Santa Beatriz da Silva e Menezes
Santa Beatriz da Silva e Menezes (1424-1492) nació en Ceuta, ciudad del norte de África asomada al
Mediterráneo, y que en aquella época se encontraba bajo el dominio de la corona
de Portugal, en el año 1424. Sin embargo, la tradición del primer convento
concepcionista de Toledo considera a Campo Mayor, villa portuguesa, como la
patria de su madre fundadora. Portuguesa de origen, pasó la mayor parte de su existencia
terrena en tierra de España. Su padre, don Ruy Gomes de Silva, aún joven,
combatió en la conquista de la referida ciudad de Ceuta, en 1415; y se portó
con tanto denuedo y valor, que el capitán de la plaza, de nombre don Pedro de
Meneses, le premió concediéndole en matrimonio a su propia hija Isabel. Ésta,
por diversos enlaces, estaba emparentada con las casas reales de España y
Portugal. El matrimonio tuvo 12 hijos. En el año 1447, al casarse Isabel, hija
de Juan príncipe de Portugal, con Juan II rey de Castilla, llevó consigo a
tierras de Castilla a Beatriz, la cual había cumplido los veinte años. Sin
embargo, pasado cierto tiempo, debido a que su belleza provocaba la admiración
de los nobles o, quizás, porque la misma reina temía ver en ella una peligrosa
rival, sus celos fueron tan grandes que, por quitarla de delante de sus ojos,
la encerró en un cofre, durante tres días, sin que en ellos se le diera de
comer y de beber. Pero acudió en su defensa la Reina del Cielo.
«La
Virgen María se le apareció con hábito blanco y manto azul y el Niño Jesús en
brazos, y, luego de haberla confortado con cariño maternal, le intimó que
fundara en Su honor la Orden de la Purísima Concepción, con el mismo hábito blanco
y azul que Ella llevaba. Ante tan señalada merced de su Reina y Señora, Beatriz
se ofreció por Su esclava y Le consagró, rebosante de gratitud, el voto de su
virginidad y le rogó confiadamente la librara de aquella prisión. La Reina
Celestial accede sonriente y desaparece».
La intervención de don Juan Meneses, tío de Beatriz, hizo
que la reina Isabel abriese el cofre pasados tres días, esperando que su dama
fuese ya cadáver. La sorpresa de todos fue impresionante. Beatriz apareció con
más belleza y lozanía que antes de ser encerrada. Todos adivinaron que la bella
dama portuguesa había sido favorecida en aquellas horas obscuras y tenebrosas
con alguna Luz especial del Cielo. La Santísima Virgen la había escogido para
dama Suya. Era preciso cambiar de palacio.
«A
los tres días de verse libre del encierro, sin más dilación, pidió salir de
Tordesillas, dirigiéndose a Toledo, acompañada de dos doncellas.» Ingresó en el monasterio cisterciense de Santo Domingo de
Silos, en Toledo, en el que durante treinta años se dedicó únicamente a Dios, a
la oración, al sacrificio y al desprecio del mundo. «Desde que salió de la corte del rey Don Juan hasta que murió ningún
hombre ni mujer vio su rostro enteramente descubierto…».
Después de estos casi treinta años de dedicación a la
mortificación y vida retirada, unida la práctica de la oración prolongada y a
una liberalidad magnánima para emplear todos sus bienes en dar culto a Dios y
socorrer al pobre, decidió fundar un nuevo monasterio u Orden de la Inmaculada
Concepción, en honor del Misterio de la Inmaculada Concepción y para la
propagación de Su culto. Así, pues, el año 1484 abandonó el monasterio de Santo
Domingo y pasó, con algunas compañeras, a una casa llamada Palacio de Galiana,
que le había donado la reina Isabel la Católica.
El día 30 de abril de 1489, a petición de Beatriz y de la
misma reina Isabel, el Papa Inocencio VIII autorizó la fundación del nuevo
monasterio y aprobó las principales reglas que, entre tanto, habrían de
observarse en el mismo. Sin embargo, antes de que, conforme al permiso
pontificio, se iniciara a la vida regular en el nuevo monasterio, Beatriz subió
a los cielos. El día 16 de agosto de 1492, que se había acordado para la toma
de hábitos, tuvo lugar la tranquila muerte de Beatriz. El mismo padre confesor
le impuso el hábito y velo concepcionistas y recibió su profesión religiosa.
«Al
tiempo de su muerte fueron vistas dos cosas maravillosas: la una fue que, como
le quitaron del rostro el velo para darle la unción, fue tanto el brillo que de
su rostro salió que todos quedaron espantados; la otra fue que en mitad de la
frente le vieron una estrella, la cual estuvo allí puesta hasta que expiró, y
daba tan gran luz y resplandor como la luna cuando más luce, de lo cual fueron
testigos seis religiosos de la Orden de San Francisco».
Había sido escogida como estrella para guiar a generaciones
de vírgenes, que consagrarían a Dios su amor y su pureza, en honor de María
Inmaculada. Se iba al Cielo para guiarlas mejor desde allí.
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