lunes, 18 de marzo de 2019

17 de Marzo: San Patricio, Obispo Primado de Irlanda (377-493)

Tomado de La Leyenda de Oro para cada Día del Año – Vidas de Todos los Santos que venera la Iglesia – Madrid-Barcelona, 1855 – Tomo I, Marzo, Día 17, Página 437.


San Patricio, Obispo Primado de Irlanda

El glorioso San Patricio, apóstol de Irlanda, tuvo por padres a Calfurnio y Conquesa, personas honradas, y nació en un pueblo marítimo de Bretaña, llamado antiguamente Triburnia, o Eiburnia, o Taburnia. Le tenía Dios escogido para grandes cosas, y obrador de grandes maravillas; y así le previno con grandes favores de Su mano. Habiendo nacido San Patricio, un ciego desde su nacimiento llamado Gormas oyó una voz que le dijo, que en bautizando aquel niño tomase su mano derecha e hiciese con ella una cruz en el suelo, y que luego saldría una fuente, con cuya agua alcanzaría vista de los ojos. Lo hizo así Gormas, y luego milagrosamente manó una fuente, donde se formó una cruz con la mano del niño Patricio; y lavándose en ella, se le abrieron los ojos y vio perfectamente. Desde niño obró Dios muchos milagros por Patricio; porque viniendo una grande avenida de agua sobre un pueblo, y especialmente sobre su casa, mojando el niño tres dedos en las aguas, después de hecha oración, las roció en forma de cruz tres veces en honra de la Santísima Trinidad; y al punto se detuvo aquella inundación y se retiró la corriente. Convirtió también siendo muchacho unos pedazos de hielo en fuego. Dio salud a una hermana suya, y vida al marido de su tía que le criaba. Enviándole un día a tener cuenta con un rebaño de ovejas, se llevó una un lobo: a la noche riñeron mucho a Patricio: él calló con grande paciencia, suplicando a Nuestro Señor restituyese la oveja: fue cosa maravillosa, que luego al otro día vino el lobo trayendo la oveja en la boca, y poniéndola a los pies de San Patricio, se tornó al monte. Estando su ama enferma y con deseo de comer un poco de miel, con la cual imaginaba que sanaría, y no hallándose entonces en el lugar; el muchacho Patricio con grande fe tomó un vaso de agua y se la dio a gustar a la enferma, la cual halló ser toda miel, sanando luego de su dolencia. Tenía gran madurez y peso en sus acciones; ayunaba mucho, oraba cuanto tiempo podía, y gastaba largos ratos en cantar salmos e himnos.
Queriendo Dios ilustrar a San Patricio, y disponerle para la conversión de muchas gentes, permitió fuese cautivo de unos piratas irlandeses que robaron su lugar y le llevaron a Irlanda, siendo de diez y seis años, donde le hicieron guardar lechonas. El santo mancebo pasaba su vida por los montes como si fuera ermitaño, ocupado todo en contemplación Divina. Cien veces de día y otras tantas de noche se hincaba de rodillas a hacer oración. Su sustento eran yerbas del campo y otros manjares groseros, creciendo siempre en espíritu y mayores virtudes. Seis años estuvo cautivo, y en los cuales aprendió la lengua irlandesa y conoció la necesidad que tenía aquella tierra de predicadores que comunicasen a sus moradores la Luz del Evangelio. Tuvo revelación San Patricio que él los había de convertir: y queriendo el Señor habilitarle para tan alto ministerio, le sacó de aquella cautividad por esta manera maravillosa. Se le apareció un Ángel diciéndole, como Dios era servido de sacarle de aquella servidumbre, que mirase donde había hecho un hoyo grande el ganado que guardaba, y que allí hallaría la cantidad de oro que bastase para su rescate. Sucedió así como el Ángel le dijo: habiendo pagado San Patricio a su amo el precio en que concertaron, se volvió a su tierra, haciendo Dios Nuestro Señor en el camino por el santo mancebo muchos milagros y maravillas.
Estando ya en casa de sus padres, se le apareció durmiendo un varón muy bien dispuesto y agraciado, como que traía muchas cartas de Irlanda, dando a San Patricio una para que la leyese, en cuyo principio estaba escrito: «Éstas son voces de los naturales de Irlanda.»Cuando quiso pasar a leer más adelante, se le representaron innumerables niños que estaban aún en los vientres de sus madres, que con voz clara clamaban y decían: «Le suplicamos oh, santo mancebo Patricio, que vengas y andes entre nosotros y nos libres.» A estas voces, enternecido San Patricio, despertó y conoció como el Señor le confirmaba el haberle escogido por predicador y padre espiritual de aquella nación; y así determinó pasar a Francia para estudiar las Letras sagradas y ordenarse, y comunicar con grandes prelados que entonces florecían en aquel reino para hacerse con su ejemplo y doctrina ministro digno de Dios. Estuvo bajo de la enseñanza de San Germán, Obispo Antisiodorense, diez y ocho años, del cual fue muy industriado en las cosas divinas y ordenado de Sacerdote. Después pasó a comunicar con San Martín Obispo, cuyo pariente era por parte de madre, con cuyos consejos se aprovechó mucho y tomó el hábito de monje. Siendo ya tiempo de cumplir su deseo de ir a predicar a Irlanda el Santo Evangelio, para lo cual le había escogido el Señor como precioso vaso que le llevara Su Santísimo Nombre entre aquellos bárbaros que estaban en la sombra de la muerte, quiso por consejo de San Germán recibir la bendición del Sumo Pontífice y darle cuenta de sus santos intentos. Hizo el camino por mar, y en una isla del mar Mediterráneo, a la cual aportó, visitó un santo varón que en ella hacía una vida santísima, el cual le dio un báculo en nombre de Jesucristo, diciendo que le había recibido de su misma mano para que le diese a Patricio cuando viniese por allí. Este báculo fue muy célebre y se llamó «el báculo de Jesús,» y con él hizo San Patricio grandes milagros como Moisés con su vara. En Roma fue muy bien recibido nuestro Santo del Papa Celestino I; el cual viendo su gran santidad, doctrina y el celo tan fervoroso de ayudar a las almas de los irlandeses, hizo a San Patricio su Legado y Primado de Irlanda, concediéndole grandes gracias y favores, y consagrándole de Obispo. Le dio el Sumo Pontífice veinte compañeros y obreros para que le ayudasen a cultivar aquella nueva viña del Señor: con lo cual se partió San Patricio para Irlanda muy contento, y mucho más con una visita que tuvo de Cristo, nuestro Redentor, que se le apareció y prometió ayudarle en todo y oír sus oraciones. Pasó por Francia para ver a su maestro San Germán, el cual también le echó su bendición y dio muchos cálices, ornamentos sagrados, libros y otras cosas que lo pudiesen servir en la conversión de aquella gente.
Cuando llegó a tierra de Irlanda, vio innumerable multitud de demonios que se oponían y querían defender la entrada; mas el Santo con la Señal de la Cruz los ahuyentó. Habían dicho los magos de aquella isla algún tiempo antes que llegase el siervo de Dios, cómo había de llegar a sus tierras un extranjero dando las señas de San Patricio, el cual había de destruir sus dioses. Causó gran pavor en aquellos infieles este pronóstico, y al rey principal de Irlanda llamado Leogario, habiendo prevenido que cuando llegase a sus puertos tal hombre, le impidiesen la entrada, o una vez dentro lo desterrasen. Apenas hubo puesto San Patricio el pie en tierra, cuando salieron a matarle mucha gente: le echaron un alano terrible y fierísimo como los hay en aquellas partes para que le despedazase, mas el perro enmudeció y se quedó inmoble como si fuera de piedra. Llegó un hombre muy robusto y tan grande, que era tenido por gigante, con la espada desnuda para matar al Santo; pero no pudo tirar el golpe ni mover la mano, teniéndosela invisiblemente y quedando él como una estatua. Este hombre se llamaba Dichu, y era muy poderoso en aquella tierra y grande capitán: el cual, como experimentase en sí aquel milagro, se aficionó a San Patricio, y oyendo su doctrina se bautizó con toda su familia; y trocado ya en otro hombre, ayudó grandemente al siervo de Dios para la conversión de los demás gentiles, haciendo desde luego que se edificase una iglesia en el lugar donde le sucedió aquel pasmo.
Hacían grande resistencia al Santo predicador de la Verdad muchos magos y hechiceros que de muchas maneras impedían el fruto de su predicación; mas Dios los castigó con casos espantosos. Estando el Santo diciendo Misa en una iglesia pequeña que había edificado, llegó uno por la ventana con un palo largo y le derribó el Cáliz Consagrado. Al punto se abrió la tierra y le tragó vivo: lo cual causó tan grande pavor a muchos que lo supieron, que se convirtieron luego a la fe: y más, sabiendo que las especies del vino vertidas se tornaron por oración del Santo a poner dentro del Cáliz como antes estaban, sin quedar mojada aquella parte en que cayeron. Había otro mago llamado Dochu, y muy querido del rey, el cual se hacía dios, y con varios engaños resistía a San Patricio, como Simón Mago a San Pedro. Quiso para confirmación de su divinidad subirse a los cielos, mas estando ya muy alto, hizo oración San Patricio, y luego cayó a los pies del Santo donde se hizo pedazos. Había en Irlanda un ídolo muy célebre, el cual llamaban cabeza de todos los dioses: era muy grande y todo cubierto de oro y plata. Viendo el siervo de Dios que la adoración de este ídolo detenía a muchos no se rindiesen a su predicación, hizo oración al Señor; y levantando en alto contra él el báculo de Jesús que traía en la mano, al momento cayó en tierra el ídolo, y todo el oro y plata se volvió en polvo. Con esto oyeron muchos la Doctrina del Cielo que les anunciaba San Patricio, y Dios la confirmaba con muchos milagros.
Llegó a predicar a un lugar donde habían enterrado a dos mujeres: hizo el Santo quitarles la tierra de encima, y luego las mandó en nombre de Cristo saliesen vivas de la sepultura. Resucitaron a vista de todos las mujeres, pregonando a voces que Cristo era verdadero Dios, y que sus ídolos eran dioses falsos, y pidiendo instantemente a San Patricio las bautizase. El Santo las bautizó con otros muchos que por aquel milagro se movieron a recibir el yugo de Jesucristo. Otros muchos muertos resucitó el Santo, y dio salud a innumerables enfermos, y muchos sólo con que les tocase su sombra sanaban, como se dice de San Pedro en los Actos de los Apóstoles. Caminando el Santo un día con algunos de sus discípulos, no halló barca con qué pasar el río Sinnia: hizo oración a Dios, y de una parte a la otra del río se levantó la tierra haciendo camino, por donde pasaron sin mojarse. Quisieron los gentiles matar al Santo, presentándole unos quesos venenosos: el siervo de Dios los bendijo; y se convirtieron luego en piedras, con gran confusión de los infieles y admiración de todos. Estando predicando el siervo de Dios, vio un señor muy poderoso de aquel reino que salían llamas de la boca de San Patricio, y que le penetraban el corazón, con el cual prodigio se convirtió a nuestra Santa Fe.
Para facilitar la conversión de todas aquellas islas, y persuadir a todos sus habitadores el castigo que se ha de dar en la otra vida por los pecados de ésta, lo cual no acababan de entender, suplicó a Nuestro Señor les diese algunas muestras visibles de ello, porque se lo habían pedido los mismos gentiles, diciendo que con eso se convertirían todos. Se retiró el Santo algunos días para recabar de Dios esta merced, la cual se le concedió el Señor mostrándole en la parte aquilonar de Irlanda una cueva, en la cual los que entraban veían muchas cosas extrañas, parte de grandes y terribles penas, parte de amenidad y contento. A este lugar llamaron «Purgatorio de San Patricio» del cual han escrito David Roto, Obispo Osoriense, Menrico Saltariense monje del Cister, Mateo París monje de San Benito, y Giraldo Combrense; aunque otros autores han añadido muchas fábulas.
Favorecía Dios en todas las cosas a San Patricio, obrando por él tantos prodigios y milagros que vino a convertir aquellas gentes, las cuales mantenía en la fe y las instruía con grande amor y diligencia, mirando en todo por su provecho espiritual y temporal, proveyéndolas de santos y celosos pastores, visitándolas con su presencia, y animándolas con su ejemplo, y haciéndolas muchos bienes. Y para enriquecer aquellas iglesias con algunas reliquias de Santos y gracias del Sumo Pontífice, tornó a Roma, teniendo para ello revelación del Ángel del Señor. En el camino pasó por su patria donde fundó muchos monasterios de monjes y reformó otros, estableciendo muchas casas del servicio divino. Le recibió el Sumo Pontífice con gran amor: le dio muchas reliquias y su bendición; y el Santo se volvió a Irlanda con treinta Obispos que hizo que consagrasen, porque los había menester para la copiosa mies que había producido la semilla de su predicación. Asentó con esto las cosas de la religión, ordenando leyes muy saludables para el gobierno de aquellos pueblos, haciendo en todo oficio de vigilante Pastor.
Después de haber limpiado a Irlanda de sus errores y abominaciones, limpió la tierra de otras grandes calamidades que padecía, que eran gran multitud de animales venenosos, hechiceros, y demonios que con horribles figuras se solían aparecer: desterró los magos y hechiceros con horrendos castigos, que por las oraciones del Santo hizo Nuestro Señor en los que profesaban aquella maldita arte. A algunos magos que se opusieron al siervo de Dios abrasó fuego del cielo; a otros tragó la tierra. Las apariciones de los demonios cesaron también por ruegos del Santo Prelado, que los desterró de aquellas provincias. Para confirmar esta gracia y expeler todo animal ponzoñoso de Irlanda, ayunó San Patricio cuarenta días, como otro Moisés y Elías, sin comer manjar ninguno de la tierra. El modo con que limpió la tierra de los animales ponzoñosos fue admirable. Se juntaron todos por ministerio angélico en un lugar, y el siervo de Dios con el milagroso báculo de Jesús, de que hemos hecho mención, los ahuyentó hasta un alto promontorio que estaba en la orilla del mar, y de allí se precipitaron en el Océano. Desde entonces no ha nacido más animal venenoso en Irlanda, y lo que es más a ningún irlandés católico, aunque sea fuera de su patria, ha hecho mal ningún animal ponzoñoso; lo cual dura hasta hoy.
Pero no solo fue San Patricio admirable en la gracia de hacer milagros, sino también en el don de la profecía. En las peregrinaciones del Santo llegó una vez al río Boello, en ocasión que no había modo de pasarlo ni por puente ni barca; hizo oración el siervo de Dios, y luego se dividieron las aguas, dando paso franco a San Patricio y a todos los que iban con él. Ya que estuvo de la otra parte echó su bendición al río, el cual mudó la madre de tal forma, que por la parte que miraba al Oriente quedó muy somero, de suerte que se podía vadear a caballo; por la parte que miraba al Occidente iba muy profundo, llevando por una parte y otra, en aquel espacio por donde pasó San Patricio gran cantidad de peces. Preguntado el siervo de Dios de la causa de tan gran maravilla, dijo; que porque había de nacer un Santo, que fue San Columbo, el cual de allí a muchos años había de habitar en aquel lugar; y que para comodidad suya, y de sus hijos y discípulos, convenía hubiese allí tanta abundancia de pescado, y que estuviese el río en aquella forma. Sucedió todo como San Patricio dijo;porque después de algunos añas fundó allí San Columbo su monaterio. Profetizó también, dónde había de fundar otro monasterio el siervo de Dios Colmaneo. Otra vez quiso edificar San Patricio en un lugar que le pareció a propósito una iglesia; mas apareciéndosele un Ángel, le dijo que buscase otro lugar, porque aquel estaba reservado para cuando viniese de Inglaterra el siervo del señor Moccheo huyendo de sus padres y patria, el cual había de hacer allí su asiento y edificar Casa a Dios. Fuera menester hacer muy larga historia, si hubiésemos de contar en particular todos los milagros y profecías de este gran siervo de Jesucristo; porque en todo fue admirable, y parece que en cuantas cosas ponía la mano le favorecía el Señor con milagros, e ilustraba su alma con una sabiduría divina.
Gozó san Patricio después de haber convertido a Irlanda, de algunos años de quietud y mayor contemplación: cada día rezaba todo el salterio con muchos cánticos o himnos, y leía el Apocalipsis de San Juan: cantaba también otras doscientas oraciones devotas: se hincaba trescientas veces de rodillas adorando al Creador de todo. En cada una de las horas canónicas se santiguaba con la Señal de la Cruz cien veces. Decía Misa muy devotamente: predicaba otros ratos; y señalaba a los cristianos para proveerlos en la rectitud. La noche dividía en algunas partes: la primera parte de la noche se arrodillaba doscientas veces y rezaba cien Salmos: la otra parte se metía en algún lago frigidísimo, donde con gran afecto rezaba otros cincuenta Salmos con otras muchas devociones: en lo último se echaba a descansar sobre el suelo desnudo, teniendo por cabecera una piedra, y ciñéndose en los lomos un áspero cilicio mojado en agua helada, para no sentir alguna ilusión del demonio. Su comida era muy poca y grosera: su vestido muy pobre.
Con tal vida y tantos trabajos de sus muchas peregrinaciones, llegó a ciento treinta y tres años, al cabo de los cuales, habiendo señalado el Señor el lugar de su muerte y sepultura, le llevó para Sí, muriendo en gran paz quien había sido embajador de ella para tantos pueblos, viendo a Jesucristo y muchos Ángeles que venían por su alma dichosa. Diez y seis años vivió en su patria: seis estuvo cautivo: diez y ocho fue discípulo de San Germán: era de cincuenta y cinco años cuando le consagraron por Obispo: y entró a predicar en Irlanda, en cuya conversión gastó treinta años: en otros treinta y tres se dio más a la contemplación divina, pero no descuidándose del bien de sus ovejas, para cuyo gobierno juntaba cada año concilio.
Después de difunto San Patricio, oyeron muchos a los Ángeles que cantaban delante de su cuerpo muerto, dejando una fragancia celestial. Tuvieron entre sí gran controversia los de Ulidia y Armacha sobre su santo sepulcro, queriendo cada pueblo de estos poseer aquel grande tesoro, estaban ya con las armas en las manos, para darse batalla a la orilla del mar: y fue cosa maravillosa que se levantaron las aguas, y saliendo de madre sobre la tierra se interpusieron entre los dos ejércitos hasta que se sosegaron; y luego tornaron las aguas a su puesto. Al fin fue sepultado en la ciudad de Duno por Voluntad Divina, donde es venerado de todos aquellos pueblos. Murió San Patricio año de 493.
Escribieron su vida y hechos maravillosos algunos de sus discípulos, como San Benito, San Tumano, San Miel Obispo, y otro Patricio sobrino del Santo: recopiló también los hechos de este gran siervo de Dios San Eviño: de los cuales todos compuso una vida muy cumplida Jocelino monje, la cual trae Tomás Mesingamo en las vidas de los Santos de Irlanda, y Francisco Marreco recopiló otra de la que publicó Ricardo Stanihursto.
Dios sea bendito en todas sus obras y admirable en Sus Santos, y muy especialmente en San Patricio, del cual hay en Irlanda admirables memorias y reliquias suyas: y lo que más es, que fuera de las muchas gracias de milagros y profecías con que le ilustró el Señor, le hizo padre y maestro de muchos Santos que florecieron en Irlanda.

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