Tomado del Año Cristiano o Ejercicios Devotos para Todos los Días del Año. Madrid, 1780. Diciembre, Día 26, Página 495.
San Esteban, Proto-Mártir o el Primer Mártir
SAN Esteban, que tuvo la dicha y gloria de dar el primero su sangre y su vida por Jesucristo, era Judío de origen, aunque quizás Griego de nacimiento. Se ignora su patria y sus padres; sólo se sabe que lo habían criado en la escuela del famoso Doctor de la Ley, Gamaliel, discípulo oculto de Jesucristo, con Saulo, y que había salido hábil en la ciencia de la Ley y de las Escrituras, por la excelencia de su ingenio, y por su aplicación al estudio. En su juventud se distinguió de los demás por la pureza de sus costumbres, y por una regularidad de conducta poco común. San Epifanio cree que era uno de los setenta y dos discípulos de Jesucristo. San Agustín se inclina a creer que se convirtió en la primera predicación de San Pedro. Lo cierto es, que San Esteban empezó desde el año siguiente, que fue el primero después de la venida del Espíritu Santo, a distinguirse por su celo religioso, por su eminente piedad, y por sus milagros.
Como el número de los Fieles se aumentaba todos los días, y el Espíritu de Dios los movía en aquel primer tiempo a llevar a los pies de los Apóstoles sus bienes, para hacerlos comunes, y distribuirlos entre aquellos Fieles que se hallasen necesitados; los Apóstoles conocieron bien pronto el gravamen que les ocasionaba este cuidado y distribución; y que precisamente los había de retraher del sagrado ministerio de la predicación, y de la conversión de las almas. No pudiendo cumplir exactamente con estos dos cargos, se vieron precisados a descargar sobre los otros el cuidado de administrar y dispensar estos bienes. Pero estos, por un espíritu de parcialidad, dieron bien pronto ocasión a celos y envidias.an Esteban, que tuvo la dicha y gloria de dar el primero su sangre y su vida por Jesucristo, era Judío de origen, aunque quizás Griego de nacimiento. Se ignora su patria y sus padres; sólo se sabe que lo habían criado en la escuela del famoso Doctor de la Ley, Gamaliel, discípulo oculto de Jesucristo, con Saulo, y que había salido hábil en la ciencia de la Ley y de las Escrituras, por la excelencia de su ingenio, y por su aplicación al estudio. En su juventud se distinguió de los demás por la pureza de sus costumbres, y por una regularidad de conducta poco común. San Epifanio cree que era uno de los setenta y dos discípulos de Jesucristo. San Agustín se inclina a creer que se convirtió en la primera predicación de San Pedro. Lo cierto es, que San Esteban empezó desde el año siguiente, que fue el primero después de la venida del Espíritu Santo, a distinguirse por su celo religioso, por su eminente piedad, y por sus milagros.
Los Judíos Griegos, es decir, los Fieles de los países extranjeros, Judíos de origen, y que hablaban el Griego, empezaron a murmurar contra los Judíos Hebreos, o naturales de la Palestina, quejándose de que en la distribución de las limosnas no se guardaba igualdad, que las viudas pobres del país eran preferidas a las de los países extranjeros, las cuales, a lo que se decía, tenían siempre la menor parte en las limosnas. Los Apóstoles creyeron que debían hacer cesar desde luego una tan peligrosa semilla de división, como tan contraria a la caridad. Habiendo congregado a todos los discípulos, les dijeron: Hermanos, aunque deseamos hacer cesar vuestras quejas, ocupándonos nosotros mismos en este ejercicio de caridad, que es el asunto de vuestra discordia; sin embargo, no es justo que prefiramos el cuidado de la manutención de los pobres a las funciones Apostólicas, y que por dar al pueblo el pan material, le quitemos el pan espiritual y el alimento de sus almas. Y así elegid de entre vosotros siete hombres de una virtud conocida y probada, prudentes, llenos del Espíritu Santo, y que sean dignos de que nosotros descarguemos en ellos este ministerio; por lo que a nosotros toca, bastante tendremos que hacer con asistir frecuentemente a la oración, y predicar el Evangelio.
Esta proposición fue universalmente aprobada, se hizo la elección, y de los siete que se escogieron, fue el primero Esteban, como que era el más recomendable por su fe, por la pureza de sus costumbres, por su prudencia y por otros muchos dones del Espíritu Santo, de que estaba lleno. Los otros seis fueron, Felipe, conocido también por su celo y por sus grandes acciones, Prócero, Nicanor, Timón, Pármenas, y Nicolás, natural de Antioquía. Toda la Asamblea los presentó a los Apóstoles, quienes después de haber hecho oración, les impusieron las manos, y los ordenaron de Diáconos.
El nuevo carácter aumentó la plenitud de gracias y de virtudes, que ya tenía nuestro Santo antes de su elección. Una fe todavía más generosa, unas luces más puras, un nuevo aliento, un nuevo fervor fueron los efectos del nuevo carácter. Se le veía a San Esteban infatigable en las funciones laboriosas y delicadas de su ministerio, proveer a todas las necesidades de aquella multitud de viudas pobres de toda edad, las que no sabían lo que debían admirar más, si su modestia, o su celo. Y lo que todavía lo hacía más recomendable es, que todas estaban contentas, y a todas las tenía embelesadas con su rectitud, con su vigilancia, y con su inmensa caridad.
Pero el ejercicio fatigoso y pesado de proveer a tantas necesidades, no interrumpía los ejercicios de su celo. Había muchas Sinagogas en Jerusalén, y entre otras, la que se llamaba de los libertinos, que eran unos Judíos, que nacidos de padres esclavos de los Romanos, habían sido puestos en libertad; la de los Cirenenses, de los Alejandrinos, y las de los que habían venido de Cilicia y de Asia. De todas estas Sinagogas salían muchos a disputar con San Esteban, que hacía mucho ruido en Jerusalén por su eminente virtud, y por estar muy versado en la ciencia de la Sagrada Escritura. Pero aunque entre ellos había gentes muy hábiles, no hubo quien le pudiese, responder a los argumentos que les hacía: todos estaban avergonzados, y todos se veían precisados a ceder a la celestial sabiduría, y al Espíritu de Dios, que les hablaba por su boca. En fin, viéndose vencidos, y que no podían resistir a la fuerza de sus razones, y además pasmados de las maravillas que obraba todos los días el Santo Diácono, recurrieron a un artificio diabólico para deshacerse de un contrario que a todos los confundía, y que todos los días convertía a muchos de ellos a la fe de Jesucristo. Sobornaron a algunas personas, y les hicieron decir, que le habían oído blasfemar contra Moisés y contra el mismo Dios. Esta calumnia hizo un gran eco en el pueblo, pero los que se mostraron más rabiosos contra el Santo Diácono, fueron los Ancianos y los Doctores de la Ley. Estos arrojándose impetuosamente sobre San Esteban, lo llevaron arrastrando al lugar de la Asamblea, a donde habían acudido todos los autores de la sedición. Allí produjeron contra él unos testigos falsos, que depusieron ante los Jueces, que aquel hombre no cesaba de blasfemar contra el Lugar Santo y contra la Ley: y nosotros le hemos oído decir, añadían, que este Jesús Nazareno, de quien hace continuamente grandes elogios, destruirá este Templo, que es el centro y el trono de la Religión, y que mudará las tradiciones que Moisés nos dejó.
San Esteban inmoble en medio de tantos enemigos, conservaba siempre la paz en el corazón, y la serenidad en el rostro, el que pareció a todos los que estaban presentes y tenían los ojos fijos en él, un rostro de Ángel, queriendo Dios mostrar con este exterior resplandor la belleza y la inocencia de su alma. Entonces el gran Sacrificador, esto es, el Príncipe de los Sacerdotes, Caifás, que presidía al Consejo, le preguntó si era verdad lo que se decía contra él.
A lo que respondió San Esteban con un largo razonamiento, en el que desde luego testifica el respeto que tiene a los antiguos Patriarcas, deteniéndose particularmente en la piedad con que Abrahán obedeció a Dios, y en la promesa que recibió de Dios de un modo enteramente gratuito, sin que ni la Circuncisión, ni los sacrificios, ni las ceremonias de la Ley hubiesen sido capaces de hacérsela merecer. Habló después con mucha elocuencia de José, vendido por sus hermanos, figura bastante expresiva de Jesucristo, e hizo pasar su razonamiento a Moisés, de quien se le acusaba haber hablado mal. Hizo bien patente la injusticia de una tal acusación; pero no se olvidó de hacer notar de un modo bastante vivo, que los Judíos habían desechado a este Profeta, que Dios les había enviado, para sacarlos de su cautiverio; y que después de haberlos puesto en libertad, no dejaron de serle rebeldes, sin embargo de todos sus milagros. Les trajo a la memoria muy oportunamente la promesa que Moisés hizo al pueblo, de que Dios les daría otro Profeta coma él, que sería el verdadero Salvador de los Israelitas: Dios hará nacer de vuestra sangre, les decía Moisés, un Profeta como yo, pero infinitamente más grande que yo, del que yo no soy sino una débil figura: lo escucharéis con atención, y le obedeceréis. Después de haber tocado como de paso la propensión que el pueblo tenía a la Idolatría, quiso nuestro Santo hablar ventajosamente de la Ley, de la cual se le acusaba ser enemigo. Confesó, que la Circuncisión venia de Dios, que las palabras de la Ley eran los mismos Oráculos del Señor. Que Moisés había erigido el Tabernáculo por orden de Dios, así como también la había tenido Salomón para edificar su magnífico Templo; pero añadió que, según los Profetas, Dios no habita en edificios fabricados por mano de hombres; insinuando bastante claramente en esto, que no debían pararse, ni hacer alto en el Templo, ni en la Ley, sin la cual Abrahán y todos los Patriarcas se habían santificado, habiéndose justificado por la fe. Que por lo demás todos los esfuerzos de los hombres no eran capaces de impedir los designios de Dios, y que así nada conseguirían los Judíos con oponerse a la predicación del Evangelio. Al llegar aquí, animado de un nuevo celo, y mudando, repentinamente de lenguaje, les dijo: Gentes indóciles e incircuncisas de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo. Lo que hicieron vuestros padres, eso hacéis vosotros también. ¿Qué Profeta ha habido a quien no persiguiesen vuestros padres? Ellos hicieron morir aun a aquellos que les anunciaban la venida del Justo, que vosotros acabáis de entregar y hacer morir. Habéis recibido la Ley por el ministerio de los Ángeles y no la habéis guardado.
Al decir estas palabras, fue repentina-mente interrumpido por la gritería del pueblo, que oyendo este discurso, no cabían en sí mismos de rabia y de despecho, el que les hacía crujir los dientes, y rechinar contra él. Pero el Santo, armado de fe, y lleno del Espíritu Santo, permanecía firme y constante; y, mientras sus enemigos disponían darle la muerte, tenía fijos los ojos en el Cielo. Estando en esta postura, vio sensible-mente con los ojos del espíritu y del cuerpo una admirable claridad, que representaba la gloria de Dios, y a la diestra del mismo Dios a Jesucristo en pie, que con su presencia, lo alentaba al combate, y le prometía la corona.
Lleno de un indecible gozo, y no pudiendo contener sus transportes, exclamó al punto: Veo los Cielos abiertos, y al Hijo del hombre en pie a la diestra de Dios. Los que le oyeron hablar de esta suerte, levantaron una gran gritería; y tapándose los oídos, como si hubieran oído algunas blasfemias, se arrojaron sobre él, y lo arrastraron fuera de la Ciudad de Jerusalén, a un lado del camino de Cedar, para quitarle la vida con aquel género de suplicio, que ordenaba la ley contra los blasfemos. Los testigos que habían depuesto contra él, debiendo tirar las primeras piedras, según lo ordenaba la ley, pusieron sus vestidos a los pies de un joven de Tarsis en Cilicia, llamado Saulo, quien de perseguidor se mudó después en Apóstol de Jesucristo, bajo el nombre de Pablo, conquista que San Agustín atribuye a las oraciones de San Esteban. Bajo esta tempestad de piedras mostró este primer Héroe una magnanimidad digna de la admiración de los Ángeles y de los hombres; porque mientras lo apedreaban como a un impío, blasfemo y enemigo de Dios, invocaba intrépido a Dios, y decía, puesto los ojose a el Cielo: Señor Jesús, recibe mi espíritu.
Finalmente, no siendo ya todo su cuerpo sino un llaga, agotado de sangre, pero abrasado todavía de celo de la salvación de sus enemigos, a quienes miraba y amaba como a sus hermanos, se puso de rodillas, y exclamó en alta voz: Señor, no les imputes este pecado, os pido que se lo perdonéis. Luego que hubo pronunciado estas palabras, pasó dulcemente al descanso del Señor, espirando tan tranquilamente como si no hubiera hecho otra cosa que dormirse en el seno del mismo Dios. De este modo acabó y triunfó San Esteban, quien fue el primero que siguió las huellas que Jesucristo nos dejó señaladas sobre la tierra con su pasión; y que siendo el primero que dio su vida por la gloria de Aquél que lo había salvado con su muerte, se halla a la cabeza de aquel número prodigioso de gloriosos Mártires, que han seguido su ejemplo.
El Presbítero Luciano asegura, que la noche después de su martirio, habiendo hecho llevar secretamente el cuerpo del Santo Mártir el célebre Doctor Gamaliel, lo hizo conducir a una tierra que tenía a siete leguas de Jerusalén, y lo sepultó en un Monumento nuevo, donde después fue enterrado él mismo con Abibon su hijo, y Nicodemus. La muerte gloriosa de San Esteban sucedió a fines del año 33, y fue llorada por todos los fieles. Se asegura, que aunque la ceremonia de los funerales duró seis semanas, la prudencia de Gamaliel hizo de modo que todo se ejecutase con pompa y religiosidad, sin que lo pudiese impedir la malignidad de los Judíos.
La fiesta de San Esteban ha sido en todos tiempos muy célebre en la Iglesia; y se había fijado ya al día siguiente de la Natividad del Señor, entre los Griegos, desde el cuarto siglo, y antes de este tiempo en el Occidente.
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