13 de Diciembre
Año: †304 / Lugar: SIRACUSA, Sicilia, Italia
Aparición de Santa Águeda / Cuerpo Incorrupto
Vidente: Santa Lucía de Siracusa, Virgen y Mártir (~283 †304)
Año: †304 / Lugar: SIRACUSA, Sicilia, Italia
Aparición de Santa Águeda / Cuerpo Incorrupto
Vidente: Santa Lucía de Siracusa, Virgen y Mártir (~283 †304)
Lucía nació alrededor del año 283 dC, de padres de fe cristiana, nobles y ricos, en Siracusa, ciudad de la provincia romana de Sicilia. Padeció el martirio durante la Persecución de Diocleciano, la última y quizá más sangrienta persecución a los cristianos en el Imperio romano. El Padre de Lucía se llamaba Lucio, dada la costumbre romana de poner a las hijas el nombre del padre, y murió cuando ella era todavía pequeña. La madre, Eutiquia, quedó al cuidado de su única hija y cuando alcanzó la edad necesaria la prometió en matrimonio a un joven pagano. Lucía no era partidaria de este compromiso matrimonial, pues se había consagrado a Jesucristo siendo muy joven y mantenía en secreto su voto de virginidad.
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Del Año Cristiano o Ejercicios Devotos para Todos los Días del Año. Madrid, 1780. Diciembre. Día 13. Santa Lucía Virgen y Mártir. Página 258.
Santa Lucía Virgen y Mártir
«Santa Lucía, tan célebre en toda la Iglesia, y gloria de la Sicilia, era de una de las más nobles familias de Siracusa, capital entonces de toda la Isla. Pero por más distinguidos que fuesen sus padres por su nobleza y por sus abundantes bienes de fortuna, ponían su principal gloria en la dicha que tenían de ser Cristianos. No tenían más que una hija llamada Lucía, heredera de sus grandes riquezas; pero sobre todo de su virtud, a la que añadió nuestra Santa la de la pureza y la gloria del martirio. Había nacido hacia el fin del tercer siglo, con particulares inclinaciones a la piedad, y con un amor a Jesucristo y un celo extraordinario por la religión; se tuvo gran cuidado en cultivar un tan buen natural y unas tan bellas disposiciones. Su modestia, su propensión al retiro, su amor a la virginidad, dieron bastantemente a conocer a los que la veían de cerca, que Jesucristo la había escogido por su esposa.
Perdió a su padre, cuando no tenía todavía sino cinco o seis años; pero su madre, llamada Eutiquia, se aplicó con más cuidado durante su viudez a inspirarle los más altos sentimientos por la piedad cristiana. Como las calidades corporales de la hija correspondían a las de su corazón y de su espíritu, pues estaba dotada de una rara belleza, a que se añadía el ser rica y discreta, pensó Eutiquia en procurarle con tiempo un establecimiento honroso, cual correspondía a sus prendas y cualidades. No le fue difícil encontrarle un partido ventajoso. Entre todos los señores que se presentaron, puso su madre los ojos en un joven bizarro, que parecía ser el que le convenía, y que ciertamente tenía cualidades dignas de ella, excepto el ser pagano; pero esta consideración no detuvo a Eutiquia, sea que creyese que la diversidad de religión no perjudicaría a la fe de Lucía, cuya aprobada virtud tenía bien conocida, sea que esperase que su celo y su virtud podrían fácilmente convertir algún día al joven esposo; pero nuestra Santa se hallaba con muy distintos pensamientos.
Abrasada desde su infancia en el amor de su divino Salvador, y encantada de la belleza de este Esposo celestial, le había consagrado su virginidad, y como había previsto todo lo que le podía suceder, estaba resuelta a no tener jamás otro Esposo que a Jesucristo, aunque hubiese de perder por ello todos sus bienes y la misma vida. Informada del designio de su madre, la suplicó que no se precipitase, la representó que era todavía demasiado joven para pensar en casarse, que le adargase todo lo posible el gusto que tenía de servirla, de cuidar de su salud, y de estar en su compañía. Este discurso embelesó a la madre, y aunque el pretendido esposo instaba a toda hora por concluir un casamiento que le era tan ventajoso, Eutiquia dilató su conclusión por dar gusto a su hija. Entretanto nuestra Santa no cesaba de suplicar al Señor, que embarazase el designio de su madre. Fue oída su oración, pues molestada su madre de un flujo de sangre que la atormentó por espacio de cuatro años, una enfermedad tan molesta, lo suspendió todo; de modo, que mientras Eutiquia estuvo en la cama, no se habló palabra del casamiento.
La Peregrinación a Catania
Como la fama de los milagros que se obraban continuamente en Catania en el sepulcro de Santa Águeda, se extendió tanto por toda la Isla, que concurrían a él de todas partes, no sólo los Cristianos, sino también los paganos, a buscar socorro en sus enfermedades; como por otra parte, todos los remedios que se le habían aplicado a Eutiquia en los cuatro años, habían sido inútiles; afligida Santa Lucía de ver padecer a su madre tanto tiempo, la propuso que podían ir las dos a Catania, que tenía una gran confianza en que por la intercesión de Santa Águeda recobraría la salud. La enferma vino bien en ello, y entrambas hicieron el viaje.
Luego que llegaron a Catania, se fueron al sitio donde estaba el sepulcro, y se pusieron en oración. Como estaban muy fatigadas, Santa Lucía se quedó dormida, y durante este sueño se le apareció Santa Águeda acompañada de muchos Ángeles, y encarándose con ella, la dijo: “Lucía, querida hermana, esposa sagrada de nuestro común Salvador, ¿por qué me pides lo que por ti misma puedes alcanzar fácilmente; Jesucristo, tu esposo y mío, te concede gustosamente la salud que tanto deseas de tu madre: y como este Señor se ha dignado hacer célebre la Ciudad de Catania por honrarme a mí; así también quiere que tu nombre haga célebre la Ciudad de Siracusa: tu alma le es grata y preciosa, y en la pureza de tu corazón encuentra una habitación agradable.” Acabadas de decir estas palabras, desapareció la visión.
Habiendo despertado Lucía, exclamó: Madre mía muy amada, ya está Vm. curada: por la intercesión de su esposa Santa Águeda le ha dado Dios a Vm. la salud; démosle humildemente las gracias. Después de haber mostrado su reconocimiento a Dios y a su santa protectora, quedaron muy contentas entrambas; pero antes de retirarse del sepulcro, abrazando Lucía a su madre, que estaba penetrada toda de reconocimiento por un beneficio tan señalado, la dijo: Mi querida madre, Dios acaba de hacerla a Vm. un gran favor, y yo me lisonjeo que Vm. no me negará el que yo le pido por amor de Dios: éste es, que no me hable Vm. de casamiento: he consagrado mi virginidad a Jesucristo, estimaré lleve a bien no tenga yo otro esposo que a este Señor. Eutiquia enternecida y embelesada al mismo tiempo de una resolución tan generosa, vino en lo que le pedía su hija. No basta, añadió la hija, que consienta Vm. en mí matrimonio espiritual, es menester que me dé mi dote, para que yo lo entregue a mi Divino Esposo por las manos de los pobres, a quienes he determinado distribuir todos mis bienes. Hija mía, respondió Eutiquia, todos los bienes de la familia son tuyos; pero no quieras que pierda yo mis derechos, y que la caridad que quieres ejercitar con los pobres, me reduzca a pedir limosna: vengo bien en que dispongas del rico dote que te había destinado; pero quiero conservar mi caudal durante mi vida, aunque resuelta siempre a dejarlo a los pobres después de mi muerte. ¿Después de su muerte?, replicó la Santa hija. ¿Qué sacrificio hacemos a Dios en darle lo que no podemos retener? Créame Vm. madre mía, demos a Dios los bienes que él mismo nos ha dado, y démoselos antes que la muerte se nos lo lleve; contemos sobre su bondad y sobre su providencia: el Señor cuidará de nosotros, como nosotras no contemos sino con Él. Eutiquia se enterneció al oír este razonamiento de su hija; y tomó la resolución de distribuir sin detención todos sus bienes a los pobres, para no poseer en adelante sino a Dios.
La Denuncia
Habiendo vuelto a Siracusa, empezaron a distribuir entre los pobres todo el dinero que tenían, pasando después a vender todas sus alhajas y joyas para rescatar los cautivos cristianos y procurarles la libertad a los encarcelados. El Caballero a quien estaba prometida Lucía, sabiendo que Eutiquia y Lucía vendían sus tierras fue a estar con el Aya de la Santa para informarse de la verdad y la suplicó le descubriese el misterio. Es verdad, le respondió el Aya, que Eutiquia vende todo lo más preciso que tiene pero es para comprar una tierra de un valor infinito y de unas rentas inmensas. Esta respuesta que el Caballero pagano no comprendió, le satisfizo, creyendo encontrar en ella su proprio interés; pero habiendo sabido que todo el dinero que habían sacado de la venta de todos sus fondos, se había empleado en alimentar pobres y en libertar presos, conoció que se jugaba con él; se arrebató de un furioso enojo, se fue despechado a buscar al Prefecto de la Ciudad, le informó de todo, y le dijo, que aquella disipación de bienes hacía de que Lucía era cristiana. No fue menester más para hacerla prender.
No se puede decir cuál fue el gozo de nuestra Santa, cuando se vio en vísperas de ser mártir. Compareció dejante del Juez con un aire de paz, de constancia y de seguridad. Nada omitió el Tirano para persuadirla a abandonar su Religión: la representó las grandes ventajas que hallaría en el mundo, si consentía en el casamiento que se le había propuesto; y levantando luego la voz la dijo: Que era preciso que en aquel mismo día ofreciera a los dioses un sacrificio.
Yo no conozco otro Dios, respondió la Santa, sino al Dios Omnipotente y Eterno, Creador del Cielo y de la tierra, a quien ya he hecho sacrificio de todos mis bienes; ya no me resta más que hacerle sacrificio de mí misma.
Pascasio, éste era el nombre del Prefecto, al ver la firmeza con que la Santa le respondía, la dijo: Bien, veo que no conviene andar a razones contigo; los tormentos harán cesar tu bachillería, y los golpes harán cesar tus palabras.
Los suplicios que se padecen por Jesucristo, replicó la Santa, no pueden hacer callar a sus Confesores, pues Él mismo nos ha asegurado que cuando estemos ante nuestros Jueces, no seremos nosotros los que hablaremos, sino que el Espíritu Santo hablará por nuestra boca.
¿Juzgas, respondió Pascasio, que el Espíritu Santo está en ti, y que él es quien te sugiere lo que respondes?
Creo, replicó la Santa, que los que tienen una vida pura y casta son templos del Espíritu Santo.
Si es así, respondió el Juez, pronto hallaré yo medio de arrojar de ti ese espíritu, prostituyéndote como a una mujer infame.
Temo poco todas tus violencias, replicó la Santa; el Dios que adoro y a quien he consagrado desde mi niñez mi virginidad, sabrá muy bien preservarme de tus insultos.
Irritado el Tirano con estas respuestas, mandó que llevasen esta casta esposa de Jesucristo a un lugar infame, para ser abandonada a la brutalidad de todos los libertinos de la Ciudad.
Los Prodigios
¿Pero, qué puede toda la malicia de los hombres y del mismo infierno contra la omnipotencia de Dios? Santa Lucía fue detenida por una mano invisible en el mismo lugar donde estaba; y por más que se hicieron los mayores esfuerzos para tirarla, hasta emplear en ello muchos pares de bueyes, no fue posible moverla. Los paganos lo atribuyeron a encanto, las gentes cuerdas a milagro.
El Tirano, lleno de confusión, y reventando de rabia y de despecho, mandó que se encendiese una hoguera alrededor de ella, que la cubriesen de pez y resina, que añadieran toda suerte de materias combustibles, y que se la pegase fuego; pero el mismo que la había hecho inmóvil, la conservó sana en medio del incendio. Un fuego horrible la rodeó toda, la cubrieron espesas llamas, se creyó quedaría sofocada y consumida en un momento; pero se pasmaron todos cuando disminuyéndose el fuego, vieron a Santa Lucía en medio del brasero con la misma serenidad y entereza, que si estuviera en un baño fresco, sin que uno solo de sus cabellos hubiese perecido, y sin que el fuego la hubiese tocado a la ropa. Este prodigio causó grande admiración en los corazones de cuantos estaban presentes. Exclamaron todos en voz alta: Gloria al Dios de los cristianos: sólo Él merece nuestros cultos.
Habiendo acudido Pascasio a los gritos de la gente, y viendo que la santa cantaba las alabanzas de Dios con los ojos levantados al Cielo; y no pudiendo sufrir las maldiciones que vomitaba contra él la muchedumbre, mandó al verdugo la cortase el cuello de una cuchillada. No habiendo muerto la Santa al instante, la cogieron los cristianos, y la llevaron a una casa inmediata. Estando en este estado, predijo el fin de la persecución, y la paz que gozaría la Iglesia después de la muerte de Diocleciano; y se dice que antes de espirar tuvo el consuelo de recibir el Viático: después de lo cual, colmada de gracias, de victorias y de merecimientos, dio apaciblemente su espíritu a Dios, el día 13 de Diciembre del año 304.
Veneración de sus restos
Su cuerpo fue enterrado en Siracusa, donde estuvo hasta el siglo octavo, en que Faroaldo, Duque de Espoleto, habiéndose apoderado de Siracusa, lo hizo transportar a Italia a la Ciudad de Corsino. Este santo cuerpo permaneció en este Lugar cerca de 250 años, esto es hasta el año 970, en que habiendo pasado a Italia Tierri, Obispo de Mets, con el Emperador Otón I, su primo, y deseando enriquecer su Diócesis con preciosas Reliquias de Mártires, se llevó las de Santa Lucía. Las puso en su Iglesia de Mets, y dos años después las hizo trasladar a la de San Vicente, donde había hecho edificar una magnífica Capilla, dedicada a Santa Lucía.
El año 1042, otro Obispo de Mets, llamado también Tierri, sacó un brazo de la caja, y se le dio al Emperador Enrique III, quien lo colocó en el Monasterio de Ladembourg, o Landeberg, en la Diócesis de Espira. Cuando Tierri, trasladó el cuerpo de la Santa a Mets, se había ya trasladado la cabeza a Roma. Se han distribuido algunas porciones de estas santas Reliquias a otras Iglesias, donde se guardan con grande veneración.»
Devoción
La devoción a Santa Lucía se difundió rápidamente después de su muerte y ha sido trasmitida hasta nuestros tiempos. El testimonio más antiguo es un epígrafe de mármol en griego que data del siglo IV, descubierto en el 1894 en las catacumbas de Siracusa.
El Papa Gregorio Magno, que vivió entre el año 590 y el 604, agregó a Santa Lucía en el canon de la misa romana. Algunas citas sobre ella se encuentran en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Entre sus devotos encontramos también a Santa Catalina de Siena y San León Magno.
Durante la cuarta cruzada (1204), el duque de Venecia Enrique Dandolo, encuentra en Constantinopla los restos de la Santa, los lleva a Venecia al monasterio de San Jorge, y en el 1280, los hace transferir a la Iglesia dedicada a ella en Venecia.
Santa Lucía salvó muchas veces a Siracusa en momentos dramáticos como hambre, terremotos, guerras y ha intervenido también en otras ciudades como Brescia que, gracias a su intercesión, fue liberada de una gran miseria.
«Se tiene a esta preciosa Virgen por abogada de la vista, y comúnmente la pintan con sus ojos en un plato que tiene en sus manos. No se sabe la causa de pintarla así, ni su historia dice se sacase los ojos por librarse de un hombre lascivo que la perseguía. Pero como cada día se experimentan nuevas gracias que Hace el Señor a los que, teniendo mal de ojos, se encomiendan con devoción a Santa Lucía, tengámosla todos gran devoción; para que por su intercesión se nos conserve la vista corporal, y mucho más para que alcancemos la espiritual y eterna. Otros escriben, y con más fundamento, que es abogada contra el fuego.»
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