Tomado del Año Cristiano o Ejercicios Devotos para Todos los Días del Año. Madrid, 1780. Marzo, Día 25, Página 463.
La Anunciación de la Santísima Virgen
EL misterio de la Encarnación, que se cumplió en el mismo instante en que el Ángel se le anunció a la Santísima Virgen, y esta Señora dio su consentimiento, debe considerarse como el principio de todos nuestros misterios, como el fundamento de nuestra Religión, como la basa de nuestra Fe, como el resto de la omnipotencia, como el origen de nuestra dicha, y como el misterio por excelencia de la bondad y amor de Dios para con los hombres; autorizado por el Espíritu Santo, admirado de los Ángeles, predicado a los Gentiles, creído en el mundo y sublimado a la gloria: Grande es el misterio de la piedad: Él, ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, aparecido a los Ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria (1 Timoteo 3:16). Y porque la felicísima embajada que el Arcángel San Gabriel llevó a la Santísima Virgen del misterio de la Encarnación, es en todo rigor la señal más sensible, y la primera época de nuestra Religión: por eso explica la Iglesia con el título de la Anunciación todos los misterios que se comprenden en ella.
Habiendo llegado en fin el dichoso momento destinado desde la eternidad para hacerse la reconciliación de los hombres con Dios, aquel mismo Arcángel Gabriel, que cuatrocientos años antes había declarado al Profeta Daniel el nacimiento, y la muerte del Mesías, y aquel mismo también, que seis meses antes había anunciado a Zacarías el nacimiento del que había de ser su Precursor, fue enviado a una tierna Doncella llamada María, de la Tribu de Judá, y de sangre Real, porque era descendiente de la Casa de David.
Aquel Señor que la había escogido para Madre del Mesías, la había prevenido en el primer instante de su concepción de todos los dones celestiales, y de una plenitud de gracia tan asombrosa, que era el pasmo del Cielo, y como dicen los Padres, excedía en méritos, y en santidad a las más perfectas criaturas.
Aunque por una rara virtud, hasta entonces sin ejemplo, había consagrado a Dios con voto su virginidad; con todo eso quiso la divina Sabiduría que se desposase con un varón justo llamado José, de la misma Casa de David, para que fuese guarda de su honor, testigo, y protector de su pureza, tutor, y padre putativo del Hijo que había de nacer de sola ella.
Vivía esta Doncellita en Nazaret, pequeña Ciudad de Galilea. Aquí fue donde el Arcángel San Gabriel se la apareció a tiempo (dice San Bernardo) que retirada de la vista y comercio de las criaturas, se dedicaba enteramente a su Dios en contemplación muy elevada. Lleno de respeto y de veneración el celestial Paraninfo a vista de la que consideraba ya como Reina, y Soberana suya, la saludó de esta manera: Dios te salve llena de gracia; el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres: Salutación que comprendía el mas pomposo y mas magnífico elogio, que podía darse a una pura criatura; porque la aseguraba que estaba llena de todos los dones del Espíritu Santo; que poseía todas las virtudes en supremo grado; que estaba colmada de bendiciones; y que era ella la criatura más agradable a los ojos de Dios que había en el Cielo y en la tierra.
La repentina vista de un Ángel en figura de hombre causó al principio alguna turbación a la purísima Doncella. Se llenó su virginal rostro de un vergonzoso rubor, y su corazón de sobresalto: lo que advertido por el Ángel, la aseguró diciéndola: No temas, María; porque has hallado gracia en los ojos de Dios. Este Señor quiere que seas Madre de un Hijo, pero sin detrimento de tu virginal pureza. Le concebirás en tus entrañas, le darás a luz, y le llamarás Jesús. Será a todas luces grande; y las maravillas que obrará, le harán reconocer por Hijo del Altísimo, y por Hijo tuyo, por descendiente de David, puesto que tú eres de su sangre Real. Pero no ascenderá al Trono por el derecho de la sucesión: porque su soberanía se le deberá por otros títulos muy diferentes. Como hijo de David dominará sobre los pueblos de todo el Universo; aunque su Corona no será como la de los Reyes de la tierra. Fundará una nueva Monarquía. En la Iglesia de Dios vivo, en esta misteriosa Casa de Jacob reinará sin sucesor; puesto que el Imperio de este gran Monarca no reconocerá más límites en su extensión que los de todo el Universo, ni más términos en su duración que los de la eternidad misma.
Fáciles son de concebir los primeros movimientos de aquel corazón humildísimo, de aquella Virgen la más humilde de todas las criaturas. No podía comprender que Dios hubiese puesto los ojos en ella para cumplimiento de tan alto, y tan asombroso misterio. Por otra parte la asustaba mucho el título de Madre, apreciando tanto el puro estado de Virgen. Esto la obligó a preguntar, ¿cómo podía ser lo que el Ángel la decía, no habiendo conocido hasta entonces a hombre alguno, y estando resuelta a no conocerle jamás? Pregunta, dice San Agustín, que no haría la purísima Doncella, si no hubiera hecho voto de perpetua castidad: Quod profecto non díceret, nisi Vírginem se ante vovísset. (Lib. de Virgin.)
Para sosegarla, y para satisfacerla el Ángel, la declaró, que solo Dios sería Padre del Hijo de quien ella había de ser Madre; que concebiría por el Espíritu Santo, el cual siendo la virtud del Altísimo, Formaría milagrosamente el fruto que había de nacer de sus entrañas, haciendo más pura su virginidad; y en fin, que el Hijo que había de dar a luz se llamaría, y sería verdaderamente Hijo de Dios, en quien residiría corporalmente toda la plenitud de la divinidad, todos los tesoros de la santidad, y de la sabiduría divina. Y en testimonio de esta verdad, añadió el Ángel, pongo en tu noticia la maravilla que Dios acaba de obrar en favor de tu prima Isabel, la cual en su avanzada edad no podía ya esperar tener hijos naturalmente, y con todo eso está encinta de seis meses, porque nada es imposible al Todopoderoso, y el que pudo dar un hijo a una anciana y a una estéril, también podrá hacer madre a una doncella sin que deje de ser virgen.
Mientras hablaba el Ángel se sintió María interiormente iluminada de una clarísima luz sobrenatural, con la cual comprendió toda la economía, y lodos los milagros de aquel inefable misterio, y aniquilándose delante de Dios: He aquí, dijo, la esclava del Señor; hágase en mí según su palabra. Al decir esto desapareció el Ángel, y en aquel felicísimo momento formó el Espíritu Santo en las entrañas de la Virgen un hermosísimo cuerpo de su misma purísima substancia, y criando al propio tiempo la más perfecta alma que crio jamás, unió el cuerpo y la alma substancialmente a la persona del Verbo: Et Verbum caro factum est (Joan 1.),y el Verbo por medio de esta substancial unión se hizo carne. En el mismo punto todos los Ángeles adoraron a aquel Hombre Dios: en el mismo punto se convirtió en Templo del Verbo encarnado el Vientre de la más pura entre todas las Vírgenes: y en el mismo punto se cumplieron todas las profecías que anunciaban la venida del Mesías: Hódiè Davídicum est implétum oráculum, dice San Gregorio de Neocesarea (Hom. 1.); entonces se verificó el oráculo de David: Gaudébunt campi, & exultábunt ómnia ligna silvárum a fácie Dómini, quóniam venit. Saltará de gozo toda la naturaleza, porque el Hombre Dios se dejó ver en el mundo. Hódiè qui est gígnitur, dice San Juan Crisóstomo (de Divin. Gen.): en este día fue concebido en tiempo el que es ante todos los siglos, y aunque esencialmente inmutable, comenzó a ser lo que no era, haciéndose hombre; pero sin perder lo que antes era siendo Dios: Qui est, fit id quod non erat. Nec cum Deitátis iactúra factus est homo. En este día, dice el sabio y piadoso Gerson, fueron oídos los ardientes deseos de tantos Santos Patriarcas, que suspiraban por la venida del Mesías. Hódiè compléta sunt ómnia desidéria. Ésta es la principal fiesta de la Santísima Trinidad, no habiendo otro día en que hubiese obrado iguales maravillas: Hódiè primúm est & principále totíus Trinitátis festum. ¡Cuántos misterios se incluyen en uno solo, y cuántos prodigios en este solo misterio! En Jesucristo un Hombre Dios; en María una Virgen Madre de Dios; y en nosotros, a cuyo beneficio se hicieron todas estas maravillas, unos hijos adoptivos de Dios.
Sí, carísimos hermanos, dice San Agustín: Talis fuit ista suscéptio, quae Deum bóminem fáceret, & bóminem Deum. (Serm. de Annunt. Mar.) Tal fue el efecto de la Encarnación, que en virtud de ella, y en la persona de Cristo, el hombre se elevó a ser Dios, y Dios se abatió hasta la forma de hombre. Un Dios verdadero hombre, y un hombre verdadero Dios. Las dos naturalezas divina y humana unidas en una misma persona; pero haciéndose esta unión de personas sin confusión de naturalezas. El Verbo se hizo carne, y por esta unión real y substancial del Verbo con la humanidad, hizo propias suyas todas las miserias naturales del hombre; comenzando también el hombre a ser participante de todas las grandezas de Dios. Misterio inefable, a cuya ejecución se debe rendir todo entendimiento criado: porque como dice San Juan Crisóstomo, no hay que preguntar con qué virtud, ni de qué manera pudo la naturaleza humana ser sublimada por el Verbo Eterno a unión tan noble, a estrechez tan inexplicable: Neque bìc quaeritur quómodo boc factum sit, aut fieri potúerit. (de Divin. Gener.) Pues el orden de la naturaleza cede a todo lo que quiere Dios: Ubi enim Deus vuit, ibi natúrae ordo cedit. Quiso Dios hacerse hombre: pudo hacerlo, lo hizo y salvó a los hombres: Vóluit, pótuit, descéndit, salvávit. ¡Oh, qué inagotable fondo de piadosas reflexiones y de afectos de admiración, de amor y de reconocimiento, se comprende en este inefable Misterio!
Pero si el asombroso abatimiento del Verbo, dicen los Padres, es asunto grande de admiración al mundo; la sublime elevación de María a la dignidad augusta de Madre de Dios, no incluye ni descubre inferiores maravillas. Una Virgen que concibe en tiempo a aquel mismo Hijo que Dios engendró ante todos los siglos en la eternidad. María hecha Madre de Dios en sentido propio, natural, y riguroso; y por esta divina maternidad, María con autoridad sobre Dios, y Dios con subordinación a María. Utrínque miráculum. Dos grandes prodigios: un Dios con todas las obligaciones de un hijo para con su madre; y María en posesión, respecto de Dios, de todos los derechos de una madre para con su hijo, y de todos los bienes, por decirlo así, de este mismo hijo. Después de esto no hay que admirarnos diga San Agustín, que entre todas las puras criaturas, ninguna es igual a María. Táceat, & contremíscat omnis creatura, exclama el célebre San Pedro Damiano, & vix áudeat aspícere ad tantae dignitátis inmensitátem.(Serm. de Nativ. Virg.) Calle poseída de un respetoso temor toda pura criatura a vista de una inmensa dignidad que no puede comprender. Ni hay que tener miedo, añade el Sabio Cancelario de París, de exceder o de decir demasiado cuando se ensalzan las grandezas de María; porque enriquecida con los bienes de su Hijo, y sólo inferior a Dios, es superior a los elogios de los Ángeles y de los hombres. Quidquid humánis potest dici verbis minùs est a laude Vírginis. (Serm. de Concep.)
No debe causarnos admiración esta unánime conspiración de los Santos Padres en publicar las inefables prerrogativas de la Madre de Dios en el día de su Anunciación gloriosa; porque la divina maternidad, de que tomó posesión en este día, incluye en sí todos los elogios. Hoc solùm de beâta Virgine praedicâre, dice San Anselmo, quod Dei Mater est, excédit omnem altitúdinem quoe post Deum dici & cogitári potest. Sólo con decir que María es Madre de Dios, se dice lo más que después de Dios se puede decir, ni se puede pensar. Éste es el origen, y como el título radical de todos los privilegios que goza. De aquí dimanó aquella concepción sin mancha; aquella virginidad sin ejemplo; aquella plenitud de gracia sin medida, aquella elevación, aquella universalidad de virtudes sin limitación. De aquí los magníficos, los dulces títulos de Reina del Cielo, y de la tierra; de Madre de misericordia; de amparo de los pecadores. Tributad a María, escribe San Bernardo a los Canónigos de León, tributad a María las alabanzas que de justicia se la deben. Decid que para sí, y para todos halló la fuente de la gracia: publicad que es la mediadora de la salvación, y la restauradora de los siglos; porque esto es lo que la Iglesia canta, y todos los Padres publican: Magnífica gratiae inventrîcem, mediatrîcem salútis, restauratrîcem saeculôrum: baec mihi de illa cantat Ecclésia. (Epístola 174)
Luego que fue Madre de Dios, dice San Lorenzo Justiniano, comenzó a ser escala del Paraíso, puerta del Cielo, Abogada del mundo, y mediadora entre Dios, y los hombres. Paradísi scala, Coeli iánua, inrtervéntrix mundi, Dei atque hóminum veríssima mediátrix. (Serm. de Annunt.)
Hay Apóstoles, hay Patriarcas, hay Profetas, hay Mártires, hay Confesores, hay Vírgenes. Todos estos son sin duda poderosos intercesores con Dios, y yo cuento en la realidad mucho con su poderosa intercesión. Pero, Virgen Santa, (exclama el devotísimo Anselmo) lo que todos estos pueden juntos contigo, tú sola lo puedes sin ellos: Quod passunt omnes isti tecum, tu sola potes sine ilis ómnibus. (Orat. 45. ad Virg. Mar.) ¿Y por qué puedes tú sola tanto, y más que todos juntos? ¿Quare boc potes? Porque eres Madre de nuestro Salvador, Esposa del mismo Dios, Reina del Cielo, y de la tierra, y Soberana Emperatriz de todo el Universo. Quia Mater es Salvatóris nostri, Sponsa Dei, Regîna Coeli & terrae, & ómnium elementórum. Mientras tú no hablas en mi favor, ninguno se atreve a abogar por mí: Te tacénte, nullus orábit, nullus iuvábit. Pero luego que tú te declaras por mi causa, tendré tantos Abogados como Cortesanos Celestiales: Te oránte, omnes orábunt, omnes iuvábunt.
¿Cuántas veces (dice el famoso Abad de Celles) debieron a la clemencia de la Madre de la gracia su conversión, aquellos a quienes la justicia del Hijo estaba ya para condenar al fuego eterno? Saepé quós tustítia Fílii potest damnáre, Matris misericórdia líberat. ¿Pues qué confianza no debemos tener en aquella Señora, que por el mismo hecho de ser Madre de Dios, fue declarada Tesorera general de sus gracias, depositando, por decirlo así, en sus manos nuestra salvación? Thesaurária gratiárum ipsíus; salus nostra in manu illíus est. (Rup. Praef. contempl.)
Este fue el dictamen general de todos los Padres en orden a la Madre de Dios: ésta en todos tiempos la Fe de la Iglesia. Solamente los herejes jamás han podido tolerar que se la rinda el religioso culto que se la debe. No ha tenido enemigo el Hijo que no lo ha ya sido de la Madre. Habiendo sido ella la que pisó la cabeza del Dragón, no es de admirar haya sido siempre tan aborrecida de él: y siendo el Misterio de la Encarnación el fundamento de la Fe, no hay blasfemia que no haya vomitado el infierno contra este divino Misterio.
Los Arrianos negaban la Divinidad del Verbo; los Nestorianos la unión substancial del Verbo con la carne, admitiendo en Cristo dos personas; los Eutiquianos reconocían en él una sola naturaleza; los Monotelitas una sola voluntad; y los Marcionitas un cuerpo fantástico. Todos estos rasgos emponzoñados iban de rebote a borrar en María el augusto título de verdadera Madre de Dios. Fulminó rayos la Iglesia en sus Concilios contra estos impíos errores, y anatematizó a los herejes, entre los cuales ninguno se declaró con mayor furor contra la divina maternidad de la Virgen que el impío Nestorio. Arrebatado del espíritu de orgullo este indigno Patriarca de Constantinopla, se atrevió descaradamente a disputar a María el augusto título de Madre de Dios; mas para dorar de alguna manera, o para endulzar la blasfemia de su error, concedió a la Señora los mas especiosos dictados que pudo discurrir, a excepción del de Teotocos, o Madre de Dios, que es como el fundamento, y la basa de todos los demás. Reconociendo la Iglesia que negar esta indisputable excelencia a la Virgen, era echar por tierra el misterio de la Encarnación, tomó la defensa de este esencialísimo punto con todo el ardor, y con todo el empeño que correspondía a su celo. Convocó el célebre Concilio Efesino el año 431, en que Nestorio fue excomulgado, y degradado, sus errores condenados, quedando definido como uno de los más principales artículos de Fe, que María es verdadera Madre de Dios en sentido natural, y riguroso, sin que este dogma, tan antiguo como la Iglesia misma, pudiese padecer interpretación maligna, declarándose que el término Teotocos sería tan consagrado, y tan característico contra la herejía de Nestorio, como lo era ya el de Consubstancial contra los errores de Arrio. No se puede imaginar el aplauso y regocijo con que fue recibida esta definición de la Iglesia universal en gloria de la Santísima Virgen, y es razón no omitir aquí las demostraciones que se hicieron en Éfeso el día que se publicó.
Llegado, pues, el que se había señalado para pronunciar definitivamente sobre la Divina Maternidad de María, todo el pueblo dejó las casas, ocupó las calles, llenó las plazas públicas, y concurrió a cercar la Iglesia dedicada a Dios en honra de la Virgen, donde estaban congregados los Padres del Concilio. Luego que se publicó la decisión, llegándose a entender que María quedaba mantenida en la justa posesión del título de Madre de Dios, resonaron en toda la Ciudad festivas aclamaciones, y gritos extraordinarios de una devotísima alegría; siendo tan vivas y tan universales estas demostraciones del gozo, que al salir los Padres de la Iglesia para retirarse a sus casas, todo el pueblo los condujo como en triunfo, colmándolos de bendiciones. Se quemaban pastillas, y otros aromáticos perfumes en las calles por donde habían de pasar: brillaban en el aire festivas luminarias, y variedad hermosa de fuegos artificiales, sin que faltase circunstancia alguna a la pompa del regocijo común, ni al esplendor de la gloriosa victoria, que María acababa de conseguir de sus enemigos, que no lo eran menos de su Santísimo Hijo. Tanta verdad es, como dice San Buenaventura, que la devota ternura, el religioso culto de la Madre de Dios, en todos tiempos fueron comunes a todos los verdaderos cristianos. Nació con la Iglesia la devoción a María, y siempre fue reputada como señal visible de predestinación: Qui acquírunt grátiam Maríae, agnoscúntur à cívibus Paradísi; & qui habúerit bunc caractérem, annotábitur in libro vitae. (Bonav. In Psalm. 91.). Ni es ésta, añade San Bernardo, una confianza presuntuosa, que fomente la relajación: es un religioso culto: es una piadosa esperanza, fundada en la protección de la Madre de Dios, pero sostenida de una vida regular, timorata y cristiana. El desgraciado fin del impío Nestorio fue funesto anuncio del que deben esperar todos los que se declaran enemigos de la Santísima Virgen.
Créese comúnmente que en este Concilio Efesino, en que presidió San Cirilo en nombre de San Celestino Papa, compuso juntamente con los demás Padres aquella devota Oración a la Madre de Dios, que después adoptó la Santa Iglesia: Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén Jesús. (Baron. ad an. 431).
En todos tiempos fue muy célebre en la misma Iglesia la fiesta de la Anunciación. CUANDO VIVÍA SAN AGUSTÍN, ESTABA YA SEÑALADO PARA ELLA EL DÍA 25 DE MARZO, EN EL CUAL, DICE ESTE PADRE, SE CREE POR ANTIGUA Y VENERABLE TRADICIÓN QUE FUE CONCEBIDO Y MURIÓ NUESTRO DIVINO REDENTOR: Sicut à maióribus tráditum suscípiens, Ecclésiae custódit autbóritas, octávo Kaléndas Aprilis concéptus créditur, quo & passus.
El décimo Concilio Toledano, celebrado en el año de 656, llama a la solemnidad de este día la Fiesta de la Madre de Dios, por excelencia la gran fiesta de la Virgen. Festum Sanctae Vírginis Genitrîcis Dei, festivitas Matris. Porque ¿qué otra fiesta mayor de la Madre de Dios, dicen los Padres, que la Encarnación del Verbo? ¿Nam quod est féstum Matris, nisi Incarnâtio Verbi? Por ser incompatible el luto que arrastra la Iglesia en tiempo de Pasión y de penitencia, en que por lo regular cae la Anunciación, con la alegría, y la solemnidad que convenía a este Misterio, los Padres del referido Concilio trasladaron su fiesta al tiempo de Adviento, en que el Oficio Divino es casi todo de la Anunciación y de la Encarnación del Verbo. La Santa Iglesia de Toledo la fijó al día diez y ocho de Diciembre, y la de Milán al Domingo que precede inmediatamente a la fiesta de Navidad. Pero habiéndola restituido la Iglesia Romana a su propio día hacia el noveno siglo, casi todas las demás Iglesias se conformaron con ella, bien que no por eso dejó de celebrar la mayor parte de ellas una fiesta particular en honra de la Santísima Virgen el día dieciocho de Diciembre con título de la Expectación.
Hasta en Inglaterra, no obstante el funesto cisma, se observa hoy la fiesta de la Anunciación, siendo una de las de precepto, celebrándose con ayuno, vigilia, Oficio público, y una Colecta particular, y comenzándose a contar el año Eclesiástico por este día.
Son muchas las Órdenes Religiosas que se honran con el distintivo de la Anunciación de María. Los Servitas o los Siervos de la Virgen, cuyo Instituto tuvo principio en Florencia por los años de 1232, y que en el espacio de cinco siglos ha dado muchos Santos al Cielo y grandes hombres a la Iglesia, se llaman de la Anunciada, o de la Anunciación: no habiendo título más oportuno para un orden singularmente dedicado a servir y a honrar a la Virgen, que el que está significando aquel feliz momento en que comenzó a ser madre de Dios.
En Francia y en Italia hay Religiosas con el mismo nombre, que se llaman las Celestes, o las Monjas azules, porque andan vestidas de este color. Y el total olvido del mundo, junto con el profundo silencio, retiro, y soledad que profesan, contribuye mucho a fomentar en ellas aquel espíritu interior que reina en esta santa Orden, haciéndola muy digna del título de la Anunciada, o de la Anunciación, con que se honra.
El año de 1460 el Cardenal Juan de Torquemada fundó en Roma en la Iglesia de la Minerva, una piadosa Congregación o Cofradía con título de la Anunciación, para casar doncellas pobres, y para dar dotes a las que quieren ser Religiosas: habiendo crecido tanto las rentas de esta Archicofradía, así por la liberalidad de los Papas, como por muchos legados píos que la han dejado, que cada año da estado a cuatrocientas doncellas, yendo el misma Papa en persona, con todo el aparato que se estila cuando sale de ceremonia, a distribuir las cédulas de dotes, el día 25 de Marzo.
En el año de 1639 la ilustre Madre Juana Chezard de Matel fundó en Aviñón, con aprobación de la Sede Apostólica, la Religión del Verbo Encarnado, cuyo principal fin es honrar continuamente con tierna devoción y caridad ardiente a este divino Verbo hecho carne en las entrañas de la más pura y más santa entre todas las Vírgenes: disponiéndole castas Esposas por medio de la piadosa y admirable educación que según su instituto dan a las doncellitas tiernas a quienes llama Dios por el camino de la Religión: pudiéndose asegurar que el fervor y el religioso porte con que edifican a todos, sostienen con esplendor el augusto título que las distingue, y las merecen el renombre de verdaderas hijas del Divino Verbo Encarnado.
Amadeo VIII, Duque de Saboya, mudó en el año de 1434 el orden Militar del Lago de amor en el de la Anunciada, mandando que en lugar de la Imagen de San Mauricio trajesen los Caballeros la de la Santísima Virgen, y en vez de los Lagos unos cordoncillos con las palabras de la Salutación Angélica: lo que muestra bien no haber en el mundo cristiano estado alguno que no profese singular veneración a este misterio, que siendo el primero de todos, fue principio y origen de nuestra dicha.
El mismo espíritu de devoción y de reconocimiento movió al Papa Urbano II en el año de 1095 a ordenar en el Concilio de Clermont, donde presidió en persona, que todos los Clérigos rezasen el Oficio Parvo de nuestra Señora, introducido ya entre los Monjes por San Pedro Damiano; y que tres veces al día, por la mañana, a medio día, y por la noche se tocase a las Oraciones, que vulgarmente se llama a las Ave Marías, y en otro tiempo se decía tocar al Perdón, por las grandes indulgencias que concedieron a cuantos las rezasen tres veces al día los Papas Juan XXII, Calixto III, Paulo V, Alejandro VII, y Clemente X.
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