de la sacrílega crueldad, que con la Santa Virgen se había usado, para cumplir su mal deseo, entró en el aposento, y no mirando, lo que había en él, quiso acometer a la Santa; pero en aquel instante, herido del Ángel que la guardaba, cayó allí luego muerto a los pies de Inés. Y como los otros mozos sus compañeros, que le aguardaban a la puerta, viesen, que tardaba, entraron  cabo de rato en el mismo aposento, y viéndole tendido en el suelo, y muerto, comenzaron con grandes alaridos, y llantos a clamar: Venid, romanos, venid; que Inés cristiana, y maga, con sus hechizos ha muerto al hijo del prefecto. Corrió esta voz luego por toda Roma: llegó a los oídos del triste padre Sinfronio, el cual como loco, y fuera de sí, voló al lugar, donde estaba el cuerpo de su hijo; y viéndole difunto, volviéndose a Santa Inés, le comenzó a decir: ¡Oh, maga, y embustera! ¡Oh, furia infernal! ¡Oh, monstruo nacido para mi miseria! ¿Cómo has muerto a mi hijo, que debía vivir para siempre, y cuya vida era la mía? A esto respondió la Santa: No he yo quitado la vida a tu hijo, sino su osadía, y temeridad. Los otros, que aquí entraron antes de él, libres salieron; porque viendo esta cámara llena de resplandor, dieron al gran Rey del cielo aquella honra, que le es debida, y entendieron, que estando yo desnuda, me vistió, y estando sola, y desamparada, me ha guardado, y en este lugar infame ha conservado mi virginidad, la cual yo desde mi niñez a Él había consagrado: mas tu hijo, atrevido, y arrebatado de su furor, sin tener respeto a mi Dios, me quiso hacer fuerza; y por esto el Ángel, que está en mi guarda, lo hizo morir miserablemente. Entonces con voz más mansa, y comedida, le dijo el prefecto: Pues yo te ruego, que tornes la vida a mi hijo, para que se conozca, que tú no se la has quitado con hechizos, ni malas artes: al cual Santa Inés respondió: Por cierto que tu ceguedad, y falsa creencia no merece, que mi Dios resucite a tu hijo; mas para que Su Gloria mejor se conozca, y toda Roma entienda la felicidad, que tienen, los que fielmente le sirven, sal fuera de este aposento tú, y los que vienen contigo, mientras que yo hago oración, y se lo suplico. Salieron del aposento aquellos idólatras; y Santa Inés postrada con la cara en tierra, con muchas lágrimas suplicó a su querido Esposo, que la ánima de aquel mozo volviese a sus miembros fríos. Mientras que ella oraba, le apareció el Ángel, y la confortó, y resucitó al mozo, el cual se levantó, y salió fuera, y comenzó a dar voces, y a decir: No hay otro Dios en el cielo, ni en la tierra, ni en el mar, ni en los abismos, sino aquel solo, que es Todopoderoso, y adoran los cristianos: a Él solo se debe toda la honra: Él solo debe ser adorado; que los ídolos no son sino demonios, que nos engañan, para llevarnos al infierno consigo. ¡Oh, Omnipotencia del Crucificado, que así convierte los lobos en corderos, y las piedras en hijos de Abrahán, y los adoradores de los ídolos en fieles siervos Suyos, y los perseguidores de la castidad en predicadores de la misma castidad! Luego que las palabras del hijo del prefecto, resucitado, vinieron a oídos de los sacerdotes, y pontífices de los ídolos, comenzaron ellos, y todo el pueblo por ellos engañado, con unas voces, que llegaban al cielo, a clamar: Muera, muera la embustera muera la hechicera: muera la sacrílega, sucia, desvergonzada, infame, que con sus hechizos quita el entendimiento a los hombres, y les trueca los ánimos, y como otra Circe los transforma en bestias. Se turbó con estas voces el prefecto, y quedó confuso: porque por una parte, habiendo visto tan grandes maravillas en la virgen, se inclinaba a librarla; y por otra temía el furor del pueblo, y violencia de los pontífices. Al fin, como hombre flaco, se dejó vencer del temor, y cometiendo la causa a Aspasio, su teniente, se retiró, como suelen los jueces pusilánimes, cuando conocen la verdad, y pudiéndola defender, no la defienden. Aspasio mandó traer delante de sí a Santa Inés, y hacer una grande hoguera, y echarla en ella: pero el Señor no quiso, que a quien no había quemado el fuego de la concupiscencia, quemase este otro temporal; y así las llamas se partieron en dos partes, dejándola en medio entera, y sana, y sin lesión alguna, y comenzaron a abrasar a los circunstantes idólatras, que allí estaban, los cuales daban alaridos hasta el cielo contra la Santa; y ella alegre, y contenta, volviéndose a su dulce Esposo, le decía: ¡Oh, Dios mío Todopoderoso, digno de toda alabanza, y de toda honra! Yo Os alabo, Os ensalzo; porque por la virtud de Vuestro Unigénito Hijo Jesucristo, yo he vencido la violencia de los tiranos, y pasado por el camino inmundo sin mancilla, y porque Vuestro Espíritu, y vuestro celestial rocío mitiga el ardor de este fuego, y hace, que su llama me sea dulce, y su incendio suave, y que Vuestros enemigos, y atormentadores míos, sientan en sí la fuerza de este elemento. Bendito sea Vuestro Santísimo Nombre, Señor, pues que ya veo, lo que deseaba: gozo, de lo que esperaba: abrazo, y tengo, lo que amaba: mi corazón, mi lengua, mi ánimo, mis entrañas, Os alaban, y magnifican. Yo vengo a Vos, verdadero Dios, Dios eterno, y Dios vivo, que reináis con vuestro único Hijo Jesucristo en los siglos de los siglos.
6 Acabada esta oración se apagó el fuego de manera, que no quedó rastro de él. Mas Aspasio por sosegar el pueblo, que andaba inquieto, y tumultuaba, mandó, que le pasasen una espada por la garganta, y de aquella herida salió tanta sangre, que cubrió el cuerpo de aquella Santa Virgen. Cuando el verdugo sacó, y alzó la espada para herirla, tembló, y mudó el color, como si él fuera el condenado a muerte; y ella estaba segura, aguardando el golpe con tanto ánimo, que parece, que reprendía la tardanza del sayón, y que le decía: ¿Qué haces? ¿Qué esperas? ¿Por qué te detienes? Muera, muera el cuerpo, que puede ser amado de los ojos de los hombres; y viva el alma, que es agradable a los ojos de Dios. Aquel Señor, que me ha escogido por esposa, a quien yo sólo deseo agradar, me reciba en Sus brazos por Su Benignidad. Diciendo esto, estuvo queda, oró, recibió el golpe, y fue coronada de la gloria del martirio. Pusieron sus santas reliquias en una heredad de sus padres, fuera de la puerta Nomentana, que ahora se llama de Santa Inés, no con llanto, y tristeza, sino con alegría, y gozo, concurriendo todos los cristianos con gran devoción a hacerle reverencia, y con no menos sentimiento, y rabia de los gentiles, los cuales dieron en los cristianos, que estaban en oración en el sepulcro de la virgen con grande ímpetu, y maltrataron a muchos.
7 Entre ellos Emerenciana, virgen santísima, compañera, y hermana de leche de Santa Inés, que no se quiso partir de allí, y comenzó a reprender a los gentiles de su impiedad, y fiereza, fue allí muerta a pedradas, y bautizada con su propia sangre. Era catecúmena; porque aun no había recibido el agua del bautismo. Su cuerpo fue sepultado allí junto al de Santa Inés, y la Iglesia celebra su fiesta a los 23 de enero, que fue el día de su martirio.
8 Y para que los gentiles no turbasen a los cristianos, ni les estorbasen aquella santa romería, y piadosa devoción, envió el Señor un espantoso temblor de la tierra, y del cielo muchos truenos, y relámpagos, sobre ellos: de los cuales muchos murieron, y otros despavoridos dejaron el campo franco a los cristianos, y se volvieron a sus casas. Los padres de Santa Inés, por el amor entrañable, y dulce memoria de su hija, estaban siempre de día, y de noche orando en su sepulcro, hasta que una noche vieron un grandísimo número do doncellas, ataviadas de ricos paños de oro, adornadas de piedras preciosas, y coronadas de guirnaldas de perlas, y de joyas resplandecientes sobre manera. Entre ellas venía Santa Inés triunfante, y gloriosa, y pegado a ella un cordero más blanco que la misma nieve. Se paró la Santa Virgen, y rogó a sus compañeras, que parasen; y volviéndose a sus padres, les dijo: Padres míos, mirad, que no me lloréis como a muerta; antes os debéis alegrar conmigo, por haber yo alcanzado en el Cielo corona de gloria con tan santa compañía, y por haber llegado a Aquél, que mientras viví en la tierra, amé con todo mi corazón, con toda mi ánima, y con todo mi afecto. Dichas estas palabras, calló, y pasó adelante con aquel celestial coro de vírgenes, que la acompañaban. Esta divina revelación sucedió ocho días después del martirio de Santa Inés, y fue tan ilustre, que se divulgó, y vino a noticia, de todos los que vivían en Roma; y por esto la santa Iglesia la celebra con fiesta particular el día, que sucedió, que fue a los 28 del mes de enero.
Algunos años después Constancia, hija del emperador Constantino, que era doncella muy prudente, muy enferma, y de pies a cabeza cubierta de llagas, habiendo oído esta visión de los mismos, que la habían visto, que es señal de haber sucedido el martirio de Santa Inés en la última persecución de Diocleciano, se determinó de ir a la sepultura de Santa Inés, y hacer oración, esperando alcanzar por su intercesión entera salud. Vino Constancia, siendo aun gentil, a Santa Inés, y con grande ahínco, y afecto le suplicó, que le diese la salud. Allí, orando, tomada de un dulce sueño, se adormeció, y vio a la bienaventurada virgen Inés, que le apareció, y le hablaba de esta manera: Constancia, no te olvides de tu nombre: obra constantemente, y con gran firmeza: abrázate con la fe de Cristo, por el cual todas tus llagas desde este punto serán sanas, de tal manera, que ni el mal olor de tu cuerpo más te aflija, ni el dolor de tus miembros llagados te angustie, ni el temor de nueva enfermedad te congoje. Acuérdate, de lo que eres, y cómo estabas: sana quedas: reconoce a Cristo, tu Señor, y agradécele este beneficio. En acabando de decir Santa Inés estas palabras, se acabó juntamente el sueño de Constancia, hallándose tan sana, como si nunca hubiera tenido enfermedad; y para agradecer a la Santa este beneficio, le hizo un templo magnifico, y en él a su santo cuerpo un sepulcro, al cual concurría continuamente gran multitud de gente, para pedir favor al Señor por medio de Santa Inés, y muchos, de los que venían enfermos, volvían sanos, y los afligidos consolados, y contentos. Perseveró Constancia virgen hasta la muerte, y movió con su ejemplo a muchas doncellas ilustres a seguir esta celestial virtud, para vencer perfectamente las guerras, y batallas de la carne, y ser coronadas de Cristo su dulce Esposo en la corte celestial con aquella diadema, que Él tiene aparejada, a los que por Su Amor huyen las blanduras, y deleites sensuales. El martirio de Santa Inés fue a los 21 de enero del año del Señor de 304, imperando Diocleciano, y Maximiano. Entre las obras de San Ambrosio anda la vida de Santa Inés, y él hace mención de ella en el Sermón 90, y en el Libro I de las Vírgenes: San Dámaso: San Gregorio en la Homilía 11 y 12: Prudencio en un Himno; y San Isidoro: y San Jerónimo, escribiendo a Demetriade, dice estas palabras: «La vida de Santa Inés, es alabada con letras, y lenguas de todas las gentes, especialmente en las iglesias; la cual venció su tierna edad, y al tirano, y consagró su castidad en el martirio:» y san Máximo en un sermón dice: «¡Oh, virgen gloriosa, qué ejemplo de vuestro amor habéis dejado a las vírgenes, para que te imiten! ¡Oh, cómo les enseñasteis a responder, despreciando la riqueza del siglo, desechando los deleites del mundo, amando a sola la hermosura de Cristo! Allegaos, doncellas, y en los tiernos años de su niñez aprended a amar a Cristo con vivas llamas de amor. Dice Inés, que quiere serle leal a su Esposo, y que desea Aquél solo, que no rehusó morir por ella. Aprended, vírgenes de Inés, que así está abrasada del Amor Divino, y tiene por basura todos los tesoros, y delicias de la tierra.» Esto dice San Máximo, Obispo.

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