Apariciones de la Virgen a Sor Lucía en Pontevedra
Después de
acariciar por algún tiempo el deseo de convertirse en religiosa, en 1925 Lucía,
de dieciocho años, empezó con las Hermanas Doroteas. Ella ingresó como
postulante, en el convento de la Orden en Pontevedra, España, donde Nuestra
Señora, como lo había prometido en 1917, fue a revelarle la primera parte del
Plan de Dios para la salvación de los pecadores en nuestro tiempo de rebelión
contra Dios: La Comunión reparadora de
los Primeros Sábados de mes.
Lucía, refiriéndose
a ella misma, describe el encuentro en tercera persona:
El día 10 de
Diciembre de 1925, se le Apareció la Santísima Virgen y al lado, suspenso
en una nube luminosa, un Niño. La Santísima Virgen, poniéndole una mano en el
hombro, le mostró al mismo tiempo un Corazón que tenía en la otra Mano, cercado
de espinas. Al mismo tiempo le dijo el Niño:
“Ten
compasión del Corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas que
los hombres ingratos continuamente le clavan, sin haber quien haga un acto de
reparación para arrancárselas.”
Enseguida dijo la
Santísima Virgen:
“Mira,
hija Mía, Mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos Me clavan
continuamente con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y
di que todos aquellos que DURANTE CINCO MESES, EN EL PRIMER SÁBADO, se confiesen, reciban la Santa
Comunión, recen la tercera parte del Rosario y Me hagan 15 minutos de compañía,
meditando en los 15 Misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, Yo
prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las Gracias necesarias
para la salvación de sus almas.”
Luego, Lucía hizo
lo que ella podía para hacer conocido este nuevo pedido de Nuestra Señora. Se
lo dijo a su Madre Superiora, a su confesor en el convento, e incluso escribió
a su antiguo confesor. Ambos confesores tuvieron reservas y aconsejaron
esperar.
A pesar de las
reservas de sus confesores, pronto Lucía se vería urgida a continuar trabajando
para hacer conocido este pedido. Ella nos dice,
El día 15
Febrero de 1926, andaba yo muy ocupada con mis oficios y ya no me acordaba
de aquello casi nada; y, yendo a arrojar un cubo de basura fuera de la
propiedad, donde algunos meses atrás había encontrado a un niño, le había
preguntado si sabía el Ave María; me había respondido que sí; le dije que la
dijeses para oírla yo; más como no se resolvía a decirla solo, la dije yo con
él tres veces.
Al final de las
tres Ave Marías, le pedí que la dijese solo; pero se calló y no pudo decirla
solo; le pregunté si sabía cuál era la Iglesia de Santa María; me respondió que
sí; le dije que fuese allí todos los días y que dijese así: ‘oh, Madre mía del
Cielo, dadme a Vuestro Niño Jesús.’ Le enseñé esto y entré en casa.
En ese día, pues,
el 15-2-1926, volviendo yo allí como de costumbre, encontré un niño que me
pareció ser el mismo; y le pregunté entonces: —¿Has pedido el Niño Jesús a la Madre del Cielo?
El niño se vuelve
hacia mí, y dice:
“¿Y
tú, has propagado por el mundo aquello que la Madre del Cielo te pedía?”
Diciendo esto, se
transforma en un Niño resplandeciente; conociendo que era Jesús, dije:
—Jesús mío, Vos sabéis bien lo que mi confesor me dijo en la carta
que os leí; me decía que era necesario que aquella visión se repitiese; que
hubiese hechos para que fuese creíble; y que la Madre Superiora sola, para propagar
ese hecho, nada podía.
“Es
verdad que la Madre Superiora sola nada puede, pero con Mi Gracia lo puede
todo; y basta que tu confesor te dé licencia y que tu Superiora lo diga, para
que sea creído; aun sin saberse a quién fue revelado.”
—Pero, mi confesor decía en la carta que esta Devoción no hacía
falta en el mundo, porque ya había muchas almas que os recibían en los Primeros
Sábados en honra de Nuestra Señora y de los quince Misterios del Rosario.
“Es
cierto, hija Mía, que muchas almas los comienzan, pero pocas los acaban; y que
las que los terminan, es con el fin de recibir las gracias que a eso están
prometidas; pero Me agradan más las que hagan los Primeros Sábados con fervor,
y con el fin de desagraviar el Corazón de tu Madre del Cielo, a aquellas que
hagan los quince, tibios e indiferentes.”
Presentó a Jesús
las dificultades que tenían algunas almas de confesarse en sábado y pidió que
fuese válida la confesión de ocho días. Jesús respondió:
“Sí, puede ser de muchos
días más todavía, con tal que, cuando Me reciban, estén en gracia y tengan la
intención desagraviar al Inmaculado Corazón de María.”
—Jesús mío, ¿y las que olviden tener esta intención?
“Pueden
hacerla en otra confesión siguiente, aprovechando la primera ocasión que
tuvieran de confesarse.”
Después de eso, el
Niño Jesús desapareció sin decir nada más.
La parte más
notable de la primera Aparición en Pontevedra es la promesa incomparable hecha
por Nuestra Señora a todos aquellos que hagan la Devoción Reparadora de los
Cinco Primeros Sábados, bajo las condiciones requeridas:
“Yo prometo asistirles
en la hora de la muerte con todas las Gracias necesarias para la salvación de
sus almas.”
Esta gracia
asombrosa, de la cual incluso las almas más santas no pueden estar seguras, se
promete incondicionalmente a todos aquellos que hagan esta Devoción. Esto sirve
como indicación del gran poder de intercesión que Dios ha otorgado a la
Santísima Virgen para la salvación de las almas.
El confesor de
Lucía le hizo más tarde una serie de preguntas sobre las Apariciones de
Pontevedra. Una de las preguntas fue: ¿Por qué cinco sábados y no nueve o
siete, en honor de los Dolores de Nuestra Señora? Luego de recibir las
preguntas, ella pidió a Nuestro Señor la ilustrara sobre las respuestas, que
unos pocos días más tarde ella dio a su confesor. Esto es lo que ella le
escribió:
Cuando estaba en la
capilla con Nuestro Señor, parte de la noche del 29 al 30 de Mayo de 1930,
(nosotros sabemos que tenía el hábito de hacer una hora santa de once de la
noche hasta la medianoche, especialmente la noche de los jueves, de acuerdo a
los pedidos del Sagrado Corazón en Paray‑le‑Monial). Le hablé sobre las
preguntas cuatro y cinco, y repentinamente me sentí más íntimamente dominada
por la Presencia Divina y, si no estoy equivocada, esto es lo que me fue
revelado:
“Hija
Mía, la razón es simple. Hay cinco tipos de ofensas y blasfemias cometidas
contra el Inmaculado Corazón de María:
1. Blasfemias contra la Inmaculada Concepción.
2. Blasfemias contra Su Virginidad Perpetua.
3. Blasfemias contra Su Divina Maternidad, al rechazar al mismo tiempo,
reconocerla como la Madre de los hombres.
4. Las blasfemias de aquellos que tratan de sembrar públicamente en los
corazones de los niños indiferencia o desprecio o aun odio por esta Madre
Inmaculada.
5. Las ofensas de aquellos que la ultrajan
directamente en Sus Santas Imágenes.
“Allí, hija Mía, está la razón por la que el
Inmaculado Corazón de María Me inspiró a pedir este pequeño Acto de Reparación
y, en consideración a él, a mover Mi Misericordia para perdonar a las almas que
han tenido la desgracia de ofenderla. En cuanto a ti, procura incesantemente,
por tus oraciones y sacrificios, mover Mi Misericordia con esas pobres almas.”
En esta comunicación de Nuestro Señor tenemos una de las ideas más importantes en el
Mensaje de Fátima: Desde que Dios decidió manifestar Su Plan de Amor, cual es
otorgar Sus Gracias a los hombres por la mediación de la Virgen Inmaculada,
resulta que su rechazo a someterse con docilidad a esa Voluntad Divina es un
pecado que hiere particularmente Su Corazón, y por el cual Él ya no encuentra
en Sí mismo ninguna inclinación a perdonar. Ese pecado aparece imperdonable,
pues no hay, en cuanto a lo que a Nuestro Salvador se refiere, ningún crimen
más imperdonable que despreciar a Su Santísima Madre y ultrajar Su Inmaculado
Corazón, que es el Santuario del Espíritu Santo.
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