María Simma
María Ágata Simma nació el 5 de febrero de 1915 en Sontag (Vorarlberg, Austria); vivió
hasta el día de San José del año 2004 en las montañas austríacas. Fue una campesina que desde su niñez rezaba
mucho por las almas del Purgatorio. Cuando tenía 25 años fue favorecida por un
carisma muy particular en la Iglesia, muy raro también, el carisma de ser
visitada por las almas del Purgatorio. La primera vez que fue visitada por un
alma del Purgatorio fue en 1940. Una noche, alrededor de las 3 de la madrugada,
oyó que alguien entraba en su habitación. Vio a un hombre pero no pudo
agarrarlo, atrapó aire. Ella lo contó a su director espiritual, el cual le dijo
que le preguntara lo que quería. A la noche siguiente, el hombre regresó,
reconoció que era definitivamente el mismo.
—“¿Qué quiere usted de mí?”
—“Mande celebrar tres Misas por mí y seré liberado”.
Entendió
que se trataba de un alma del Purgatorio. Su padre espiritual se lo confirmó y
le aconsejó que nunca las rechazara, sino que aceptara con generosidad
cualquier cosa que pidieran de ella. Las visitas continuaron. María relata que
la mayoría pide que se celebren Misas por ellas y que esté presente en ellas;
también piden que se rece el Rosario y el Vía Crucis.
Ningún alma querría volver del Purgatorio a la Tierra: Aún cuando allá el
sufrimiento es terrible, sin embargo, existe la certeza de vivir para siempre
con Dios. No quieren volver a la Tierra, donde nunca estamos seguros de nada.
Los pecados que llevan al Purgatorio son los pecados contra la caridad, la
dureza de corazón, la hostilidad, la maledicencia, la calumnia, rehusarse a la
reconciliación…
La persona
que desaprovecha sus sufrimientos, al morir ve lo mucho que pudo haber ganado —para el bien de
ella y de otros, por la Comunión de los Santos—, llevándolos bien.
Muchas veces María Simma fue invitada a sufrir por las ánimas benditas del
Purgatorio. Ella lo relata así: La primera vez un alma me preguntó si no me
importaría sufrir por ella tres horas en mi cuerpo para que ella pudiera salir
del Purgatorio. Le dije que sí y tuve la impresión de que eso había durado tres
días porque fue muy doloroso. Esa alma me dijo que por haber aceptado con amor
ese sufrimiento de tres horas, ¡le había ahorrado 20 años de Purgatorio! porque
el sufrimiento en la Tierra tiene un valor distinto.
Todo esto es alentador porque confiere un significado extraordinario a nuestros
sufrimientos, aún los sacrificios más pequeños pueden tener un poder inusitado
para ayudar a las almas.
Lo mejor que podemos hacer, dice María Simma, es unir nuestros sufrimientos a
los de Jesús, poniéndolos en manos de María Santísima. Contemplar los Sufrimientos
del Señor en el Vía Crucis ayuda a odiar el pecado y desear la salvación de
todas las personas, y esto da alivio a las almas del Purgatorio. Por medio del
Rosario, muchas almas salen del Purgatorio. Las indulgencias tienen también un
valor inestimable para ellas.
Las almas del Purgatorio no pueden ya hacer nada en favor de sí mismas porque
al momento de la muerte, el tiempo de ganar méritos se termina. Si los vivos no
rezan por ellas, quedan abandonadas. Cada uno de nosotros tiene el inmenso poder
de aliviarlas. Mientras estamos vivos podemos reparar el mal que hagamos hecho.
Pero a menudo el sufrimiento nos lleva a rebelarnos.
Los sufrimientos son la prueba más grande del Amor de Dios. Debemos acogerlos
como un don y entregarlo a Nuestra Señora. Ella es quien sabe mejor quien
necesita tal o cual ofrenda para salvarse. Los sufrimientos soportados con
paciencia salvan más almas que la oración, dice María; pero la oración nos
ayuda a soportar nuestros sufrimientos.
En el Purgatorio hay diferentes grados de dolor. Cada alma tiene un sufrimiento
único. Los Ángeles custodios les proporcionan consuelo.
—Si una persona
sufre demasiado y desea morir, ¿qué puede hacer?, le preguntaron a María
Simma.
Contestó:
—Sí, esto es muy frecuente. Yo diría: “Dios mío, puedo ofrecer este
sufrimiento para salvar almas”. Esto nos da una fe renovada y valor. Al hacerlo
así, el alma gana gran bienaventuranza, una gran felicidad para el Cielo. En el
Cielo hay miles de tipos y grados de felicidad; para cada alma es una felicidad
plena. Cada uno sabe que no merecía más. La soberbia conduce al Infierno. El Infierno
es obstinarse en decirle “no” a Dios. Nuestra oración puede suscitar un acto de
humildad en los moribundos, un solo instante de humildad puede evitarles el Infierno.
El sufrimiento soportado con paciencia, tiene para el alma un valor infinito.
Se tiene el deber de aliviar los grandes sufrimientos, pero no el derecho de
acortar la vida con medios químicos.
Le preguntaron a María:
—¿Qué piensa de las prácticas de espiritismo, invocar a los espíritus de
los difuntos, las tablas de ouija, etc.?
—Eso es siempre
malo. Es el demonio quien hace que la tabla se mueva. No está permitido invocar
a los difuntos. En el espiritismo, si hay respuesta, es siempre y sin
excepción, satanás y sus ángeles caídos. Las personas que practican el
espiritismo (adivinadores, brujas, etc.) están haciendo algo muy peligroso
contra ellas mismas y contra quienes van a consultarlos. Están sumidas hasta el
cuello en mentiras. Está estrictamente prohibido por Dios invocar a los
muertos. Satanás puede imitar todo lo que viene de Dios. Él puede imitar la voz
y la apariencia de los muertos; una manifestación de este tipo siempre proviene
del Maligno. Satanás incluso puede sanar, pero esas curaciones nunca duran.
Hemos de acoger con amor y gratitud este regalo de las pruebas. San Juan de la
Cruz dice que la Providencia provee a cada hombre de la purificación necesaria
a fin de permitirnos entrar directamente al Cielo a la hora de la muerte.
Mientras estamos en la Tierra podemos hacer crecer cada minuto nuestro amor.
Valoremos cualquier oportunidad de ser tan bellos como Dios nos desea ya en su
presencia. ¡Si viéramos a toda luz el esplendor de un alma pura, gritaríamos de
emoción y de alegría! El alma humana es espléndida delante de Dios.
Los Santos no son almas sin faltas, sino aquellas que se levantan una y otra
vez después de cada caída y piden perdón. Cada hora, cada segundo de nuestra
vida tiene un peso de eternidad.
Resumen del Folleto: El Sorprendente Secreto de las Almas del Purgatorio. Entrevista de Sor Emanuel a María Simma.
(Para descargar el libro hacer 'clic' en la imagen)
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