Aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa
Historia
Antecedentes:
La novicia Sor Catalina estaba
presente cuando trasladaron los restos de su fundador, San Vicente de Paul, a
la nueva iglesia de los Padres Paúles, a sólo unas cuadras de su noviciado. En
esta capilla, durante la novena, Catalina vio el corazón de San Vicente en
varios colores. De color blanco, significando la unión que debía existir,
entres las Congregaciones fundadas por San Vicente. De color rojo, significando
el fervor y la propagación que habían de tener dichas Congregaciones. De color
rojo oscuro, significando la tristeza por el sufrimiento que ella padecería.
Oyó interiormente una Voz: “El corazón de
San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre
Francia.” La misma Voz añadió un poco más tarde: “El corazón de
San Vicente está más consolado por haber obtenido de Dios, a través de la
intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos
Congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de
ellas para reanimar la fe.”
Visiones del Señor en la Eucaristía:
18 de Julio de
1830
Primera
Aparición de la Virgen:
Narra Santa Catalina:
Nos habían distribuido a las
novicias un pedazo del roquete de lino de San Vicente. Yo corté la mitad y me
lo tragué, durmiéndome con el pensamiento de que San Vicente me obtendría la
gracia de ver a la Santísima Virgen. En fin, a las once y media de la noche, oí
que me llamaban por el nombre: ‘¡Hermana mía! ¡Hermana mía!’ Despertando, corro
la cortina y veo un niño de cuatro o cinco años, vestido de blanco, que me
dice: ‘Ven a
la Capilla; la Santísima Virgen os espera.’
Me vestí deprisa y me dirigí
hacia el niño, que permanecía de pie. Yo lo seguí, siempre a mi izquierda. Por
todos los lugares donde pasábamos, las luces estaban encendidas, lo que me
sorprendía mucho. Sin embargo, quedé mucho más asombrada, cuando entré en la
Capilla: la puerta se abrió; mas el niño la había tocado con la punta del dedo.
Y mi sorpresa fue aún más completa cuando vi todas las velas y candelabros
encendidos, lo que me recordaba la Misa de media noche.
El niño la
llevó al presbiterio, junto al sillón destinado al Padre Director, donde solía
predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño
permaneció de pie todo el tiempo al lado derecho.
La espera le
pareció muy larga, ya que con ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con
cierta inquietud hacia la tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que
solían detenerse para hacer un acto e adoración, la veían.
Por fin, llegó la hora. El niño
me previno: '¡He
aquí la Santísima Virgen! ¡Aquí está Ella!'
Yo oí como un ligero ruido de
vestido de seda, que venía del lado del presbiterio, cerca del cuadro de San
José, y que posaba sobre los escalones del altar, del lado del Evangelio, en
una silla igual a la de Santa Ana.
Sor Catalina
en el fondo de su corazón dudaba si verdaderamente estaba o no en presencia de
la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: ‘Mirad a la Virgen’.
Le era casi imposible describir lo que experimentaba en aquel instante,
lo que pasó dentro de ella, y le parecía que no veía a la Santísima Virgen.
Entonces el
niño le habló, no como niño, sino como el hombre más enérgico y con palabras
muy fuertes: ‘¿Por
ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal
en la forma que más Le agrade?’
Entonces,
mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodillé en el
presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. Fue
el momento más dulce de vida —afirma la santa—. Me sería imposible expresar
todo lo que sentí.
Ella me dijo
cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y
acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y
desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que
tuviera necesidad. Entonces le pregunté que significaban las cosas que yo había
visto (el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido
de San Vicente y del Señor), y Ella me lo explicó todo.
Nuestra Señora me dijo:
“... Hija Mía, el buen Dios quiere encargaros una misión.
Tendréis mucho que sufrir, mas superaréis estos sufrimientos pensando que lo
hacéis para la Gloria del buen Dios. No
te faltarán contradicciones; mas te asistirá la Gracia; no temas. Háblale a tu
director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Verás ciertas
cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Los
tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono
será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas
clases.”
(Al
decir esto, la Santísima Virgen tenía un aire muy apenado).
“Pero venid al pie de este altar. Aquí las Gracias serán
derramadas... a todos los que las pidan con fervor; a todos,
grandes y pequeños, ricos y pobres.
Deseo
derramar Gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el
que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el
que haya tanta relajación en ambas comunidades, a pesar de que hay almas
grandes en ellas. Díselo al que está encargado de ti, aunque no sea el
superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. Él deberá hacer cuanto
pueda para restablecer el vigor de la Regla. Cuando esto suceda otra comunidad
se unirá a las de ustedes.
Vendrá
un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces
Yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás Mi Visita y la Protección de Dios
y de San Vicente sobre las dos comunidades…
Mas
no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas…
(Lágrimas en Sus Ojos).
El
Clero de París tendrá muchas víctimas. Morirá el Señor Arzobispo.”
Hija
Mía, será despreciada la Cruz, y el Corazón de Mi Hijo
será otra vez traspasado; correrá la sangre por las calles.
(La Virgen no podía hablar del Dolor, las Palabras se anudaban en Su
garganta; Semblante pálido).
El
mundo entero se entristecerá.”
Ella piensa: ¿Cuándo ocurrirá esto? Y una Voz interior asegura:
“Cuarenta
años y diez, y después la Paz.”
La Virgen,
después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor
Catalina como una sombra que se desvanece.
Todas las profecías se cumplieron:
1. La misión de Dios pronto le fue indicada
con la revelación de la Medalla Milagrosa.
2. Una semana después de esta Aparición
estallaba la revolución. Los revoltosos ocupaban las calles de París, saqueos,
asesinatos, y finalmente era destronado Carlos X, sustituido por el ‘rey
ciudadano’ Luis Felipe I, gran maestro de la masonería.
3. El Padre Aladel es nombrado en 1846, Superior
de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la Regla, y hacia la
década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad.
4. En 1870 (a los 40 años) llegó el
momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del
Arzobispo, Monseñor Darboy, y otros muchos Sacerdotes.
5. Sólo queda por cumplir la última
parte.
27 de
Noviembre de 1830
Segunda Aparición
de la Virgen:
Cuatro meses habían transcurrido
desde la Primera Aparición de Nuestra Señora, que dejara en Santa Catalina
profundas añoranzas y un inmenso deseo de volver a ver a la Madre de Dios. He
aquí cómo en sus manuscritos la propia novicia de las Hijas de la Caridad narra
la Segunda Aparición:
El día 27 de Noviembre de 1830...
Vi a la Santísima Virgen. Era de estatura mediana, estaba de pie, vestida con
un traje de seda blanco aurora, hecho a la manera que se llama á la Viergé, con mangas lisas y un velo
blanco que le cubría la Cabeza y descendía de cada lado hasta abajo. Bajo el
velo, vi Sus cabellos lisos, separados en el medio, y por encima un bordado de
más o menos tres centímetros de altura, sin flecos; esto es, apoyado ligeramente
sobre los cabellos. El Rostro bastante encubierto, los Pies apoyados sobre media
esfera, y teniendo en las Manos una esfera de oro, que representaba el Globo.
Tenía las Manos a la altura de la cintura, de una manera muy natural, y los
Ojos elevados al Cielo... Aquí Su Rostro era magníficamente bello. Yo no sabría
describirlo... Y poco después, de repente, percibí, en esos dedos, anillos con
piedras, unas más bellas que las otras, unas mayores y otras menores, que
lanzaban rayos, a cual más bello. Partían de las piedras mayores los más bellos
rayos, siempre ensanchándose hacia los extremos, llenando toda la parte de
abajo. El globo de oro se desvaneció de entre las Manos de la Virgen. Sus Brazos
se extendieron abiertos, mientras los rayos de Luz seguían cayendo sobre el
globo blanco de Sus Pies. Yo no veía más Sus Pies...
En ese momento en que estaba
contemplando, la Santísima Virgen bajó los Ojos, mirándome fijamente. Una Voz
se hizo oír, diciéndome estas Palabras:
“La esfera que ves representa el mundo entero, especialmente
Francia... y cada persona en particular...”
Aquí yo no sé expresar lo que
sentí y lo que vi, la belleza y el fulgor, los rayos tan bellos...
“Estos rayos son el
símbolo de las Gracias que Yo derramo sobre las personas que Me las piden. Las perlas que no emiten rayos son las
gracias de las almas que no piden.”
Me hacía así comprender cuánto
es agradable rezar a la Santísima Virgen y cuánto Ella es generosa con las personas
que le rezan; cuántas Gracias concede a las personas que le ruegan; qué alegría
Ella siente concediéndolas...
En ese momento, se formó un
cuadro en torno de la Santísima Virgen, un poco ovalado, donde había en lo alto
estas palabras: 'Oh, María, Sin Pecado Concebida,
rogad por nosotros que recurrimos a Vos', escritas en letras de oro. (...)
Entonces, una Voz se hizo oír, que me dijo:
“Haced, haced acuñar una Medalla con este modelo. Todas las
personas que la usen recibirán grandes Gracias, llevándola en el cuello. Las Gracias
serán abundantes para las personas que la usen con confianza...”
En ese instante, el cuadro me
pareció volverse, y ahí vi el reverso de la Medalla. En él aparecía una M, sobre
la cual había una Cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra
hasta un tercio de su altura, y debajo los Corazones de Jesús y de María, de
los cuales el primero estaba circundado de una Corona de Espinas, y el segundo
traspasado por una Espada. En torno había doce estrellas.
Diciembre
de 1830 – Enero de 1831
Tercera y
Cuarta Aparición:
La misma Aparición
se repitió, con las mismas circunstancias, hacia finales de Diciembre de 1830 y
principios de Enero de 1831.
Con el mismo vestido color de
aurora y el mismo velo, la Virgen María se hacer ver, sosteniendo nuevamente un
globo de oro, rematado por una pequeña cruz. De los mismos anillos, adornados
de piedras preciosas, irradiaba con intensidades diversas, la misma Luz: Es
imposible expresar lo que sentí —decía ella— y todo cuanto comprendí en el
momento en que la Santísima Virgen ofrecía el Globo a Nuestro Señor.
Estando ocupada en contemplar a
la Santísima Virgen, una Voz se hizo oír en el fondo de mi corazón: ‘Estos rayos son
el símbolo de las Gracias que la Santísima Virgen obtiene para las personas que
se las piden. Esas líneas deben ser colocadas como leyenda debajo de la
Santísima Virgen.’
Yo estaba de
buenos sentimientos, cuando todo desapareció como algo que se apaga; y me quedé
repleta de alegría y consolación.
Así concluye el ciclo de las Apariciones
de la Santísima Virgen a Santa Catalina, que recibe, no obstante, un consolador
Mensaje:
“Hija Mía, de ahora en adelante no Me veréis más. Sin embargo,
oiréis Mi Voz durante la oración.”
Preocupada por saber lo que era
necesario poner del lado reverso de la Medalla, tras muchas oraciones, un día,
en la meditación, me pareció oír una Voz, que me decía:
“La M y los Dos Corazones son bastante elocuentes.”
La acuñación
de las primeras Medallas
El Padre Aladel, confesor de
Santa Catalina, a quien ésta, todo relataba, se mostraba frío e incrédulo,
considerándola soñadora, visionaria, alucinada.
Transcurrieron dos años de
tormento: "Nuestra Señora quiere... Nuestra Señora está descontenta... es
necesario acuñar la Medalla", —le insiste la Santa—.
Por fin, después de consultar
al Arzobispo de París, Monseñor de Quélen, que le anima a llevar adelante la
empresa, el Padre Aladel encarga a la Casa Vachette las primeras 20.000
medallas, en 1832.
La ejecución de las medallas
iba a comenzar, cuando una epidemia de cólera, venida de Rusia a través de
Polonia, irrumpió en París el 26 de Marzo, en pleno Carnaval, segando vidas,
como en un sobrecogedor cántico fúnebre... En un solo día, hubo 861 víctimas
mortales. En total fueron registradas oficialmente 18.400 muertes. En realidad,
hubo más de 20.000.
Las descripciones de la época
son aterradoras: en cuatro o cinco horas, el cuerpo de un hombre en perfecta
salud se reducía al estado de un esqueleto. En un abrir y cerrar de ojos,
jóvenes llenos de vida tomaban el aspecto de viejos carcomidos, y poco después,
no eran sino cadáveres.
En los últimos días de Mayo,
cuando la epidemia parecía menguar, se comienza a acuñar las primeras Medallas.
En la segunda quincena de Junio, sin embargo, un nuevo brote del tremendo
castigo duplica el pánico del pueblo... Finalmente, el día 30, la casa Vachette
entrega las primeras 1.500 medallas, que son distribuidas por las Hijas de la
Caridad y abren el cortejo sin fin de las gracias y de los milagros.
La Medalla se llamaba
originalmente: ‘De la Inmaculada Concepción’, pero al expandirse la devoción y
haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente ‘La
Medalla Milagrosa’.
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